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Reportaje:Primer plano

China deja atrás a Japón

El gigante asiático pasa a ser la segunda economía del mundo 30 años después abrazar el capitalismo

En el casco antiguo de Pekín hay una calle llamada Nanluoguxiang que en los últimos años se ha convertido en visita obligada de los jóvenes chinos que se adentran en el centro de la capital en busca de aromas del pasado, cada vez más difíciles de encontrar. Las viviendas tradicionales han sido transformadas en bares, tiendas de ropa de diseño y pequeños restaurantes, pero aún mantienen el carácter del viejo Pekín a pesar de la excesiva comercialización del barrio.

Nanluoguxiang es destino preferido de una creciente clase media china que simboliza, en buena medida, el rápido ascenso que ha vivido el país desde que Deng Xiaoping lanzó el proceso de apertura y reforma en diciembre de 1978. La economía china ha superado en el último lustro a las de Reino Unido (2005) y Alemania (2007), y hoy es 90 veces mayor que cuando Deng decidió abrir al mundo un país profundamente herido por el caos resultante de la Revolución Cultural.

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Esta semana, China ha alcanzado un nuevo hito, que no por largamente anunciado deja de ser clave. En el segundo trimestre del año, China desplazó a Japón como la segunda mayor economía del mundo, solo después de Estados Unidos, al alcanzar un producto interior bruto (PIB) nominal -es decir, antes de ajuste de precios y variaciones estacionales- de 1,337 billones de dólares, frente a los 1,288 billones de Japón, según ha confirmado el Gobierno de Tokio.

El país más poblado del planeta ya había adelantado puntualmente en dos ocasiones a su vecino -los últimos trimestres de 2008 y 2009-, pero ahora, según los economistas, ha llegado al número dos para quedarse, debido al peso de su economía y su fuerte ritmo de crecimiento, en torno al 10% anual, frente al 2%-3% previsto para Japón este año. En el primer trimestre China creció un 11,9%, y en el segundo lo hizo a un ritmo del 10,3%. Japón ha perdido el puesto que había ocupado desde 1968, cuando se lo arrebató a Alemania, aunque en renta per cápita sigue estando muy por delante.

Pekín se encamina así de forma imparable hacia el objetivo de recuperar en un horizonte no muy lejano la posición de mayor potencia económica del mundo que una vez disfrutó. Hace un par de años, las previsiones apuntaban que China superaría a Estados Unidos en 2030; el banco de inversiones estadounidense Goldman Sachs calcula ahora que eso ocurrirá ya en 2027, y el Banco Mundial dijo en junio pasado que podría suceder en 2020.

El tiempo parece estar encogiendo, y la crisis mundial, que Pekín ha conseguido vadear mejor que Occidente, ha jugado a su favor. Aunque el PIB estadounidense ascendió a 14,26 billones de dólares el año pasado, casi tres veces más que el chino, la meta está a la vista. Algunos economistas afirman que si el sector servicios, que, según dicen, está infravalorado, fuera medido correctamente y se incluyera la economía de Hong Kong, hace tiempo que habría adelantado a Japón.

Mientras China avanza de forma imparable, la recuperación del archipiélago vecino continúa siendo frágil, con la espada de Damocles de la deflación, la deuda pública y la debilidad de la demanda doméstica suspendida sobre la cabeza de los gobernantes desde hace años. Las previsiones apuntan que el segundo semestre será más duro para la economía japonesa que la primera parte del año, con un sector exportador, crucial para su recuperación, castigado por la fortaleza del yen. La divisa nipona ha alcanzado recientemente el valor más alto en 15 años respecto al dólar.

El adelantamiento de Japón por China -curiosamente, anunciado por Tokio- es una nueva prueba de la forma en que el ascenso del país más poblado está redibujando el equilibrio global en las esferas comercial, política y militar. Las empresas estatales chinas se han erigido en potentes inversores en el extranjero, en busca de recursos energéticos y minerales que soporten ese crecimiento, al tiempo que la presión del Gobierno ha permitido a los países más pobres ganar voz en organismos internacionales como el Banco Mundial. Dentro de sus fronteras, los dirigentes han logrado sacar a cientos de millones de personas de la pobreza, a costa de convertir el país en uno de los más desiguales del mundo, de injertar la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad y de generar serios problemas medioambientales.

Mientras China cuenta con un gran número de millonarios y los coches de lujo abundan más que en muchas capitales europeas, la renta per cápita anual de sus ciudadanos (3.600 dólares) es muy inferior a la japonesa (37.800 dólares) o la estadounidense (42.240 dólares). Pekín ha lanzado dos misiones tripuladas al espacio, pero 150 millones de personas viven aún por debajo del umbral de la pobreza, según el baremo de Naciones Unidas. China ocupó el puesto 103 en la clasificación mundial de PIB per cápita en 2009, entre Angola y El Salvador, según datos del Banco Mundial. Japón ocupa el puesto 22.

De ahí que los líderes chinos, siempre cautos ante los anuncios que puedan añadir un nuevo elemento a las suspicacias existentes en Occidente y Asia sobre su rápido avance, se han apresurado a recordar que China es todavía un país en desarrollo. Una forma de hacer frente, al mismo tiempo, a las presiones para que Pekín asuma más responsabilidades en asuntos globales como los desequilibrios comerciales y el cambio climático, dado su papel como mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero.

"China es un país en desarrollo. Necesita más esfuerzo para mejorar la calidad económica y el nivel de vida de la población. Deberíamos preocuparnos no solo del dato del PIB, sino también del PIB per cápita", ha dicho Yao Jian, portavoz del Ministerio de Comercio.

La demanda de China de materias primas y otros productos ha llevado un soplo de oxígeno desde Australia hasta África o Corea del Sur. Utiliza más de la mitad del mineral de hierro del mundo y más del 40% del acero. El año pasado desplazó a Estados Unidos como mayor mercado automovilístico global y a Alemania como primer exportador. Cuatro de las mayores empresas por capitalización bursátil son chinas, entre ellas la petrolera Petrochina y el Banco Industrial y Comercial.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que la economía china aumentará un 10,5% este año -la previsión oficial del Gobierno es un 8%-, mientras que en el segundo trimestre el valor anualizado en Japón fue del 0,4%, frente al 4,4% en el primer trimestre. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que Pekín aportará un tercio del crecimiento mundial este año.

El ascenso chino en el siglo XXI supone el regreso al estatus que mantuvo hasta el siglo XVIII como potencia económica, militar y cultural en Asia. Un estatus que se evaporó con la expansión colonial europea y la supresión por parte de los emperadores de los reformistas que querían imitar a Japón en su abrazo de la tecnología occidental.

Para Japón, la caída al tercer puesto -algo que sabía que era inevitable- puede suponer una llamada de atención a sus gobernantes para que afronten definitivamente las debilidades estructurales de la economía y miren más hacia el exterior. También para que sean más activos políticamente en Asia con objeto de contrarrestar la creciente influencia de su vecino.

Pero desde el punto de vista económico, el problema no es la subida de China, afirman algunos expertos, sino que Japón renquee año tras año desde el estallido de la burbuja inmobiliaria de la década de 1980. Y añaden que el ascenso del país más poblado beneficiará al archipiélago, ya que supone una clara oportunidad de negocio para sus empresas. Basta con ver que muchos de los coches de los que se bajan los jóvenes de la nueva clase media que acuden a Nanluoguxiang son japoneses. Como japonesas son también las cámaras Canon y Nikon con las que retratan sin descanso las puertas de madera y los tejados curvos que flanquean la calle. -

Operario  de la factoría acerera que la compañía  China Steel tiene  en Taiwan.
Operario de la factoría acerera que la compañía China Steel tiene en Taiwan.REUTERS

Salarios al alza

El rápido avance experimentado por China en las tres últimas décadas se ha basado en un modelo de desarrollo muy centrado en la inversión y las exportaciones, lo que ha originado grandes diferencias de ingresos entre distintas capas de la población y ha revelado en los últimos años su falta de sostenibilidad a largo plazo.

Consciente de ese peligro, el Gobierno ha puesto en marcha diferentes iniciativas para intentar impulsar el consumo privado como motor de la economía, al tiempo que mantiene el papel de China como potencia exportadora y fábrica del mundo, hoy por hoy imprescindibles para absorber su inmensa población laboral.

Durante décadas, millones de chinos han trabajado en condiciones que en Occidente serían clasificadas hoy de semiesclavitud, con horarios interminables, dormitorios comunes abarrotados y precaria seguridad laboral. Millones de personas siguen haciéndolo, pero las circunstancias están poco a poco cambiando y la positiva evolución de la economía en estos años ha convencido a muchos empleados de que ha llegado el momento de reclamar más.

Una ola de huelgas ha sacudido este año a compañías extranjeras instaladas en China para reivindicar mejoras salariales. Entre las afectadas se encuentran las automovilísticas japonesas Toyota y Honda, la cervecera danesa Carlsberg y el fabricante de material deportivo taiwanés Smartball.

Las movilizaciones han llevado a analistas e inversores a interrogarse sobre la continuidad del país asiático como fábrica del mundo y ha forzado a muchos empresarios a revisar sus estrategias en el país, aunque no a abandonar China. De hecho, la mano de obra representa apenas un pequeño porcentaje del coste total de los productos y su precio seguirá siendo reducido, y por otro lado el creciente poder adquisitivo de la población favorecerá a los inversores extranjeros a medio y largo plazo. Entre las medidas que han adoptado algunas compañías para hacer frente a los conflictos están el aumento del número de directivos locales y la sustitución de trabajadores por máquinas.

Algunos empresarios ven las tensiones laborales como una parte lógica del proceso de desarrollo chino y creen que las subidas de los sueldos impulsarán el consumo privado, lo que, a su vez, beneficiará a la economía global.

Lo mismo piensa el Gobierno, que, según algunos analistas, ha tolerado las huelgas para empujar al alza los salarios, calmar las tensiones sociales y reducir las desigualdades, con el consiguiente efecto sobre la demanda.

La mayoría de las provincias, regiones autónomas y municipalidades chinas ha elevado este año el salario mínimo. La última ha sido Qinghai, una de las más pobres, en el oeste del país, que ha subido el sueldo mínimo una media del 28,8%, hasta situarlo en algunas áreas en 770 yuanes (88 euros) al mes, según la prensa oficial. Shanghai tiene el salario mínimo más alto del país: 1.120 yuanes (128 euros). -

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