Rabinovich: "Ser solemne me suena desafinado"
Daniel Rabinovich es humorista, actor, cantante, escritor, toca la guitarra, el violín y, por si fuera poco, maneja como quiere algunos instrumentos informales, como el bass-pipe, el calefón y algún otro que no existía antes de que él le pusiera la mano encima. Forma parte de uno de los grupos humorísticos más importantes y revolucionarios del mundo: Les Luthiers. Woody Allen dijo de sí mismo: "Tengo un don: sé hacer reír". Rabinovich también lo tiene, y lo utiliza como nadie. Con él me apetecía hablar acerca del arte.
Pregunta. Usted disfruta escuchando a Bach, pero no sé si Bach disfrutaría viendo a Les Luthiers. ¿Creé usted que el hombre tenía sentido del humor?
Respuesta. No lo sé, pero imagino que no mucho. Se sabía de él que era un poco cascarrabias, y en la vejez sufrió muchísimo por sus enormes problemas de salud, especialmente con la vista.
P. También le gustan los Beatles. ¿Significa eso que hay varios artes, o solamente hay uno?
R. Creo que el arte, en tanto modo de comunicación de una inquietud interior, es solamente uno. Lo que tiene es diversos caminos que pueden ser recorridos con un mismo final: llegar a los sentidos de quien lo va a compartir, del público. No creo en el arte solitario, en la creación dentro de una burbuja.
P. ¿Y qué le sugieren las personas que se ponen solemnes ante el arte?
R. Ser solemne me suena desafinado, en general.
P. ¿Usted nunca lo ha sido?
R. Nunca. A mí no me ocurre eso para nada. No se debe ser solemne jamás.
P. Entonces es evidente que usted nunca ha llorado ante una obra de arte y todas esas cosas.
R. ¿Lo pregunta usted en serio?
P. Es que estaba pensando en esos artistas trascendentes que defienden que sólo se puede crear desde la amargura. Imagino que usted crea desde la alegría.
R. Cuando se escribe algo que a uno lo satisface, cuando se canta o actúa con elegancia, cuando se toca afinado y con sentimiento, es lógico que uno se ponga alegre. Es la satisfacción del deber cumplido, la belleza de sentirse en paz con uno mismo.
P. Los mejores humoristas del mundo han hecho humor con las grandes obras de arte, desacralizándolas. Muchas de las piezas de Les Luthiers son ya grandes obras de arte. ¿Cómo lleva esta contradicción?
R. Corre por cuenta y riesgo de cada uno opinar de esa manera. Yo creo que se puede hacer humor con casi todo. Solamente los temas que han provocado grandes dolores a la humanidad no deberían ser nunca tratados en solfa: el genocidio, los delitos de lesa humanidad, las grandes catástrofes de la historia.
P. ¿Recuerda cuál fue la primera obra de arte que le impresionó?
R. Los conciertos para violín de Mozart. Me impresionó muchísimo el Concierto en do mayor.
P. ¿Y la última?
R. Brooklyn Follies, de Paul Auster.
P. Pues yo he leído recientemente un libro que también me parece una obra de arte. Lo escribió usted. Me refiero a los Cuentos en serio.
R. Le agradezco mucho su opinión. La mía es que son pedazos de mi alma, sueños que inclusive pude haber vivido.
P. De hecho, usted ha vivido ya cosas que serían un sueño para muchos: ser uno de Les Luthiers, tener talento para hacer reír, o haber sido amigo de Miguel Gila. ¿Él era una obra de arte en sí mismo, verdad?
R. Miguel Gila era un hombre de bien, virtud poco común. Una persona generosa, virtud poco común. Un artista multifacético, virtud poco común. Si ser una obra de arte es un elogio para una persona, seguro que le cupo a Miguel.
P. Ha hablado usted muy bien de Gila. Yo a mi vez puntuo a Daniel Rabinovich con un 10. ¿Me ciega la pasión?
R. Evidentemente, sin duda, pero le felicito por su buen gusto.
Miguel Gila era un hombre de bien, virtud poco común. Si ser una obra de arte es un elogio para una persona, seguro que le cupo a Miguel.
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