Bach / Casals, en clave de chelo
Un libro del crítico de música Eric Siblin desvela las secretas conexiones entre el compositor y el intérprete, que encumbraron el instrumento
A veces el nacimiento y la consagración de una obra de arte tienen que ver, sobre todo, con la geometría. El triángulo que conecta a Johann Sebastian Bach con Pau Casals y las suites para violonchelo, que ambos se encargaron de engendrar y encumbrar, ha sido trazado en un libro excepcional por el crítico de música Eric Siblin.
La coherencia y la modernidad inmortal de esa obra asaltan el oído y la emoción de quienes la escuchan ahora. Pero puede que Bach solo la concibiera como una serie de ejercicios para dominar ese instrumento a quien nadie daba importancia. "Me cuesta creerlo, son demasiado bellas para tan poco. Pero es cierto que no se sabe con seguridad", afirma Siblin, canadiense, especializado en rock and roll hasta que se adentró en el mundo de Bach y Casals para escribir Las suites para violonchelo (Turner). Quedaron en el olvido hasta que dos siglos después llegó un intérprete y las recuperó. Cuando Casals encontró las suites en una tienda de partituras de segunda mano de la calle Ample, en Barcelona, nadie sospechó que se hallara ante lo que hoy es una obra cumbre del arte universal.
El catalán encontró las 'suites' en una tienda de segunda mano en Barcelona
"Hay momentos en los que recuerda a solos de Jimmy Page", afirma Siblin
Su padre quería que fuera carpintero. Pero la vocación apareció muy pronto. Le conocían como el nen y tocaba en los cafés antes de conquistar el mundo en las salas de concierto como el gran violonchelista de su era. Fue catapultado por María Cristina, la reina regente -todo un curioso signo paradójico del que nunca renegó un nacionalista catalán convencido- o por figuras como Isaac Albéniz.
La historia de Casals está conectada a una obra, a su grabación traumática con la Guerra Civil de fondo en los estudios EMI de Abbey Road, en Londres, y su determinación antifascista. Aquella conexión mística le llevó hacia un padre de familia numerosa proveniente de Turingia, que empezó a componer aquella música en torno a 1720 -es un misterio su génesis- poco después de que saliera de la cárcel. Sufrió encierro por capricho. Un preludio a lo que fue su vida posterior, en la que tuvo que emplearse a fondo para esquivar envidias y zancadillas. En aquel caso, el duque Wilhelm Ernst deseaba que declinara la oferta de traslado que le había hecho el príncipe de Kothen. Pero no lo logró ni encerrándolo.
Lo raro era la elección del instrumento para crear la obra. El violonchelo en los tiempos del barroco, no dejaba de ser un triste elemento acompañante, comparsa de colchón para los demás. Hasta que Bach lo catapultó al olimpo de las sonoridades. Sus intérpretes lo ennoblecieron después hasta el virtuosismo. Siempre gracias a las suites. Hoy, para Siblin, las resonancias están plenamente vivas. "Era moderno en 1720 y lo será en 2120", aduce el autor. "Hay momentos en los que me recuerda a solos de guitarra de Jimmy Page, de Led Zeppelin. Cada generación ha sabido acercarse a Bach según sus propios términos. Se transforma en cada era por su enorme calidad".
Reinventar a Bach es un debate perpetuo. Tan fértil como inútil a la hora de decantar un veredicto justo porque la sentencia está en el gusto de cada amante de la música. Siblin arremete contra la pureza de la denominada corriente auténtica -que defiende su interpretación con criterios historicistas e instrumentos de época- y defiende el romanticismo que resuena en Casals. Su versión aún pesa sobre quienes hoy las acometen. Desde Rostropovich a Mischa Maisky o Yo-Yo Ma, el músico catalán es el referente.
Casals evangelizó con las suites. Las tocó por todo el mundo y al tiempo hizo justicia al violonchelo. Hasta que lo dignificó como intérprete, no pasaba de ser un instrumento que, según George Bernard Shaw, en funciones de crítico musical, le recordaba "a una abeja zumbando en el interior de un cántaro".
Pero el chelo no volvió a ser lo mismo después de Casals. Fue un hombre de principios. Ennobleció el instrumento que amaba y ennobleció la figura del músico. Lo mismo que se negó a tocar para los nazis en la guerra, hizo lo mismo con todos aquellos países que abandonaron a España en brazos del franquismo y reconocieron el régimen.
Lo de los nazis fue un trago. Descubrieron que el maestro pasaba la guerra en la Francia ocupada escondido en Prades y fueron a buscarle. Él creyó que querían detenerle. Las autoridades colaboracionistas le tenían ahogado. Apenas comía nabos, judías y patatas. Pero el jefe de la delegación quería que tocara en Berlín, ante el Führer. Casals se excusó. Primero esgrimió razones políticas: "Mi posición frente a Alemania es la misma que la que tengo con respecto a España". Silencio incómodo. No le valió. Insistieron. La siguiente resultó determinante: "Tengo reuma en el hombro".
Después de habérsela jugado con un no al mismísimo Hitler, sintió una enorme frustración cuando terminó la guerra y los aliados limpiaron casi todas las vergüenzas a la España de Franco. Estaba furioso y terriblemente decepcionado con las componendas, sobre todo británicas. "No puedo cobrar su dinero", decía. Decidió retirarse.
Tan solo se animó a interpretar algo en público en el pueblecito donde se apartó del mundo. Junto a los Pirineos, en la frontera cercana. Obviamente con las suites: "El rasgueo de su arco se sintió como una seda pesada", contó una crónica en The New Yorker.
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