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Madera de profeta
Columna
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Faltos de aburrimiento

Toni García

El martes de la semana que viene sale a la venta en Estados Unidos Ready Player One, una de las novelas con más hype (ya saben esa palabreja anglosajona que se utiliza para definir algo que amenaza con ponerse de moda) de 2011 y de la que lleva hablándose desde principios de año y especialmente desde el preciso momento en que Hollywood empezó su particular duelo a muerte en OK Corral para hacerse con los derechos. Finalmente ha sido Warner Bros el que acaba de anunciar que el libro es suyo y que ya ha empezado a desarrollar el guion.

Ready Player One es el debut de un tipo llamado Ernest Cline, un autor de esos que aúnan un notable talento para escribir con una sapiencia muy particular: es un obseso de los ochenta. Cline sitúa su novela en 2044. No ha habido ningún apocalipsis, al menos no uno instantáneo, pero el planeta vive su decrepitud a cámara lenta. Los combustibles fósiles se han agotado, la recesión cabalga desbocada hacía el horizonte gris y la mayoría de los mortales no tienen donde caerse muertos. Eso sí, la tecnología sigue siendo un sustituto perfecto para la vida mundana: un sistema llamado OASIS, al que todo el mundo puede conectarse sin distinción de credo, raza o condición social es la gran panacea de los deprimidos de la Tierra.

Los practicantes del juego se cuentan por centenares de millones. Además, por si fuera poco, el multimillonario inventor de OASIS, un excéntrico llamado James Halliday, ha decidido dejar las pistas de su herencia escondidas en el juego. El que encuentre las claves justas podrá dejar de ser un muerto de hambre y vivir el resto de sus días entre montañas de pasta. Obviamente la idea atrae a un montón de tiburones a la red y la cosa se complica por minutos.

El toque de gracia es el propio OASIS: un universo virtual clavado en los años ochenta, lleno de referentes poperos, clásicos y contraculturales, pero también de calentadores, bandas horteras y películas de culto. Todo ello se combina para crear un tomo que hará explotar las córneas de los fans de la literatura de género y de los freaks de medio mundo. Ready Player One puede ser la gran novela de ciencia-ficción de nuestra época (seguramente por eso Random House pagó más de 353.000 euros por los derechos leyendo un simple borrador) o una de esas novelas que dentro de seis meses se vende al peso. Aunque huele más a lo primero podría ser lo segundo: las expectativas hiperbólicas poseen su efecto rebote.

Aun así la novela plantea una bonita paradoja: hay algo peor que morirse de hambre y eso es aburrirse. Cuando yo era un chaval el aburrimiento era casi una religión. El dios de las musarañas era el más poderoso aliado de un niño que no tenía acceso a móviles, 300 canales de televisión, redes sociales, consolas, Internet y demás estímulos tecnológicos. Nada le hace a uno tan creativo como aburrirse y si no hay estudios al respecto debería haberlos: obliga al cerebro a inventarse sus propias excusas para evadirse. En cambio para los críos de hoy día la idea de estar dos horas sin otra cosa que un papel o un muñeco en las manos es el infierno de Dante en versión de bolsillo. Parece como si los niños (y ya de paso los adultos) vivieran en una hiperestimulación perpetua, una adicción a las máquinas que se traduce en un nihilismo tecnológico nunca visto. ¿OASIS? Un juego de niños. ¿Lo nuestro? Una plaga.

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