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La Feria de Francfort 2010 dedicada a la Argentina ha suscitado, desde comienzos de año, una avalancha de scouts, editores y agentes extranjeros interesados en descubrir, conocer y vender escritores argentinos. Algunos se dan cita en el Alvear o en restaurantes sofisticados para revisar manuscritos, otros, en las milongas o en los bares de Palermo y Montserrat para, por ejemplo, intentar convencer a un joven y premiado escritor de escribir "la novela gráfica argentina". El punto culminante y más llamativo de estas visitas ha sido la Semana TyPA de Editores en Buenos Aires, que sirvió de preámbulo a la Feria del Libro. En el cóctel de apertura, una espléndida noche otoñal en la antigua casa de Victoria Ocampo en Barrio Parque, se dieron a conocer los ganadores del subsidio para la traducción de escritores argentinos (César Aira, Fogwill y Norah Lange). Diez editores provenientes de Alemania, Brasil, China, Estados Unidos, Italia e Israel asistieron a una serie de charlas en las que los editores locales los pusieron al tanto de los autores más destacados, y luego regresaron a sus países con las maletas cargadas de libros. A juzgar por el interés extranjero, estaríamos frente a un nuevo boom y, sin embargo, los lectores argentinos no parecen darse por aludidos. ¿Será que nadie es profeta en su tierra?
Entre otras evidentes diferencias con la de Francfort, la feria argentina está dedicada al público y constituye un raro fenómeno. Miles de personas llenan el predio y una multitud hace fila a veces por horas para asistir a la presentación del libro de un político famoso, para que Maitena les firme un ejemplar del suyo o para escuchar a la carismática Naomi Klein exponer La doctrina del shock. Pero la realidad es que, salvo contadísimas excepciones, los autores literarios argentinos presentan sus libros en salas semivacías, no firman ejemplares y tampoco venden en la feria más libros de los que consiguen vender en una librería como Prometeo, La Boutique del Libro o Eterna Cadencia.
Las listas de más vendidos en ficción cuenta sólo esporádicamente con algún autor local. Resulta casi sorprendente que para un mercado de lectores en el que las mujeres son abrumadora mayoría, no exista una escritora vernácula en la línea de Marcela Serrano, Ángeles Mastretta, Isabel Allende, Laura Restrepo o Rosa Montero: autoras que no temen hablar de los sentimientos ni de las pasiones y que han sabido sintonizar con un público muy amplio. La más cercana es quizá Claudia Piñeiro, con notables novelas policiales. También la última novela de Guillermo Martínez y la de Pablo de Santis pertenecen a este género. Pero ninguno de los tres casos se acerca remotamente a fenómenos de ventas como Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, o El anatomista, de Federico Andahazi, con más de 100.000 ejemplares vendidos. La pasión según Carmela, una historia de amor ambientada en la revolución cubana, acaba de escalar al primer puesto en ficción; veremos si con esta novela Aguinis logra superar su propio récord de ventas alcanzado con el arrasador ensayo El atroz encanto de ser argentinos.
No parece casual que los grandes best sellers literarios argentinos abreven en la historia o en la política. Acaso sea ése un rasgo del "lector argentino común" (si es que tal entelequia existe): no lee para divertirse o para disfrutar sino para aprender y para entender, para sentirse culto o para "sentirse reflejado". Lo cierto es que después de atiborrarse de novelas históricas protagonizadas por héroes y heroínas nacionales (la sobresaturación fue tal que prácticamente acabaron por desaparecer del mercado), los lectores, y sobre todo las lectoras, parecen haberse volcado a la no ficción. Así, títulos como Historias de diván, relatos de vida contados por un mediático psicoanalista, o Matemática ¿estás ahí?, un libro de divulgación que desmitifica y vuelve fascinante -y útil- la matemática, siguen inamovibles en la lista. Y el propio Andahazi, después de varias novelas que nunca repitieron el suceso de El anatomista, vuelve a reinar con una "historia sexual de los argentinos": Pecar como Dios manda.
Pacho O'Donnell, otro reconocido autor de novelas históricas, se preguntaba irónicamente en un artículo publicado hace unos días en La Nación, si Sabato había muerto. Después de haber legado dos de las mayores novelas argentinas contemporáneas (El túnel y Sobre héroes y tumbas), y algunos ensayos trascendentes, con la vejez, el autor de Heterodoxia condescendió a un tono moral-catastrofista y casi demagógico (Antes del fin, La resistencia), y desde entonces no hay noticias.
Pero la literatura argentina sigue gozando de excelente salud, y sigue frecuentando géneros. Destaca la presencia de la ciencia-ficción y el policial entre los cientos de novelas que llegan a las editoriales. Los manuscritos argentinos son siempre mayoría en todos los concursos internacionales en lengua española, y muchos se alzan con los premios: sólo en 2007, De Santis con el Planeta-Casa de América, Ariel Magnus con el La Otra Orilla, y Martín Kohan con el Herralde.
Mientras tanto, sin prisa y sin pausa, se gestan las próximas grandes novelas de Piglia, Tomás Eloy Martínez, Belgrano Rawson, Cohen, Gamerro, Birmajer... Una de las pocas certidumbres que pueden tener hoy los argentinos, a pesar de -¿o gracias a?- los avatares políticos y económicos del país, es que la literatura avanza, inexorable. -
María Fasce (Buenos Aires, 1969) es editora y escritora. Ha publicado La felicidad de las mujeres (Destino), La verdad según Virginia (Planeta), A nadie le gusta la soledad (Emecé) y La naturaleza del amor (Emecé).
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