Fin de fiesta
El año 2006 es el de los veinteañeros en crisis en el cine español. Días azules, tercer largometraje de Miguel Santesmases tras las fallidas La fuente amarilla (1999) y Amor, curiosidad, prozak y dudas (2001), vuelve a ocuparse del paso desde la juventud a la madurez, de los complejos de Peter Pan, de las últimas jornadas de desenfreno alcohólico y sexual, de las amistades truncadas por la separación física y mental, del paso adelante hacia otras actitudes y sensibilidades. Como Bienvenido a casa, de David Trueba; Azuloscurocasinegro, de Daniel Sánchez Arévalo, y Tu vida en 65 minutos, de María Ripoll, estrenadas hace unos meses, Días azules pretende reflexionar sobre las relaciones amorosas y las amistades labradas desde la infancia a través de unos personajes que se sienten perdidos ante lo que se les viene encima: el hecho de ir dejando atrás los sueños de juventud para comenzar a abrazar la responsabilidad adulta.
DÍAS AZULES
Dirección: Miguel Santesmases. Intérpretes: Óscar Jaenada, Javier Pereira, Javier Ríos, Marta Larralde. Género: tragicomedia. España, 2006. Duración: 97 minutos.
Narrada en dos mitades bien diferenciadas, separadas por un hecho trágico que va a marcar las vidas y el futuro de sus personajes, la película acusa sin embargo una notable falta de fluidez formal, tanto en la unión entre escenas como en el interior secuencial. Santesmases abusa del plano fijo, no siempre acompañado del mejor encuadre, por lo que demasiados momentos carecen de la credibilidad necesaria para provocar emociones en el público. En este sentido destacan las secuencias ambientadas en bares, pubs y discotecas (un mal endémico en el cine español), que ocupan casi por completo la primera mitad del metraje: forzadas, con poca movilidad en el plano y aún menos conjunción entre músicas y movimientos de protagonistas y extras.
Además, las pretensiones de frescura en las interpretaciones y en los diálogos no siempre llegan, ciertas conductas de los personajes parecen impostadas (¡ese viaje a Brasil!), y hay demasiados elementos distanciadores entre las criaturas de ficción y el propio espectador. Por ejemplo, las perpetuas gafas de sol (de día y de noche, en exteriores y en interiores) que viste en la segunda parte el personaje interpretado por Javier Pereira puede que quieran expresar su poca capacidad para mirar y para ser mirado, su encierro en un caparazón en el que se siente mucho más seguro; sin embargo, al cabo de un rato, las gafas acaban resultando mucho más patéticas que metafóricas. De modo que sólo en muy esporádicas situaciones, quizá las más simples, Días azules consigue mostrarse como lo que realmente pretende ser: un espontáneo y entretenido retrato generacional sobre el fin de la fiesta juvenil, a caballo entre la ligereza y la profundidad.
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