El jazz estalla en Barcelona
Un recorrido subjetivo por la historia del género a partir de la gran exposición que acoge el CCCB: música, cine, fotografía y arte en torno a un siglo mágico
Tal vez el jazz sea una misteriosa exhalación de fuego azul en la ciudad de Nueva Orleans. Miles Davis nunca olvidó su primera memoria del miedo y recordaba siempre el pánico y a la vez la fascinación que le produjo una llamarada azul brotando de un fogón de gas que alguien encendió en la casa de sus padres en Nueva Orleans. Davis tenía tres años cuando sintió el sobresalto de lo súbito de aquel fenómeno, de aquella exhalación que brotó de la cocina: "Supongo que tan repentina experiencia me llevó a algún lugar de mi mente donde antes no había estado. A alguna frontera, quizás al filo de las cosas posibles. Aquel miedo fue casi como una invitación, un desafío a entrar en un mundo del que no sabía nada".
Tal vez el jazz sea individualismo, música para uno mismo
La muestra es un viaje musical y visual a sus relaciones con las demás artes
Tal vez, desde sus orígenes, el jazz ha sido siempre eso, un desafío. Esa exhalación súbita, esa música híbrida a la que Georges Perec llamaba "la cosa", fue ya desde sus comienzos un reto, la aventura de entrar en el mundo de las incesantes búsquedas de los más artísticos estilos personales: un universo de continuas búsquedas individuales en la frontera que colinda con el filo de las cosas posibles. A fin de cuentas, el jazz verdadero siempre ha sido una música que básicamente ha representado innovación, llama azul. Bill Evans lo tuvo siempre claro: "Cuando Charlie Parker, Miles Davis y Fats Navarro tocaban bebop eran considerados bichos raros, y ahora es la música que todo el mundo toca. Para mí, jazz significa que tienes que ser original y tomar riesgos; de otro modo la música no crece, y si no crece, se muere".
Para hacer jazz verdadero se exige ser original, lo que no deja de ser una suerte para este arte tan pensado para crecer. Recuerdo que a Perec le gustaba hablar de jazz porque en el fondo eso le permitía hablar de un tipo de escritura muy querida por él, una escritura que él sabía que jamás podía llegar a nada si no era profundamente original y se molestaba en correr riesgos. Otro gallo nos cantaría si en literatura o en pintura se exigiera, con la misma vehemencia, ese elemental poder de innovación. De esas relaciones del jazz con la novedad y con las artes se ocupa la magistral muestra que se inaugura hoy en Barcelona en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, coordinada por el crítico de arte Daniel Soutif, que ya fue comisario de esta misma exposición en Italia y más recientemente en París, en el museo de quai Branly.
Recorriendo la muestra puede observarse que tal vez el jazz siempre ha sido un universo de cazadores solitarios desencontrándose en la búsqueda inagotable de sus estilos personales, únicos e inconfundibles: un teatro de soledades, de singularidades geniales. Si es así, resulta un acierto que los visitantes de esta muestra, en perfecta simetría con el mundo de solitarios al que se asoman, dispongan de audífonos para ellos solos: audífonos en los que, si acercan su oreja, pueden oír en exclusiva una tonalidad propia que les permite aislarse de la música general del recinto.
Tal vez el jazz sea individualismo, música para uno mismo, para un solo oyente con audífono en un gran teatro de soledades. Scott Joplin, Louis Armstrong, Duke Ellington, Charlie Parker, Benny Goodman, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Thelonius Monk, John Coltrane, Chet Baker, Cecil Taylor, Christian Scott. Todos ellos están relacionados, pero no hay una línea jerárquica o cronológica, ni un rey verdadero, ni una melodía central. De hecho, no hay melodía -en el sentido que damos a esa palabra en la cultura occidental- y el jazz se crea y funda a cada momento, vuelve a nacer en la primera llama azul del primer fogón de Nueva Orleans. Tal vez el jazz sea el triunfo del alma fugaz del instante y de la búsqueda incesante, infinita, del estilo. Y tal vez la historia del jazz y del siglo sea modal, como esa vertiente de "la cosa" que desarrollara con talento el propio Miles Davis. Lo modal sería entonces la sutil tensión que se produce cuando las intervenciones individuales -los famosos solos- no siempre progresan, o se resuelven de una forma simétrica que nos pueda parecer coherente. De hecho, al introducirse un nuevo modo, el centro tonal cambia, lo que implica que el oyente -incluido el visitante que pone la oreja en esta muestra- se sienta transportado al temido desequilibrio de la melodía de lo impredecible.
Se fuerza la máquina y se arriesga y se innova. Y se crece. Sólo así tiene sentido este arte. El siglo pasado fue del jazz, pero también del cine y del rock y también, por supuesto, de Freud y de Kafka, y de lo que el visitante quiera. Hay muchos siglos y todos están en nuestro mundo. Es fácil comprobarlo en esta exposición, que es tanto un viaje musical como visual que recorre las relaciones entre el jazz y las demás artes a lo largo del siglo XX y se articula en una línea de tiempo que en apariencia, pero sólo en apariencia, avanza solapada con la cronología del siglo, presentando más de un millar de cuadros, carteles, fragmentos de películas, partituras, cubiertas de discos. La muestra propone un viaje en diez etapas, que van desde 1917 y la era del jazz en América (1917-1930), hasta La revolución free (1960-1980) y Contemporáneos (1960-2002). En todas esas etapas aparecen, ligados estrechamente con el jazz, pintores como Picasso, Léger, Grosz, Pollock, Warhol, Basquiat y el sorprendente Archibald J. Motley Jr; escritores como Francis Scott Fitzgerald (Cuentos de la era del jazz), toda la beat generation (bautizada en tono de jazz, generación del ritmo), Sartre, Morand, Perec, Leiris, Vian; cineastas de la Nouvelle vague francesa y arquitectos como Le Corbusier; grafistas, fotógrafos (el gran Jeff Wall iluminando el cierre de esta exposición), dibujantes de cómic, vedettes (Josephine Baker), artistas modales de todos los rincones del mundo.
Una adenda, finalmente, se detiene en la época del jazz-art en Barcelona en torno a Hot Club 49, germen de inspiración de artistas como Tàpies, Catalá Roca, Tharrats, Ponç y Dalí. Esta sección barcelonesa nos permite escuchar, en un único audífono que será muy codiciado, el arranque de la histórica actuación de Louis Armstrong en el cine Windsor de Barcelona en diciembre de 1955. Pero también acercarnos a Ditirambo de Gonzalo Suárez, o ver a Tete Montoliu en Once pares de botas de Rovira Beleta, o revisar una secuencia maravillosa de A tiro limpio (Pérez-Dolz).
Al final de la visita, nos quedará la sensación de haber recorrido de golpe el siglo pasado en su vertiente más furiosamente artística. Una visita a una multitud de grandes creadores. ¿Quién dijo que el arte del siglo pasado fue pura ruina y decadencia? Somos demasiado propensos a una innecesaria melancolía. Esta exposición nos comunica una impresión de creatividad sin límites, y a veces nos deja hasta sonámbulos en la frontera última, al filo de las cosas posibles.
En ese espacio híbrido el aire general, a pesar de su ilusión de globalidad, viene acompañado, paradójicamente, de un timbre intimista, profundamente individual, solitario. Como si viajáramos de un infinito universo pleno al más desamparado y singular audífono. O como si estuviéramos descubriendo, en compañía de Miles Davis, una llama azul de Nueva Orleans o el sonido único de su trompeta con sordina de acero Harmon: un sonido individual suave, de notas cortas, con tendencia a la poesía y a la introspección, una "cosa" tan desgajada del mundo como a la vez próxima a él. Como si el monstruoso desorden del siglo pasado hubiera llegado a contar también con el factor audífono, es decir, con un sorprendente lado intimista, tímido y cerebral.
La exposición
- Pintura. Recortes de papel de Matisse (1947); King Zulu, de Basquiat (1986); obras de Pollock, Mondrian, Dalí, Picasso o Tàpies.
- Fotografía. Retrato de Billie Holliday, de Carl Van Vechten; Jazz, de Man Ray.
- Literatura. Cuentos de la era del jazz (F. S. Fitzgerald); textos de Jean Cocteau, Paul Morand o Michel Leiris.
- Escultura. Clarinete gigante, de Oldenburg (1992).
- Cine. Johnny Staccato, de John Cassavetes (1959).
- Diseño. Número 1 de Jazz Magazine (1935); I like jazz!, carátula del álbum de Columbia Records (1955).
- Música. Grabación del directo de Louis Armstrong en Barcelona en 1955.
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