Un islam benévolo
Todo director de comedias sabe -y Fernando Colomo, de los que más; no en vano, las lleva haciendo 30 años- que nada rinde mejor en el género que un personaje patoso, un pobre tipo que no sabe muy bien qué lugar ocupa en el mundo. Y nada más operativo para hacer avanzar una historia que meter a dicho individuo en un callejón sin salida, en mil líos inimaginables. Estas dos reglas se cumplen a rajatabla en este filme, curioso y un tanto a contramano, en el que Colomo regresa, con casi veinte años de distancia, a radiografiar un barrio concreto de Madrid, Lavapiés, ese laboratorio de la multiculturalidad en el que pulula una población joven, tanto como los eran, sin ir más lejos, los protagonistas de Bajarse al moro, su primera incursión en el barrio.
EL PRÓXIMO ORIENTE
Dirección: Fernando Colomo. Intérpretes: Javier Cifrián, Nur al Levi, Asier Etxeandía, Kira Miró, Gayatri Kesevan. Género: comedia. España, 2006. Duración: 95 minutos.
Pero las cosas han cambiado, y ahora no se trata de un puñado de progres en busca de su ración de hachís en el norte de Marruecos. Ahora, los marroquíes están aquí, y con ellos una inmigración extraordinariamente plural, desde latinoamericanos hasta paquistaníes e indios. Colomo sitúa allí a su Caín (no faltan las referencias bíblicas puestas con bastante mala baba), un gordito bonachón poco hábil para el ligue; y lo hace solidario de la suerte de la amante musulmana de su hermano Abel, un crápula que la ha dejado embarazada. De ahí a abrazar el islam, redimir a la chica con un matrimonio y liarse en mil follones, todo es un paso. Y Caín lo da; y con él, accede a un mundo cuyas costumbres desconoce por completo.
Tiene El próximo Oriente un aire de discurso abierto e informal, unas hechuras espléndidamente libres y una lectura de fondo perfectamente compartible. No se trata, parece decir Colomo, de entender al diferente, sino de hacerse como él; de ser un prójimo muy próximo, otro oriental más que, si cuadra, deberá incluso peregrinar a La Meca en pos de algo tan intangible, pero en el fondo tan importante como el deseo cumplido.
Como comedia, la película se mantiene, a pesar de algunos excesos y detalles apresurados (tanta reiteración en la aparición de los latinoamericanos, tanta maldad en el hermano malo...); pero tiene, y eso la redime de cualquier contingencia negativa, unos actores espléndidos que, aunque cinematográficamente poco conocidos, funcionan a las mil maravillas, empezando por Javier Cifrián, impagable protagonista, y acabando por Nur al Levi, espléndida musulmana en apuros. Y por tener, tiene también una manera del todo personal de acercarse a un fenómeno, el de la inmigración, que nunca había sido retratado en el cine español como en esta ocasión.
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