¡Bien has hozado, viejo topo!
La fórmula del encargo (finales alternativos, reinterpretaciones de mitos o textos célebres, antologías "de autor" temáticas, etcétera) les ha funcionado bien, de manera que los chicos de 451 siguen en sus 13. Ahora le toca al Libro de huelgas, revueltas y revoluciones, una antología de textos literarios sobre la "resistencia colectiva o individual" en la que, una vez más, las obras o fragmentos seleccionados (la mayoría de derecho público por razones obvias) y las ilustraciones forman un todo coherente. El encargado de armarla -palabra polisémica- ha sido Constantino Bértolo a quien muchos celebran (además de por su, digamos, extraterritorialidad crítica: léase La cena de los notables, en Periférica) por haber logrado el grandísimo chollo (no hablo de economía, claro) de convertirse en lo más parecido a un pequeño editor independiente (Caballo de Troya) que puede tolerar un gran grupo (Random House) en su seno, lo que también es una fórmula revolucionaria. Bértolo explica en su bien armado (caramba, otra vez) prólogo los criterios ("calidad" literaria y "significación") de una amplia selección textual que se extiende desde el "fracasado Golpe de Estado de Lucifer" hasta un panfleto antiglobalización del colectivo Wu Ming. Narraciones que forman parte de una tradición poco frecuentada en "un contexto cultural en el que predomina un confortable escepticismo" (noten la delicada manera de expresarlo) acerca de las ideologías que la nutren. Y, aunque Bértolo ha huido casi completamente de reproducir fragmentos de los "teóricos" (salvo la carta de Fanon) de la insurrección, uno no puede evitar, al final del volumen, recordar el célebre elogio de Marx a la revolución (en el 18 Brumario de Luis Bonaparte) con el que hoy he tapizado el título de este muy burgués sillón de orejas.
El bicentenario de Darwin está provocando una impresionante avalancha de publicaciones de y sobre el gran biólogo
Bicentenarios
En el último The New Yorker que he recibido (no pueden imaginarse lo mal que funcionan algunas suscripciones) viene un estupendo cartoon de Eric Hilgerdt en el que un hombre que está leyendo reclinado junto a su mujer se incorpora repentinamente, como recordando algo urgente, y exclama: "¡La cagué!, ¡me he dejado El origen de las especies donde los niños pueden encontrarlo!". Dejando aparte la referencia implícita al debate entre evolucionistas y creacionistas, lo cierto es que el bicentenario de Darwin está provocando en todo el mundo una impresionante avalancha de publicaciones de y sobre el gran biólogo (a mí, que soy bastante lego en la materia, me ha interesado especialmente Darwin, el descubrimiento de la vida, de Niles Eldredge, en Katz). Incluso la editorial Laetoli se ha descolgado con el meritorio proyecto de publicar la totalidad de los 17 libros publicados en vida por el naturalista. De los otros dos grandes bicentenarios susceptibles de revuelo editorial (Poe y Gógol) sólo el primero está siendo bien servido desde el punto de vista editorial, con reediciones varias (en Páginas de Espuma, Galaxia, Alianza, Edhasa, entre otras) de las ejemplares traducciones de Julio Cortázar. En cambio, de Nikolái Gógol, uno de los más grandes escritores rusos del gran siglo de la novela, pocas novedades hasta la fecha. Por eso resplandece doblemente la estupenda edición (en Nórdica) de El Capote, una obra maestra del realismo -con final fantástico- en la que Dostoievski vio con razón la fuente de buena parte de la literatura rusa que vino después. El relato va ilustrado imaginativamente por Noemí Villamuza, de quien desde ahora me declaro ferviente admirador.
Tormenta
A menudo me complazco en representarme la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) como uno de esos edificios al que su dibujante ha dejado sin fachada para permitirnos contemplar las actividades de quienes lo habitan, un conjunto de personajes a quienes, paradójicamente, sólo parecen unir los muros del inmueble que ocupan, y para cuyo mantenimiento pagan diferentes cuotas (complementadas con subvenciones oficiales). A veces el edificio me recuerda a los que pintaba el genial Jean Dubuffet en la década de los cincuenta, pero reconozco que últimamente se me asemeja más a la finca que Ibáñez inmortalizó en 13, Rue del Percebe. Y es que, a pesar de que el día a día administrativo sigue funcionando (por ahora) razonablemente, lo que allí está sucediendo tiene todas las características de una tormenta perfecta: aquella en la que la coincidencia simultánea y excepcional de circunstancias adversas agrava dramáticamente una situación de crisis. El pasado día 21, la junta extraordinaria prevista para elegir al presidente del máximo órgano de los editores (hablamos de uno de los principales países productores de libros del mundo), decidió suspender una votación que habría echado abajo al candidato que le "tocaba" proponer al Gremio de Editores de Madrid (GEM), al tiempo que prolongaba (algunos sostienen que no estatutariamente) por un máximo de tres meses a la actual junta directiva, presidida por quien, en su momento, propuso el Gremi d'Editors de Catalunya. Se supone que en ese tiempo se logrará un consenso que, a día de hoy, resulta más problemático que el ingreso de Bin Laden en la Cartuja, entre otras cosas porque el propio GEM no es precisamente un arcádico lago en calma. La crisis de liderazgo es de tal calibre que ya comienzan a soplar -sobre todo entre los pequeños editores independientes (agremiados o no)- vientos de Fronda radicalizados. El asunto es tanto más grave cuanto que ni siquiera todos los inquilinos del inmueble parecen estar de acuerdo en el diagnóstico, de manera que hay quien pretende poner remedio con una simple cataplasma de linaza. Para muchos las estructuras y estatutos de la FGEE adolecen de vestigios prehistóricos que no recogen la realidad de un sector en profunda mutación y encarado a retos que dejan en pura broma las transformaciones gutenberguianas del Renacimiento. Otros se quejan del "tutelaje" de los grandes -que son los que pagan cuotas más altas, como en la ONU-, enfrentados a su vez en algunos casos por peleas de mercado o, lo que es peor, por incompatibilidades personales saldadas con sonoros desplantes. Los jóvenes exigen cambios generacionales y se preguntan la razón de que los propios editores no puedan elegir, mediante procedimiento justo y eficaz, a sus líderes en un Congreso. Quizás eso acabaría, dicen algunos de mis topos, con una gremialización del sector que, en el fondo, encubre la feudalización del sistema y la formación de clientelas. La verdad es que con la que está cayendo y con los grandes grupos en pleno proceso de ajuste, cambio y reestructuración (sí: también en ese en el que está usted pensando), la situación no puede ser más preocupante. Claro que es en las tormentas perfectas cuando salen a relucir individuos e ideas capaces de promover la catarsis. Si en los próximos meses no se llega a una paz sin vencedores ni vencidos, pronto estaremos en las taifas. Y si eso se produce, que venga Google y lo vea. -
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.