La década indefinida
La primera década del siglo XXI probablemente pasará a la historia como una década tumultuosa, con múltiples eventos de difícil comprensión que dejan una sensación de incertidumbre e indefinición con vistas a la próxima década. Aparte del problema de cómo denominar a la década -¿la década de los ceros?- nos enfrentamos a una sociedad que está cuestionando múltiples pilares del conocimiento hasta hace muy poco asumidos casi como dogmas: la bondad de la desregulación, la validez de la política fiscal activa, la virtud de los controles de capital, la misión de los bancos centrales, la geometría de las relaciones internacionales, la racionalidad de los agentes económicos...
Éstas y muchas otras preguntas, hasta hace poco casi impensables, se plantean ahora de manera repetida, con un resultado cacofónico donde nadie se pone de acuerdo en el camino a seguir. Estamos ante un experimento en tiempo real de destrucción (intelectual) creativa, donde al final las tesis vencedoras en este debate dominarán la economía y la política en las próximas décadas. A pesar de todo su esplendor, hemos vivido una década tan sólo de transición.
A pesar de todo su esplendor, hemos vivido una década tan sólo de transición
La magnitud de la duda intelectual es proporcional a la magnitud del shock. Y no, no me refiero a la crisis de los últimos tres años, sino a los descubrimientos tecnológicos de la primera mitad de los años noventa, la génesis de los acontecimientos de la ultima década. ¿Recuerdan la invención de Internet, del correo electrónico, de los teléfonos móviles?
Amplificada por el acelerado aumento de la capacidad de proceso de los ordenadores, la revolución tecnológica generó una onda expansiva a la cual la economía mundial está todavía adaptándose. Esta perspectiva de más largo plazo es imprescindible si queremos extraer las conclusiones correctas de los eventos de los últimos años y progresar hacia un mundo mejor.
Usando los conceptos de la teoría económica neoclásica -que, a pesar de las múltiples críticas, muchas de ellas terriblemente oportunistas, sigue siendo perfectamente válida-, los descubrimientos de los años noventa supusieron un shock positivo a la productividad de gran magnitud. De repente, todos nos hemos vuelto más eficientes: las comunicaciones son más rápidas y baratas, los procesos productivos se han revolucionado, la distancia física ha dejado de ser un factor relevante y la transmisión de datos y de información se ha acelerado. Los costes de producción han caído significativamente. Se han abierto múltiples oportunidades, ejemplificadas en los conceptos de globalización y deslocalización. Y el ciclo de noticias se ha acelerado, alertándonos cada minuto de los cambios, generando una competencia feroz por los titulares periodísticos, nublando la diferencia entre información y opinión y ejerciendo de poderoso amplificador del cambio.
En este contexto se puede entender la década pasada como una década de transición. La innovación tecnológica generó un encadenamiento de burbujas. Primero fue la burbuja original, en el sector de la informática y las nuevas tecnologías, que reventó en el año 2000. Ya entonces, las nuevas fronteras reveladas por el avance informático generaron una primera burbuja en el sector de la biotecnología. La burbuja crediticia fue el resultado de la aplicación de estas nuevas tecnologías al sector financiero. Con una capacidad de proceso informático altamente ampliada, el sector financiero desarrolló nuevos sistemas de análisis del riesgo que facilitaron la creación y difusión de productos crediticios y de sus derivados. El shock positivo de productividad generó un aumento del crecimiento potencial y una deceleración de la inflación, y los bancos centrales respondieron con tipos de interés moderados. Los medios de comunicación amplificaron las bondades de las innovaciones financieras. Los mercados acogieron todas estas novedades con euforia. Los reguladores tardaron mucho en reaccionar y, en algunos casos, adoptaron una actitud demasiado relajada.
De la misma manera que el progreso tecnológico en el sector del automóvil aumenta la seguridad de los vehículos y, por tanto, debería permitir conducir a mayor velocidad -al fin y al cabo, los pilotos de fórmula 1 salen ilesos de accidentes a 300 kilómetros por hora-, el progreso tecnológico permitió a la economía mundial unas tasas de crecimiento mucho más rápidas. Pero, como en el tráfico, a mayor velocidad, mayor es la probabilidad de un accidente mortal si se comenten errores significativos, y esto es lo que le sucedió a la economía mundial. Las nuevas tecnologías financieras redujeron la vulnerabilidad de la economía ante contratiempos pequeños -la diversificación del riesgo financiero a través de derivados, y del riesgo productivo a través de la deslocalización y la globalización-, pero aumentaron la vulnerabilidad global ante un shock sistémico que cuestionara las bases del sistema.
Por desgracia, el shock sistémico sucedió, y ahora estamos tratando de entender dónde queda la economía mundial tras este revolcón. El progreso tecnológico es verdadero y seguramente ha generado riqueza, pero hay que crear salvaguardias más resistentes para poder crecer de manera rápida y a la vez segura. La primera década del siglo XXI ha sido la transición hacia un mundo que pueda acomodar la revolución informática. Cada país deberá mirar hacia atrás y comprender en qué medida la bonanza de la última década era verdadera o tan sólo fruto de la experimentación, y la respuesta puede no resultar agradable en algunos casos.
Además, el contexto geopolítico ha cambiado enormemente, como demuestra el contundente fracaso de la cumbre climática de Copenhague. El profundo deterioro del liderazgo estadounidense, combinado con el ascenso chino y de los países emergentes y con la indiferencia europea, aumenta la incertidumbre sobre la gestión de un mundo multipolar. La primera década del siglo XXI ha sido una transición hacia el futuro, generando muchos interrogantes, pero proporcionando pocas respuestas. La pregunta para la próxima década es: ¿cuánta riqueza estamos dispuestos a sacrificar hoy a cambio de sentirnos más seguros respecto al futuro? Feliz 2010.
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