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Tentaciones
Reportaje:INTERNET

La red (social) del vándalo

El 15 de julio, un partido de baloncesto entre los Boston Bruins y los Vancouver Canucks terminaba con 140 heridos cuando un grupo de adolescentes empezó a agredir, espontáneamente, a la gente que seguía el encuentro en las pantallas habilitadas en las calles aledañas al estadio Rogers, en Vancouver (Canadá). La Feria Estatal de Wisconsin, que se celebraba en Milwaukee a principios de agosto, vivió un final igual de inexplicable cuando una turba de adolescentes empezó a arrasar los coches del aparcamiento y a agredir a sus dueños. Las mismas acciones que se vieron en Filadelfia, California, Nueva York, Ohio, Maryland, Minneapolis e Illinois. Hasta en Londres, donde cientos de jóvenes convirtieron una protesta racial en los mayores disturbios recordados en décadas, causando daños por valor de unos 225 millones de euros. Ninguno de los participantes de estas muestras de ira colectiva se conoce entre ellos. Ninguno lo hace por un motivo concreto.

"Es un desafío gene-racional: los agentes al mando no conocen las redes sociales"

Esta cadena de sucesos que ha marcado el verano en los países sajones desborda a las autoridades. No por su magnitud, que no suele pasar de vandalismo de barrio, sino porque son demasiado anónimos como para predecirlos y demasiado colectivos como para combatirlos. Solo tienen en común haber sido organizados por redes sociales. La policía los llama flashmobs -acción en la que un gran grupo de personas se reúne de repente en un lugar público- con negociable desacierto. Estas concentraciones vandálicas no tienen otro afán que el de destruir. Desde el único sitio, Internet, del que la policía sabe menos que el criminal.

"Es un desafío generacional: los agentes que toman las decisiones no conocen las redes sociales", explica Nancy Kolb, supervisora de la Asociación Internacional de Jefes de Policía para Redes Sociales en Estados Unidos. "Es importante darle poder a los agentes jóvenes para que enseñen a todos los demás".

Pero hasta esos agentes encuentran otro obstáculo: nadie ha decidido qué es una investigación policial y qué es una violación de la intimidad. ¿Hasta qué punto pueden valerse de esa base de datos mundial que es Facebook para dar con un sospechoso? Y si eso no se puede hacer, como decidió Alemania cuando prohibió a su policía pasar un software de reconocimiento facial por Facebook, ¿qué puede hacer un Estado para defender sus legítimos intereses ante un criminal colectivo, impredecible e imparable que no tiene más agenda política que la destrucción nihilista? Reino Unido casi corta su acceso porque se veían desbordados por las nuevas tecnologías. Las críticas le obligaron a recular. El Ayuntamiento de Cleveland (Ohio) aprobaba hace poco una propuesta que hacía ilegal organizar disturbios por redes sociales. El alcalde la vetó porque la consideró anticonstitucional.

Pero la incertidumbre no justifica la inacción, así que las decisiones tomadas van del exceso absurdo al férreo tradicionalismo. El Gobierno de Cameron condenó a dos años de cárcel a dos jóvenes que escribieron estados "provocadores" en Facebook. San Francisco cortó la cobertura de móviles de su transporte público cuando sospechó que se podían estar organizando disturbios. Entre los más sensatos, Filadelfia, que respondió a las revueltas con un toque de queda, y Wisconsin, que mandó a sus agentes de inmediato y, en plena revuelta, detuvo a 24 de los 31 vándalos. En Maryland la celeridad no fue posible: una flashmob desvalijó un 7-Eleven en menos de un minuto. Los agentes llevaron la grabación de las cámaras de seguridad a un instituto y detuvieron a 15 de los 26 sospechosos. Ninguna medida se repite. Ninguna ataja el problema.

No muy lejos de ese 7-Eleven trabaja Bradley Shear, un abogado experto en redes sociales que condena las acciones vistas hasta ahora. "Cada vez que hay un disturbio civil es porque la gente está harta de su Gobierno. La tecnología acelera las cosas, pero no crea el descontento colectivo". El consenso entre psicólogos apunta a un círculo vicioso que alimenta las protestas: los jóvenes están aburridos porque no tienen trabajo. Los medios les dicen una y otra vez que no hay trabajo, así que no tienen futuro. Y salen a la calle. Es el mismo espíritu que está batiendo el 2011, ya sea en los países árabes o en España con el

15-M, pero en una sociedad en la que, según el credo capitalista, fracasa el individuo, no el sistema.

Un participante en las revueltas de Londres en agosto.
Un participante en las revueltas de Londres en agosto.GAUTAM NARANG

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