El apócrifo Frankenstein
MARÍA SABÍA QUE era su culpa, que no tenía que haberlo reñido cuando echó a volar aquellos pajarillos de barro después de soplarlos. Por eso no quiso decirle nada cuando lo vio de nuevo jugando en el lodo. ¿Cómo podía saber lo que estaba haciendo, por Dios? ¿Qué le diría ahora a José? Cuando lo vio entrar -encorvado y arrastrando los pies- le hizo prometer a Jesús que nunca más jugaría de nuevo a soplar figuras de barro. Pobre José, un hijo más y siempre virgen.
Le llamaron Judas.
Fernando Iwasaki (Lima, 1961). Microrrelatos: Ajuar funerario (Páginas de Espuma).
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