Un dramaturgo imparable
Un recorrido por la obra de Tom Stoppard, desde su debut con A Walk on the Water, de 1960, a su gran trilogía The Coast of Utopia y Rock 'n' Roll, la última de sus piezas que se representa en España.
En inglés queda más salado: The unstoppable Stoppard. Menuda vida la de este caballero, con el "siempre adelante" como divisa de su escudo de armas. Judío, checo, nacido en el año 1937 bajo el nombre de Thomas Straussler. Cuando la invasión nazi, la familia huye a Singapur. Cuando la invasión japonesa, escapan a la India. Poco antes, su padre es asesinado por los japoneses. En Darjeeling, la madre se casa con Kenneth Stoppard, un militar británico que le da su nuevo nombre. En 1946, traslado a Inglaterra.
A los 17, Tom Stoppard comienza a trabajar como periodista en el Western Daily Press de Bristol: columnista de humor y crítico teatral, mayormente. A los 23, su primera obra, A Walk on the Water (1960), se estrena en Hamburgo y la emiten por la BIT (British Independent Television). En 1964, la Fundación Ford le concede una beca para pasar cinco meses escribiendo en una mansión berlinesa: allí cocina Rosencrantz y Guildernstern han muerto, que arrasará en el Festival de Edimburgo de 1966, luego en el Old Vic, luego en medio mundo. Asunto de la función: dos personajes menores de Hamlet, atrapados en una trama que no comprenden y que les llevará a la muerte. Sus siguientes piezas serán variaciones sobre el mismo tema: dos críticos atrapados en una obra (El auténtico inspector Hound, 1968, o como cruzar a Ionesco con Agatha Christie), una familia atrapada por un hecho que ven de distintas formas (Después de Magritte, 1970, que hubiera podido firmar Sebastian Knight), un filósofo atrapado en una intriga político-criminal a lo Chesterton (Acróbatas, 1972). Y el colofón de Travestis (1974), carambola a cuatro bandas: Tzara, Lenin, Joyce y La importancia de llamarse Ernesto. Por esas fechas se acuña el adjetivo stoppardian, que definirá un tipo de obra en la que predominan la inteligencia verbal y los más sofisticados juegos intelectuales. Al otro lado de la calle, sus detractores traducen el término por "mucho cerebro y poca carne". Se impone un cambio, que llega en 1977 y en clave político-musical: Every good boy deserves a favour, con partitura de André Previn (y ahora mismo exitosísimamente repuesta en el National de Londres), narra la historia de un falso loco, un disidente soviético recluido en un manicomio, y su compañero de celda, un loco real, que cree ser el director de una gran orquesta.
Menuda vida la de este caballero, con el "siempre adelante" como divisa de su escudo de armas
Entre obra y obra, traduce, adapta, lucha a favor de los disidentes encarcelados, y viaja por el mundo con su bibliomaletín
En 1978 comienza a conquistar al público masivo con Night and Day, lejanamente inspirada en Noticia bomba, de Evelyn Waugh: África, periodismo, dictadura, y Ruth Carson, el mejor personaje femenino (hasta entonces) de Stoppard, papelazo a la medida de la gran Diana Rigg. En 1982 da la campanada con The Real Thing. Sorpresa: ¡Stoppard tiene corazón! Una historia de adulterio y traición, una obra dentro de la obra, y la búsqueda de la autenticidad (de ahí el título) como hilo conductor: autenticidad de los sentimientos, de las motivaciones políticas, del arte. Triunfo en el West End y en Broadway, con reparto de lujo: Jeremy Irons y Glenn Close. (Estrenada en España en los ochenta, cuando aquí todavía se consideraba a Stoppard como un hijo tardío del teatro del absurdo, su revival llegará al María Guerrero a comienzos de este año).
Tras el éxito, Tony incluido, el mayor trastazo de su carrera: Hapgood (1988) junta espionaje y física cuántica, universos paralelos y agentes dobles que no saben para quién están trabajando. Ambiciosa y fascinante, pero rozando la meningitis. Todas las incógnitas (callejón formal sin salida, agotamiento creativo, pérdida del Norte) se disiparán a lo grande con Arcadia (1993), rotunda obra maestra -dirigida en Cataluña por Ramón Simó para el TNC-, en la que el vertiginoso juego de ideas llega revestido de belleza y emoción. Dos series de hechos en tiempos alternos (1809 y 1990) y un mismo espacio, una mansión campestre de Devonshire. Tres investigadores tratan de anudar en una red causal los fenómenos dispersos de sus antepasados y a la manera de Kinbote, el alucinado comentarista de Pálido fuego, acaban creando una segunda realidad que sólo existe en su imaginación. Soberbia mezcla de alta comedia, sátira, y reflexión científica, rematada por una conmovedora historia de amor.
En 1995, Stoppard vuelve al Darjeeling de su infancia con Indian Ink, una reminiscencia elegiaca vista desde el lado imperial y el nativo, a caballo, palabras mayores, entre La joya de la corona, de Paul Scott y, desde luego, Regreso a la India, de Forster. Notable trabajo, éxito moderado: lo mismo podría decirse de The invention of love (1997), que contrapone la vida y obra de A. E. Housman, poeta y homosexual secreto, y la incendiada caída de Wilde (entre otros veinticinco temas). Entre obra y obra, Stoppard traduce, adapta, escribe guiones (cumbres: Brazil, El imperio del sol, Shakespeare enamorado), es miembro activísimo de Amnistía Internacional, lucha incansablemente a favor de los disidentes encarcelados, y viaja por el mundo con su bibliomaletín (365 dólares en T. Anthony Suitcases, Park Avenue, Nueva York) donde alberga los diez libros que siempre suele leer al mismo tiempo, con destino a futuras obras. Como, por ejemplo, la deslumbrante The Coast of Utopia (2002), una trilogía (Voyage, Shipwreck, Salvage) que a lo largo de nueve horas cubre cuarenta años (de 1833 a 1868) de la vida y combates de la generación rusa para la que se acuñó el término intelligentsia, guiados por el doble faro del Socialismo Utópico y el Idealismo alemán. La función, con el aliento de una gran novela (y el posible subtítulo de Cuando la izquierda no era triste), narra los encuentros y desencuentros de Herzen, Bakunin, Turguénev y Belinski, cabezas de fila de un reparto de treinta personajes, retratados con pasión adolescente y absoluta fluidez narrativa. Imposible resumir aquí tal monumento: baste recomendar, de entrada, la traducción española que está a punto de editar el Centro Dramático Nacional. Similar fulgor y parecidas estrategias conforman Rock 'n' Roll (2006), otro magno fresco histórico (y otra obra maestra), donde Stoppard enlaza la leyenda de Syd Barrett, el Salinger de la psicodelia, con las revueltas de Praga y la crónica de tres generaciones de una familia de Cambridge a través de la mirada de Jan, un estudiante checo fascinado por el rock y la cultura occidental, esto es, lo que probablemente hubiera sido Tom Stoppard de no haber tenido que escapar de su tierra natal. Estrenada aquí por Àlex Rigola y la compañía del Lliure en 2008, pronto desembarcará en las Naves del Matadero: no se la pierdan. Y para cerrar este recuento necesariamente acelerado, una pregunta: ¿qué escribirá mañana el más joven, maduro y sorprendente de los dramaturgos ingleses?
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