"Es un deber vivir después de Auschwitz"
Imre Kertész tenía hambre a las tres de la tarde del lunes en Berlín; llegó al hotel donde habíamos quedado, en el centro de la ciudad que simboliza para él tantas cosas, y se pidió en la barra un bocadillo de jamón de York que luego dejaría a la mitad. Tranquilo, pausado, el autor de Sin destino se dispuso a hablar del pasado como si fuera una herida, pero también como si fuera el sustento de una obra de arte.
Berlín, escribió una vez, "era la ciudad de Europa más expuesta al peligro", y era también la ciudad cuyo nombre evocaba ciertos azules de su infancia. Ese Berlín mítico fue luego, sobre todo, el lugar del que salía la rampa hacia los campos de concentración que rompieron su vida nada más empezar... Ahí vive, en medio de la memoria de su drama.
"Comunismo, nazismo; se ha desarrollado un patrón, está en las mentes, puede repetirse"
"La libertad de pensamiento de la que gozamos en Europa es el valor más importante"
"El arte tiene que descender al mal, tratar temas negativos, para sacar luz"
"Cuando los artistas hablan del amor y la felicidad, hablan de utopías"
Tenía dolor de espalda, estaba resfriado, pero se sentía feliz de hablar, y cuando empezó a hacerlo, aquel hombre humilde de ojos asombrados y cálidos alcanzó su verdadero poderío; dejó de ser el modesto viandante que en Berlín cruzaba la calle enfundado en un tupidísimo abrigo negro y se convirtió en Imre Kertész, el escritor húngaro que contó su experiencia en los campos de concentración y le puso un nudo en la garganta a los lectores de su límpida, terrible historia.
Su novela Sin destino, que como prácticamente toda su obra ha sido publicada en español por El Acantilado, es un clásico entre los testimonios de lo que sufrieron las víctimas de los campos, y se ha convertido en símbolo (ahora también en cine) de aquel horror, que él sufrió cuando era aún un adolescente tanto en Buchenwald como en Auschwitz; el resto de su obra, incluidas sus reflexiones y sus diarios, giran en torno a esa enloquecedora experiencia; convertida en literatura, su memoria le valió en 2002 el Premio Nobel.
Ahora vive entre Berlín y Budapest; llega con su sombrero negro ("el de hace años", dice) y come como un pajarito; sus ojos vivarachos y bonachones caen sobre las preguntas como dos luces que él agita a veces con rabia. Habló en húngaro, y una intérprete -Julia Maté, hija de húngaros- nos tradujo al inglés ese idioma que a veces parece nórdico. Queríamos hablar sobre el tiempo que ha vivido, e Imre Kertész lo hizo con pasión y con desesperanza. En cualquier momento, dijo, la humanidad se puede caer.
Pregunta. Escribe usted en Kadish por un hijo muerto: "El siglo, ese pelotón de fusilamiento en servicio permanente, se prepara otra vez para disparar...". Un siglo terrible, usted lo padeció. ¿Cómo lo ve hoy?
Respuesta. Creo que aún hay cosas que están por desvelarse del siglo XX. Pero ocurrieron hechos sin precedentes en ese siglo, que son los regímenes totalitarios que existieron, el nazismo y el comunismo. Eso es algo que no podemos olvidar.
P. ¿Y las amenazas del siglo, las que usted padeció, han sido resueltas?
R. No creo que sea posible superarlas, porque todo lo que pasó en el siglo XX ocurrió y sigue existiendo, está con nosotros, es nuestra memoria. Auschwitz, el Gulag... viven aún en los genes de la humanidad. Y las generaciones futuras seguirán llevando estos genes.
P. ¿Y cómo se manifiestan esos genes? En la ex Unión Soviética, por ejemplo, ¿cree usted que a pesar de que ya no haya un régimen comunista aún queda algo de ese sistema en los genes de la gente?
R. No creo que esto sea algo relacionado con la política, es más bien una herencia que acarrea la humanidad. En cuanto a Rusia, no le puedo decir nada al respecto, ya que no me siento cerca de ese país, lo conozco poco. La situación de Rusia no ha cambiado en siglos. Desconocen la democracia. Ni siquiera la contemplan como forma de convivencia. Introdujeron otro sistema, que es el bolchevique. A través del bolchevismo quisieron abrirse a Occidente, y esto es lo que les llevó a idear el Gulag, los campos de exterminio en Rusia. Ocurrió de forma independiente a la política. Era una forma de vida y se transmitía a través de la gente. No creo que se haya superado ni se haya acabado. Y si no llega Rusia pronto a la democracia, eso conllevará serias consecuencias.
P. ¿Y dónde está el gen del otro sistema totalitario, el nazismo, el fascismo? ¿Aún pervive en la humanidad? La experiencia de la guerra y la devastación de aquellos años, ¿acaso no fueron suficientes para que dejara de existir para siempre?
R. No quiero que haya malentendidos. No estoy diciendo que estos sistemas, como el comunismo o como el nazismo, estén codificados en los genes. No es lo que quiero decir, pero lo cierto es que los sistemas existieron y a raíz de aquello la gente los lleva consigo. Se ha desarrollado un patrón, y ese patrón existe en las mentes de la gente. Puede ocurrir de nuevo porque ya existe un modelo, un patrón. Antes de la [última] guerra, si a alguien se le hubiese ocurrido decir: vamos a construir un campamento de exterminio de judíos, la gente habría pensado de esa persona que era un enfermo mental. Antes de la guerra, esas cosas no habrían sido posibles. Pero hoy sí, hoy puede ocurrir, porque existe un precedente. Quiero usar la palabra escándalo para lo que siento. Escándalo porque ocurrió en una cultura cristiana. Tanto el Holocausto como el nazismo ocurrieron en una cultura cristiana cuyos valores se colapsaron. El que los valores se hubieran colapsado, como bien predijo Nietzsche hace tiempo, ¿es algo que ya viene predeterminado por la humanidad? ¿O tiene que ver con la incompatibilidad de los alemanes y los judíos?
P. En Jerusalén, usted dijo hace cinco años que se sentía transido de felicidad, entre los judíos, pero se preguntaba por el porvenir, inquieto. "Hablaremos dentro de veinte años". Ahora hay conversaciones entre Bush, los palestinos y los israelíes para pacificar la zona. ¿Alberga usted alguna esperanza, o aún hay que esperar quince años más?
R. Para ser honesto, no estoy puesto al día en la política actual. No puedo comentar nada sobre lo que dicen dirigentes como Bush. Pero a largo plazo somos todos humanos y, por tanto, tenemos ideales humanos, y son estos ideales los que algún día harán posible la armonía. En Jerusalén creo no haber conocido a ningún judío intelectual que se opusiera a que exista un Estado libre palestino. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas son manipuladas a través de la política. Es posible que exista vida normal en Palestina porque hay un antecedente armónico, cuando Israel estaba bajo el mandato inglés. Funcionó y entre la gente no había distinción. Esto fue antes de la Primera Guerra Mundial. La coexistencia no empezó con odio, sino con cooperación. Los judíos compraron tierras y allí cultivaron naranjos. Esto es algo que podría suceder de nuevo.
P. Usted dijo: "La ley de nuestro mundo es el error, el malentendido, el no reconocimiento del otro". Se puede aplicar a lo que sucede entre esos vecinos. ¿De qué estamos hechos, que no somos capaces de evitar el odio?
R. Es una cuestión de humanidad y encuentro muy difícil buscar la conexión política. La naturaleza humana es así. En cuanto al desarrollo del Israel, el poder y la forma de pensar se está trasladando a una generación más joven. Y eso significa que habrá menos resentimientos, menos conexión con el Holocausto. Es una generación distinta. Pero no puedo predecir el futuro. Lo que yo me planteo es mi relación con Israel. Es algo personal; desde que reflexioné sobre ello me di cuenta de que no tengo ningún derecho a opinar sobre Israel ni a interferir en sus asuntos.
P. Auschwitz, que según usted domina el siglo, es el símbolo del mal. ¿Sigue siendo el símbolo más poderoso o se ha visto disminuido por otros símbolos? Como usted se pregunta, "¿a quién pertenece Auschwitz?".
R. Es muy buena pregunta, y por consiguiente muy difícil de contestar. A raíz de la película La vida es bella [de Roberto Benigni], escribí un artículo en el que contaba cómo los supervivientes del Holocausto se aferran a cada uno de los detalles de lo que ocurrió y cómo esperan que los cineastas reflejen esa realidad. Ahora hay una generación muy distinta y lo que les toca a los que vienen es reflexionar sobre cuál es su relación con el Holocausto. ¿Buscarán soluciones? ¿Encontrarán maneras de ahuyentar esos resquicios? Creo que es muy difícil eliminar los restos de la memoria porque eso se transmite a través de la sangre. Los jóvenes de hoy tienen que encontrar una forma de tratar el tema del Holocausto.
Existe una anécdota húngara. Había un poeta que escribió un poema maravilloso que se tradujo a varios idiomas. De uno de esos idiomas se volvió a traducir al húngaro y no tenía nada que ver con el poema original. He conocido a muchas familias judías que criaron a sus hijos sin contarles nada sobre su historia. Más tarde, por pura coincidencia, esos niños, ahora adolescentes, se enteraron de lo que les había ocurrido. Y obviamente les resultó muy chocante para ellos saberlo así, de sopetón. De pronto se vieron ante una palabra nueva en su diccionario mental y no sabían qué hacer con ella. Así que tuvieron que buscar la armonía para poder seguir adelante en la vida. Muchos sufrieron un ataque de nervios y no supieron qué hacer con esa historia. Otros intentaron asumirlo. Y otros emigraron a Israel para encontrar la manera de buscar la paz y solidarizarse con la comunidad judía.
P. No se acabó el mal con el Holocausto. Ahí tiene usted lo que sucedió en Nueva York, en Madrid, en Londres... ¿Tiene usted respuesta a este permanente resurgimiento del mal?
R. Mucho depende de nosotros. Ya hablé de la caída de los valores durante el régimen nazi. Hemos de crear, construir nuevos valores, un nuevo sistema. Es fundamental para lograr defender Europa y los valores europeos. Europa es muy pequeña, comparada con otras partes del mundo. Grecia era también un pequeño país cuando luchó contra Persia, pero peleó y defendió sus valores. Cuando hablamos sobre la defensa de nuestros valores debemos considerar que el valor de la libertad de pensamiento que gozamos en Europa es el valor más importante. Si valores como éstos no se protegen, será el fin de Europa. Y eso no lo queremos.
P. ¿Y estamos defendiendo esos valores? ¿Es Europa consciente de que ha de preservar esos valores culturales, intelectuales? ¿Está Europa construyendo un nuevo espíritu?
R. La mera existencia de Europa es prueba fehaciente de que funciona, de que esta vida tan especial que gozamos en Europa se debe a que no quiere renunciar a nuestros valores. Sólo así, defendiéndolos, teniendo conciencia de ellos, le resultará posible mantener los valores espirituales, culturales, etcétera, de los que depende. Pero no podemos relajarnos. Ha de ser una lucha diaria, un recordatorio diario; una tarea enorme.
P. ¿Tiene usted esperanza en la raza humana?
R. Sí.
P. ¿Y cómo puede ser que la vida sea tan bella y al mismo tiempo produzca tantas tragedias? ¿De qué estamos hechos?
R. Esto es algo que la humanidad se ha preguntado desde la antigüedad, desde que se escribieron los primeros dramas griegos. Es la base de nuestra cultura y de muchas otras.
P. Ha dicho usted que la historia del superviviente, y usted es un superviviente, no es trágica, sino cómica.
R. Son juicios de las novelas, y en las novelas todo es diferente; ahí te permites hacer juicios radicales. Una novela es arte y el arte siempre necesita de la distorsión, de la exageración.
P. Su frase es terminante: "El superviviente no es trágico, sino cómico, porque carece de destino. Por otra parte, vive con una conciencia trágica del destino".
R. Es una frase que dice un personaje en una novela mía. Es una frase muy específica. La pregunta es: ¿Cómo podemos lidiar con estos temas? Por ejemplo, Samuel Beckett describió a sus personajes de manera muy distinta a como pensaba él sobre la humanidad. Están los personajes por un lado y el escritor por el otro. Y yo no soy necesariamente mis personajes. Pero, si me permite volver al tema de Europa y del mal del que estábamos hablando, creo que hasta que tengamos el poder espiritual de descender al mal y ascender de nuevo y enseñarle a la generación venidera lo que ha ocurrido no seremos capaces de crear algo positivo con todo esto, no seremos capaces de crear valores nuevos con lo que nos sucedió... Si permanecemos en el terreno del mal, sin ascender, eso constituiría un problema gravísimo. Creo que el arte tiene que descender al mal, tratar temas negativos, para sacar luz, para que las generaciones venideras vean con más claridad la memoria de los otros.
P. Usted mismo dice que ha hecho de su vida una obra de arte. ¿Cuándo es posible convertir una memoria como la suya en arte? ¿No es difícil hacer arte con tanto dolor?
R. Esto cambia después de cada novela. Todas mis novelas tienen puntos de vista distintos sobre lo que pasó. Y es un tema recurrente. Nunca me lo planteo a priori. Es algo que sucede al escribir, está ahí, va viniendo. Escribo un párrafo y lo leo y me doy cuenta de que está mal, que lo tengo que reescribir. Tengo que aprender de mis errores. Y éste es el procedimiento que utilizo. El mundo ha cambiado, fíjese la cantidad de idiomas en los que nos vamos entendiendo, cuántas obras de arte no se hacen del horror que sucedió y que sucede. Mire la música, por ejemplo: antes de la Primera Guerra Mundial hubo cambios debidos a razones particulares, pero las guerras lo cambiaron todo, y donde hubo sonidos vino el caos. La razón es el colapso de la cultura europea, la falta de consenso, el conflicto se adueñó de la creación artística, la dislocó. Todos tienen un punto de vista, ideas distintas. Durante el barroco, por ejemplo, si uno hablaba de Dios, todos entendían lo mismo. Hoy, Dios es diferente para cada uno. No hay consenso ni sobre lo que significan las palabras. Cada persona entiende cosas diferentes. Ahí entra el artista, a hacer lo que le da la gana, a convertir en obra de arte incluso el dolor.
P. Dice su colega Jorge Semprún, que sufrió como usted el horror de los campos de concentración, que jamás olvida, ni un minuto, lo que le sucedió en Buchenwald. Pero dice que aún no se atreve a hablar de algunas de las cosas que vio o padeció. ¿Hay cosas de su pasado como víctima de los nazis a las que aún no se atreva usted a enfrentarse?
R. Debe de haber algo, seguro, pero ahora mismo no soy consciente. Si he vivido alguna experiencia humillante y escribo sobre ella, no estoy muy seguro de que en la escritura quede reflejada verdaderamente esa humillación, o al menos al nivel del sufrimiento que viví. Pero estoy de acuerdo con Semprún, hay cosas que seguramente uno no se atreve a decir. Todavía. Por cierto, conocer a Semprún fue un placer. En la literatura del Holocausto (¡y conste que detesto ese término!), él es una figura muy importante.
P. Usted ha dicho que el Holocausto dejó la literatura en suspenso. "De hecho, qué escritor de hoy día no es un escritor del Holocausto... Tras Auschwitz nos hemos quedado solos". ¿Qué huella deja en el alma semejante experiencia?
R. Indudablemente, ha dejado una huella profunda en el alma, y no hay día que pasa sin que piense en ello. Quizá suena a cínico, pero ése es el tema central de mi trabajo, de mi arte. Por eso tengo que pensar en ello. Mis novelas son las formas que encontré para tratar con esta experiencia. Este hecho, el de haber encontrado una manera de enfrentarme a ello, es decisivo en mi vida.
P. La pregunta tradicional es: "¿Es posible escribir después de Auschwitz?". A lo mejor tendría que ser: "¿Es posible vivir después de Auschwitz?".
R. Ja ja. Pero yo no diría que es posible, es un deber vivir después de Auschwitz, con todo lo que fue Auschwitz, con lo que representa aún, con lo que representará.
P. ¿Ha sido difícil?
R. La escritura lo ha hecho posible; la escritura lo convierte a uno en otro.
P. La escritura libera.
R. Has de liberarte antes, para poder escribir.
P. Y Sin destino es lo más liberador que ha escrito.
R. Esa novela sólo fue el comienzo, porque, como sabe, todos mis libros son parte de una gran novela, es decir, de una sola novela extensa, alargada. Ésta fue muy importante porque me permitió una manera muy distinta de ver las cosas. Me di cuenta, por ejemplo, de que el lujo no tiene importancia, de que lo importante es poder pensar.
P. Tiene usted una frase, en la traducción española, sobre "el azul de la infancia" que recuerda un verso de Antonio Machado, el poeta español. En esa infancia, ¿cómo era Imre Kertész?
R. Mi niñez era miserable. Pero así es la niñez en general, miserable porque dependes de los demás. Afortunadamente, los niños no son conscientes de ello.
P. Y ahora que ya es consciente, ¿sigue pensando que la niñez es miserable?
R. Sí, sigo pensando lo mismo. Un niño no tiene idea de lo complejo que es el mundo. Y los adultos no saben cómo piensan los niños ni lo que necesitan entender. Los niños sólo obedecen a lo que les dicen los adultos, no son nadie...
P. Usted ha sobrevivido, y dice que ha sobrevivido a un siglo "terrible".
R. Sí, un siglo terrible.
P. Pero añadió a ese adjetivo esta salutación optimista: "Y sigo vivo". Y aún más: "Y si ahora me preguntan qué me mantiene con vida, responderé sin vacilar: el amor".
R. Sí, el amor es lo más importante para un artista. De hecho, es la última frase de la Divina Comedia. Aunque los temas de que hablo no traten siempre del amor, todo está basado en ello. La palabra amor ha sido usada tantas veces, y tan mal usada, que debemos crear una situación real que la merezca. El resto es la literatura.
P. Ganó el Nobel y se produjo un pequeño terremoto en su vida personal.
R. Sí, ja ja, el Premio Nobel fue una suerte de catástrofe.
P. Entonces confesó que no sabría si iba a encontrar alguna vez "el equilibrio entre mi vida, el trabajo y el premio".
R. Pero ya hallé el equilibrio. ¡Y me acostumbré al dinero, que al fin y al cabo tampoco es tanto! Con ese dinero te compras un piso pequeño en París. O un piso pequeño en Manhattan. Pero es bueno tenerlo, cómo vamos a negar eso.
P. Kertész, hablemos del futuro. Usted ha dicho que hemos descendido a la bajeza de Auschwitz, que desde ahí ya es muy difícil descender más. ¿Y subir? ¿El mundo será un lugar mejor?
R. Por supuesto que albergo la esperanza de un futuro mejor. Pero ésta es una gran especulación. Cuando los artistas hablan del amor y de la felicidad, hablan de utopías. Y me gustaría creerles.
P. Usted escribió en su diario, en enero de 1991, en plena primera guerra del Golfo: "Ambiente de catástrofe". Siempre hay razón para escribir una entrada así, en el mundo actual. Hoy mismo, sin ir más lejos.
R. Es increíble la capacidad que tiene el ser humano de hundirse. Y es alarmante que tan cerca de nosotros esté prevaleciendo una ideología terrible, la del fanatismo religioso, la de los que no valoran la vida propia ni la de los demás. Y cuando no se valora la vida se produce una situación muy peligrosa.
P. ¿Prevalecerá la amenaza?
R. No creo que este fanatismo pueda prevalecer a la larga. No tiene sentido. ¿Cuál es el objetivo? Entiendo que en Palestina quieran su propio Estado, pero no logro entender que el mundo entero gire en torno a esto; es muy bárbaro. La civilización entera puede ser destrozada en diez minutos, pero lleva siglos enteros reconstruirla. Es inconcebible lo fácil que se rompe todo y lo difícil que resulta rehacerlo.
P. ¿Qué le hace feliz, Kertész?
R. La vida me hace feliz. Es muy difícil analizar la felicidad, la del día a día y la que te sorprende, la que te agarra inesperadamente y en cuestión de segundos te eleva a la creación. Puede haber, en unos segundos, armonía, espíritu positivo, y de pronto todo se evapora, ¿no lo siente usted así? De pronto todo se evapora. Es la única razón por la que estamos aquí, para disfrutar esos segundos, sentir esa ola de calor. Cuando estamos en armonía con la creación, eso es la felicidad.
P. Su colega italiano Leonardo Sciascia decía que era un instante la felicidad.
R. Y es que no es más, la felicidad son unos segundos nada más.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.