Una nueva era. O un nuevo infierno
No iba a ser justamente ahora, cuando México parece estar más que nunca al borde del abismo, que Carlos Fuentes cambiara de tercio: que orientara su narrativa lejos de las preocupaciones sociopolíticas que siempre caracterizaron su obra, incluso lejos de los dibujos formales que impidieron con arte mayor que esas preocupaciones no quedaran en simple y bien disimulada sociología. Qué novela puede superar como paradigma de denuncia social y política a La muerte de Artemio Cruz, de reconstrucción de un imaginario histórico lastrado de mentiras y revoluciones traicionadas. Y a la vez qué novela puede superarla en conjunción de experimentalismo, riqueza estructural y apelación a la figura del lector como pieza esencial del engranaje narrativo. De eso han pasado ya muchos años. Y sin embargo, Carlos Fuentes sigue insistiendo en su estética como método de indagación en las eras de los hombres y de indagación de los hombres en las eras imaginarias, que diría Lezama Lima. Tiempo histórico y tiempo mítico. De los maestros contemporáneos de la literatura latinoamericana, probablemente sea Fuentes quien atinó a conciencia a deconstruir hasta sus últimas consecuencias novelísticas el trágico sinsentido histórico de su país y del continente americano, incluido Estados Unidos. Lo hizo y lo sigue haciendo, porfiando para hacer del género novelesco algo mucho más complejo que un artefacto unidimensional pensado solamente para transmitir ideas sobre el mundo. Hace unos años, a propósito de la publicación de La Silla del Águila, dijo el autor mexicano de la novela en general que no concebía que en ella no cupiera "la narrativa, la poesía, el ensayo, la filosofía, la ciencia, el reportaje"; y para autorizar esa afirmación citaba Los sonámbulos, del novelista alemán Hermann Broch.
Adán en Edén
Carlos Fuentes
Alfaguara. Madrid, 2010
177 páginas. 16,50 euros
El cinismo de Adán Gorozpe es el arma de desnudamiento del sistema social y político de su país y de su esqueleto moral
Adán en Edén, su nueva novela, es una mise en escène del México más rabiosamente actual. Del que sale en los diarios, en los telediarios, en los reportajes más impactantes; del México que vemos desplegado en los ensayos políticos en busca de una explicación a tanto deterioro moral y a tanta impotencia. Muchos ingredientes para un plato peligroso. El peligro de la novela bien intencionada de denuncia. Fuentes esquiva lo previsible. Construye una voz en primera persona que es la que conduce el relato. Le adjudica una personalidad novelística de consolidada tradición decimonónica: el arribista, el muchacho pobre que llega a abogado, se casa con una chica rica y escala posiciones sociales impensables en un individuo de su clase. En torno a Adán Gorozpe, que así se llama el arribista, funcionan su mujer Priscila, una chica de inimaginable superficialidad; su suegro Celestino Olguín, poderoso e influyente empresario; Abelardo Olguín, hermano de Priscila, la oveja negra de la familia que atinó a desviarse hacia el costado más espiritualista de la vida y la sociedad, y por fin el otro Adán de esta historia: Adán Góngora, un superpolicía que gobernará la política anticorrupción con mano de hierro, sólo que su aparatosa intervención regeneradora no es más que una fachada, un simulacro bien orquestado para proteger a los grandes jerarcas de la delincuencia de alto voltaje: el narcotráfico.
Adán en Edén es una novela breve que carga las tintas sobre los puntos más negros de la historia y la intrahistoria del México de nuestros días. Pero el método que utiliza Fuentes para representar esta dantesca situación contradice la tentación dramatizadora: el autor de Terra nostra ha escrito una especie de comedia negra. (En una lengua, por cierto, pletórica de significados, doble intención y silencios). Desde la voz de Adán Gorozpe, en clave irónica y cínica, hasta las apariciones de un niño disfrazado de ángel que alerta a los mexicanos como si lo hiciera por un mandato divino, toda la novela se autoalimenta de sus propios materiales: grotescos, como la figura de Adán Góngora; ominosos, como esos ángeles salvadores que el arribista Adán convoca para el exterminio final de la podredumbre, pero que tanto recuerdan al huevo de la serpiente que incuba al fascismo; Ele, la amante de Adán Gorozpe, el motor erótico que necesita el arribista para mantener intacta su representación de chico juicioso que agradece la posición de clase a la que se le permitió acceder.
La condición arribista de Adán Gorozpe es imprescindible en el tejido argumental de Adán en Edén. Su cinismo es el arma de desnudamiento del sistema social y político de su país y de su esqueleto moral. Conoce las estrategias de supervivencia en los medios más hostiles. Y detecta la codicia, la corrupción. No ignora la hipocresía porque él mismo la practica para que no se lo descubra. Y, sobre todo, tiene una moral de recambio impredecible. La moral del que se cree llamado a inaugurar una nueva era. O un nuevo infierno. Este es el interrogante, el final abierto que nos deja esta hermosa, burlona y necesaria novela. Adán dialoga con el lector entre líneas. Lo deja andar entre las páginas de su imaginación. Lo confunde y lo orienta. La indesmallable vocación cervantina de Carlos Fuentes. -
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