El aislamiento es el don
Mientras bebe en una terraza, un muchacho lee a Charles Bukowski en voz alta con intención de ridiculizarlo. Veinticinco años después, la película Factótum le descubre cierta poesía de barra de bar contada con sorna y algunas ideas atinadas sobre el hecho de escribir.
Sus primeros cuentos son los más desgarrados. El resto fue contar su vida desde un jocoso sentido del deber cumplido sin salir de su nube borracha
Erase una vez en que yo era muy joven y tenía un amigo. De todos los amigos impagables con que Fortuna me ha obsequiado, éste sobresalía en tal peculiaridad hasta cimas himalayescas. Mantenía con los libros una relación controvertida. Estaba uno sentado en la misma terraza de siempre, calmo y silbante, pensando en qué haría con tanta juventud de sobra, cuando en la lejanía se recortaba la no muy viva, pero detonante, reencarnación de la Triste Figura, cada paso una nota de la Marcha Fúnebre. Al preguntarle la causa de tanta desdicha, solía extender un libro y formular la pregunta decisiva. Así, un día, me acercó Historia de un idiota contada por él mismo con el siguiente comentario: "Si éste es idiota ¿yo qué soy?". Todos aquellos optimistas que argumentan que la lectura es una de las mejores soluciones que ha encontrado el ser humano para no sentirse solo, para mirarse en el espejo y no ver otra cosa que un insecto negro, peludo y apenas zumbante, saben que jamás se llevarán de gira a mi amigo para promocionar una nueva versión de aquel famoso lema "un libro ayuda a triunfar". A hundirte en la miseria es a lo que ayuda un libro. Y en plena zozobra vino otra vez mi amigo a la terraza de mis amores para tenderme un pequeño volumen llamado La máquina de follar y espetarme a continuación: "No sabemos vivir...". Según mi amigo, el tal Bukowski, quien firmaba aquella obra cuyo contenido no era imposible dilucidar, sabía por qué lado se unta la mantequilla. Bukowski se desesperaba a capazos, pero después de haber dejado sin alcohol todo Los Ángeles y haberse trajinado a unas cuantas chicas. Así cualquiera.
Me puse didáctico y, casi diría,
asistente social. Dije: "Siéntate, amigo". Y a continuación y, ayudado por unas ginebras, me puse a leer en voz alta la prosa del tal Bukowski con un solo propósito: ridiculizarle. Cuando no se ha llegado a los veinte, se ha leído hasta la última palabra de Chandler, Hammet y Himes y no se ha leído nada más, lo único que se aprecia en serio es el estilo. Y Bukowski tenía su estilo, pero un estilillo y una formulilla, por así decirlo. Y hasta su desesperanza sonaba entonces a delirios masturbatorios de fantasmón. Cuando las ginebras ya eran muchas, mi voz recitadora cada vez más alta y una anciana tuvo a bien llamarme la atención con el imperativo: "Niño, no seas guarro", di por concluida la lectura. Hasta veinticinco años después.
La curiosidad se despertó tras ver la película Factótum. Ahí vi, más allá de tópicos, cierta poesía de barra contada con sorna, un asumir la propia condición de paria cuyo orgullo indestructible en el reírse de uno mismo pone en franco ridículo a los demás. En esa película oí unas frases sobre el hecho de escribir que llegaron justo cuando las necesitaba, algo articuladas, algo de camisa rasgada, pero en las que me reconocí y me emocionaron: "Si vas a intentarlo, que sea hasta el final. Si no, mejor que ni empieces. Puede que pierdas familia, mujer, amistad, trabajos y hasta la cabeza. Puede que no comas en días, puedes helarte en un banco. Puede que se rían de ti, que se burlen, que te aíslen. El aislamiento es el don. Lo demás es una prueba de resistencia para saber que puedes hacerlo. Y lo harás. A pesar del rechazo y de la incertidumbre, será mejor que cualquier cosa que hayas imaginado. Te sentirás a solas con los dioses y las noches arderán en llamas. Cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que cuenta".
Inicié una investigación. Los
primeros cuentos de Bukowski, escritos antes de abandonar su trabajo de cartero a los cincuenta años, son, por así decirlo, los más desgarrados y también los más autocompasivos. El resto fue contar su vida desde cierta distancia y un jocoso sentido del deber cumplido sin salir de su nube borracha. A su manera, había ganado al mundo.
Si se recorren los departamentos de bolsillo de las librerías, se comprueba que el autor sigue siendo de los más leídos. Y lo que quizá moleste es que su lado rabelesiano (que lo tiene, y mucho, y es lo mejor) queda oculto por la leyenda de, brrrrrrr, perdedor. Y aquí vienen al pelo las palabras de mi amigo con respecto a Félix de Azúa: "Si éste es un perdedor ¿yo que soy?".
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