La lección de Herculaneum
A medio camino entre el Vesubio y el mar, en el sur de Italia, yace una urbe romana que sucumbió a la misma suerte que Pompeya y que murmura una digna lección de orden, belleza y eficiencia. Lo hace justo en la cara de un territorio cada vez más hundido en la degradación, agredido por la criminalidad organizada y ofendido por administraciones corruptas. Esa urbe es Herculano, una zona arqueológica menos conocida y amplia, pero mejor conservada que su hermana mayor, Pompeya. Al igual que ella, es considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Pasear por su perfecto entramado de calles perpendiculares, por las refinadas residencias adornadas de frescos, por los funcionales establecimientos que animaban la vida pública de la ciudad antes de que el volcán la arrasara en el 79 después de Cristo, es un deleite. Levantar la mirada hacia la moderna Ercolano, hacia los horribles y desordenados inmuebles que se asoman al borde de las excavaciones es, sin embargo, un dolor igual de intenso que el deleite. Feo como el ruido de los motorini que recorren esas calles. Herculano está físicamente varios metros por debajo del nivel de la actual Ercolano, que está a unos pocos kilómetros al sur de Nápoles. Espiritualmente, es todo lo contrario. ¿Dónde acabó el pueblo que con tanto esmero planificaba sus instalaciones, adornaba sus casas y disciplinaba la vida pública y privada? ¿El pueblo que supo hacer suyos los mejores aspectos de otras civilizaciones y suficientemente abierto como para que extranjeros se convirtieran en emperadores?
La ruta costera hacia el sur pronto olvida las pesadillas de la periferia napolitana
Encontrar sus huellas por Ercolano y por los colindantes empobrecidos barrios periféricos napolitanos de Barra, San Giorgio o Portici (de donde procede Noemi Letizia, la menor frecuentada por Berlusconi que encendió un mayúsculo escándalo moral) no es tarea fácil. Ésta es tierra de alta concentración camorrista, notable degradación urbanística y además desangrada de muchos de sus mejores espíritus por fuertes tasas de emigración.
Pero eso no es todo. Quien quiera insistir será recompensado. Herculano es, a pesar de ciertos destrozos contemporáneos, el epicentro de una media luna rebosante de belleza. La ruta costera hacia el sur pronto olvida las pesadillas de la periferia napolitana y se convierte en un viaje de ensueño. Allí se yergue Sorrento. Tomar un café en el histórico Grand Hotel Excelsior Vittoria difícilmente se olvida. La vista del golfo de Nápoles es asombrosa desde sus terrazas. Y no es complicado imaginar cómo Richard Wagner, Enrico Caruso -habitual del hotel- o Marylin Monroe se rindieron a su belleza y atrajeran de ella inspiración.
Más adelante, ya en la costa de Amalfi, se encuentra Positano, pequeña joya agarrada a la ladera de las verdes montañas que se hunden en el Mediterráneo y centro creador de la vivaz y veraniega línea de moda homónima, además de excelentes limoncelli.
Ravello, algo más adelante, ofrece un prestigioso festival musical veraniego, reflejo de un amor por la música que viene de lejos. Ravello también, junto a toda la costa de Amalfi, es Patrimonio de la Humanidad. El escenario en donde tocan las orquestas es un lugar indescriptible, colgado en el aire, sobre el vacío. Cientos de metros más abajo, el mar.
La ruta puede seguir con una parada en Amalfi y su Duomo o la gentil Salerno. Se puede volver hacia el norte, hacia Nápoles, el ombligo del Mediterráneo. Bañarse en las estupendas y diminutas playas, coger el transbordador y atrapar en la retina la amplitud de una costa todavía preservada de la violencia de pelotazos. Da igual. Ya habrá podido usted recuperar la huella del pueblo que fundó Herculano, si ha querido. En un barco, en una casa, en un restaurante, con un café de por medio, un limoncello o due spaghetti, da igual.
Ésta es tierra de gente que ha tenido que irse, pero también de resistentes, de gente que se queda, que no busca enchufes, que a pesar de todo no aparca en segunda fila, que lleva dentro y produce cultura y no olvida la lección de Herculano, de búsqueda de la belleza, del orden y del respeto.
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