Las razones del corazón
Pocas veces la filosofía pensada, sentida y escrita en castellano dará tamaña satisfacción estética al lector como la nacida del corazón y la cabeza de la pensadora María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991). Sus textos son diáfanos, aun cuando no están exentos de paradojas, pues fue mujer que vivió con hondura las contradicciones del pensamiento y que, en su pugna por expresar lo que acaso sólo puede decirse mediante la poesía, ensayaba caminos con veredas entrecruzadas. Para ella fue la filosofía una tarea vital, "éxtasis fracasado por un desgarramiento", y desde niña le urgió la absorbente necesidad de explicarlo; "quiero pensar", sentenció con aplomo.
Barruntaba las cuestiones esenciales: la vida, el amor, el sueño, el morir y el pervivir; el ser de las cosas y el principio anudado con el final en la completud del todo; es decir, lo que nos importa o debería importarnos a los seres humanos. Zambrano fue filósofa y metafísica; pero no en la estela de Heidegger, aunque también le preocupó el ocultamiento del ser; y a pesar de que fue alumna del "ontólogo" Zubiri -de quien estuvo enamoriscada en sus años mozos de la Universidad Central-, la especulativa muchacha, más lírica, se arrimó a la noche y a la luz del humilde san Juan de la Cruz, que tanto sabía del arrobo místico de la eternidad y del amor perdurable. Siendo muy español su pensamiento, en muy poco se parece al de Ortega, su elegante maestro; y poco también al del vehemente Unamuno, a quien ella admiró por su amor a la belicosa verdad y por su rechazo del mohíno apoltronamiento.
Esencia y hermosura. Antología
María Zambrano
Selección y relato prologal
de José-Miguel Ullán
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2010. 612 páginas. 35 euros
Lo que convierte esta antología en un libro fundamental es la magia de sus textos
María Zambrano es un caso aparte en el panorama del pensamiento hispano; de escritos profundos en su sencillo decir, de estilo magnético, será difícil dejar de leerla; su prosa atrapa y, aunque exija concentración, a menudo podemos perder el hilo de su pensar y dejarnos mecer por la belleza musical de su palabra, y la envolvente cadencia de sus frases luminosas, a veces secas y escuetas, y otras, tan coloristas y adjetivadas. Esencia y hermosura, tales son las dos verdades netas de su saber. Un saber que no es de razón pura, ni vital, ni práctica, sino de "razón poética" y que se entiende aunque uno no sepa por qué.
Quien apenas conozca a María Zambrano bien puede empezar por esta magnífica antología. El poeta salmantino José-Miguel Ullán (1944-2009) eligió con cariño los textos que componen este libro pleno y magnífico. Ullán, quien trató mucho a la pensadora en la última época de su largo exilio -que se prolongó durante 45 años- y, después, en Madrid, tras su regreso a España en 1984, nos dejó un entretenido preámbulo en el que describe el estimulante mundo intelectual que rodeaba a la filósofa.
Pero lo que convierte esta antología en un libro fundamental es la magia de sus textos; breves en su mayoría y muy atinados para leer y releer. Aparte de unas cartas inéditas de Zambrano al pintor mexicano Juan Soriano -ambos estaban "enamorados de la luz"-, encontramos joyas como los ensayos sobre el mencionado autor del Cántico espiritual, o sobre Séneca y san Agustín; las reflexiones impagables que le sugirió la pintura de Luis Fernández, el hermoso texto dedicado al cubano Martí, y ese otro titulado Por qué se escribe, con hallazgos como éste: "Hay cosas que no pueden decirse, y es cierto. Pero esto que no puede decirse es lo que se tiene que escribir". Una solvente aproximación a El castillo de Kafka, que Zambrano desentraña cual símbolo de un "sueño trágico". Y más selecciones de magníficos fragmentos de libros cruciales: España, sueño y verdad, El hombre y lo divino, De la Aurora, o el singular Claros del bosque. En suma, aquí está entera María Zambrano, con sus metáforas y las razones de su sabio corazón, ese órgano que siempre está a punto de "romper a hablar", como ella decía. Afirmaba también que la filosofía es una "tarea amorosa", lo mismo que deben serlo la escritura y el arte, y esa lucidez y esa bondad a las que debería aspirar toda alma. -
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