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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bloy repasa la lengua eterna

Pasado de moda y a la vez moderno, el francés Léon Bloy (18461917) sostuvo la mayor parte de su vida un pulso con la pobreza -la propia y la ajena- y el representante supremo de su antítesis, es decir, el que sabe arreglárselas, aquel que goza de una vida desahogada, en una palabra, lo que él llama el Burgués. Con el estandarte de su religión desaforada y un romanticismo reactivo, lo intentó mediante el panfleto y el libelo, la novela y el relato, así como en originales ataques ensayísticos, como esta Exégesis de los lugares comunes.

León Bloy sabía que la verdadera fuerza del Burgués residía en su lenguaje. Esa lengua automática, uniforme e intercambiable como las monedas que atesora. Las frases hechas que salían sin cesar de su boca eran como metálicas losas con las que se amurallaba ante el abismo (¡y cómo amaba Bloy el abismo!). Aunque el tema apestaba, o quizá por eso mismo, el fogoso escritor hundió su afilado cuchillo -uno de los últimos prodigios de la lengua francesa- en la lengua bastarda del hombre corriente.

EXÉGESIS DE LOS LUGARES COMUNES

Léon Bloy

Traducción de Manuel Arranz

Acantilado. Barcelona, 2007

369 páginas. 24 euros

Más información
Búsqueda angustiada de la verdad

El resultado, cien años des

pués, es todavía impresionante. Léon Bloy despliega toda su intuición e inteligencia para "explicar" 183 frases hechas, en la primera entrega, y 127, en la segunda, que data de 1913. Alguna vez destripará el lugar común hasta demostrar su vacuidad, absurdidad o estupidez (o las tres cosas juntas), como en "lo mejor es enemigo de lo bueno", o "no hay que ser más papista que el Papa"; otras pondrá un relato, como en "cuantos más seamos, más reiremos" y "nadie es perfecto", o un diálogo en "poner por testigo a la conciencia", o un monólogo, como en "cada uno en su casa y Dios en la de todos" ; y en fin, a veces se negará a la interpretación y dejará volar su ira o su ironía, como en "hacer el amor" o "no hay más Dios que el dinero". Por suerte, la imaginación de Léon Bloy lucha constantemente con su armado sentido moral, y su alma artística se sobrepone casi siempre a lo que hoy llamaríamos, quizá injustamente, demagógico. Como Léon Bloy dejó dicho en otro lado, en arte es preciso exagerar para mostrar la verdad.

"Conseguir por fin el mutismo del Burgués, ¡qué sueño!". Lo cierto es que si al contemporáneo de Bloy se le privaba de esos cientos de frases hechas, se quedaría sin habla, invocando así otro lugar común y empezando de nuevo. No hay escapatoria. El lenguaje actúa como su doble "real", misterioso y fúnebre. Intocable. Y la situación no ha cambiado mucho desde entonces, pues leyendo estos comentarios comprendemos con estupor de qué manera los lugares comunes se han adueñado de nosotros, burgueses todos. ¿Quién no justifica los medios por el fin, hace de tripas corazón, acusa de fanatismo ("cualquier forma de precisión es sospechosa de fanatismo"), no sabe a qué santo encomendarse, cae en desgracia, tira el dinero por la ventana o está acribillado de deudas, mata dos pájaros de un tiro, aclara una situación o tiene esperanzas, lee entre líneas o escurre el bulto? No se sabe muy bien si tales expresiones obedecen a una realidad que existe más allá de la frase hecha, o si suplantan una realidad incomprensible. ¿Son monumentos de un saber adaptativo o pruebas de nuestra estupidez interminable? En definitiva, ¿quiénes son esos "idiotas de nacimiento", que cultivan "su querida basura" y nos "ensucian con su inmunda sabiduría" desde "el altar de los negocios"?

El mejor elogio que se puede

hacer al Burgués, según Bloy, es que "tiene un corazón de oro", y por eso nadie puede confundirlo, impresionarlo, conmoverlo. No nació ayer, ni se llevará el dinero a la tumba, pero eligió una carrera, hizo las cosas como Dios manda y dejó un porvenir a sus hijos: frases simples y abismales con las que ir tirando. ¿El silencio? Eso es lo que debió cosechar este admirable libro del autor de El desesperado y La que llora al publicarse. Por lo demás, no es posible frenar la manía de repetirse, el flujo cansino de esa lengua eterna pegada a la Humanidad. "A veces pienso", escribe Bloy, mirándose de soslayo al espejo, "que el mundo se acabará con un diluvio de testimonios".

El autor francés Léon Bloy visto por Tullio Pericoli.
El autor francés Léon Bloy visto por Tullio Pericoli.

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