'Yes, we can?'
"A todos los artistas se les debería cortar la lengua" (Henri Matisse).Cuentan que la primera canción política data de 1381. Se titula The cutty wren y sirvió para iniciar una tradición que entronca las loas a las hazañas de Robin Hood con figuras como Bob Geldof. Geldof es un cantante irlandés de segunda fila capaz de embarcarse en una campaña para que el Reino Unido no entre en el euro y de decirle al primer ministro canadiense que, si insiste en no aumentar sus contribuciones al tercer mundo, ni se moleste en acudir a la cumbre del G-8. ¿Qué fue mal?"Creo que sería interesante diferenciar lo que es pop político de lo que es pop politizado y de lo que es un artista pop haciendo política", apunta el periodista y escritor británico Simon Reynolds. "Al final, toda la música es política, incluso la más escapista y conservadora. Pop político que realmente funcione como pop, que triunfe en las listas y que tenga calidad, eso es algo que casi nunca se encuentra".De la supuesta era dorada del activismo y la canción protesta hasta el Sí, podemos de Will.i.am para Obama. De la rabia antithatcherista y letrada de artistas como Billy Bragg o Style Council, al supuesto segundo advenimiento del activismo propiciado por la Administración Bush. La historia de la relación entre pop y política es una narración con bastantes más sombras que luces. Por cada banda con discurso izquierdista de los ochenta, como McCarthy, ahora hay un Bono. Por cada cantautor protesta de los sesenta como Phil Ochs, una Madonna. La cuestión es: ¿tiene sentido mezclar pop y política? Eso mismo le preguntó un periodista fanzinero a Billy Bragg. Mientras el bardo de Barking respondía con "sonrojo y las excusas habituales", Pepo Márquez, de Grande-Marlaska, combo indie madrileño con un bonito historial de desavenencias judiciales, lo hace en unos términos diametralmente opuestos: "En mi opinión, tiene tanto sentido como relacionar cualquier ámbito de la vida con la política. Todo está relacionado. Son elementos consustanciales. Quizá la pregunta estaría mejor formulada así: ¿tiene sentido dejar a la política fuera del pop?" El filósofo, escritor y político Fernando Savater opina que "la política siempre ha utilizado a la música. Casi desde el principio de los tiempos. Los nazis supieron instrumentalizarlo muy bien. Personalmente, no soy capaz de diferenciar a los Rolling Stones de los Beatles, soy más de canción francesa, pero sí puedo afirmar que hay cierto elemento de valentía en el artista que se adhiere a una causa.
"Los políticos han adoptado las formas del pop y los artistas han creído que hacer política es como escribir una canción" (Paolo Hewitt, periodista)
"Hubo un tiempo en que los músicos iban por delante de los políticos. Ahora somos meras mascotas" (Damon Albarn)
El compromiso siempre es de agradecer. Sobre todo en una sociedad tan anestesiada como ésta, donde todo el mundo tiene que ser simpático y caer bien, donde, como hemos podido ver en estas pasadas elecciones, el discurso político con cierto fondo ha sido sustituido definitivamente por la mercadotecnia y la sonrisa. Se agradece que alguien ofrezca su compromiso sin preocuparse por las consecuencias, sabiendo que si te unes a una causa en concreto habrá gente a quien no vas a gustar por eso. En junio de 2002, el senador republicano George Voinovich dijo basta. Se hartó. Participaba en una comisión del Senado estadounidense sobre medio ambiente y llevaba meses viendo a estrellas del pop desfilando por la sala, ofreciendo su visión del conflicto verde. Aquella mañana llegó a la cámara y revisó la lista de comparecientes del día. No podía dar crédito: ¡Kevin Richardson, de los Backstreet Boys! Fue la gota que colmó el vaso. Abandonó la comisión. "No puedo mas que considerar una broma de dudoso gusto pensar que este tipo podrá darnos información valiosa sobre temas de geología o de calidad del agua".Cuatro años después, Madonna subía al escenario de Live 8: "¿Estáis preparados para la revolución? ¿Estáis preparados para cambiar la historia?", gritaba a sus fans desde el escenario. James Panton, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford, azorado ante el discurso de la autora de Like a prayer y la comparecencia de un backstreet boy en el Senado de Estados Unidos, concluye en un estudio reciente que "el empobrecimiento del discurso político es el que ha permitido que estas celebridades se coloquen en medio del escenario con sus banales y limitados discursos. Eventos como Live 8 tienen una dimensión mucho más moral que política. En vez de tratar de analizar y comprender el mundo, lo que tenemos es a Geldof y sus colegas diciéndole a África: 'Sentimos vuestro dolor".Cierto es que hemos llegado a un punto donde el entretenimiento ha contaminado la política de tal manera que, incluso mejores intenciones o las más supuestamente radicales, deben presentarse sobre un escenario con luces de neón y un discurso fácilmente descifrable por la audiencia media. El contenido ha sido sustituido por el gesto. El libro, por la foto. Teniendo en cuenta que los baby boomers son hoy adolescentes hasta los 40 años, no es de extrañar que todo esto se haya abandonado a la más abyecta puerilidad. "Es una cuestión de falta de fondo y falta de discurso. Y un tema de anestesia, también", recuerda Paolo Hewitt, escritor inglés especializado en pop y todo lo que lo rodea. "Los políticos han adoptado las formas de los artistas pop y los artistas pop han creído que hacer política es como escribir una canción. El Reino Unido se volvió un lugar así de blando y superficial con la llegada de Blair, un tipo blando y superficial". El viejo Tony, de cualquier sindicalista. Según Reynolds, el problema actual de falta de credibilidad y de estupidez globalizada viene de finales de los setenta, la llamada era pospunk. "En aquel momento se analizó tanto que no se dejó margen para hacer nada profundo. Tras tanto discurso, tanta asamblea y tanta confrontación, poco quedó. Todos fracasaron. Una enorme carga para los artistas. ¿Cómo se supone que superan eso?". Realmente, ¿Michael Stipe o Will.i.am son conscientes del legado de bandas de rock situacionista como Gang of Four y viven atormentados por no poder ofrecerle su sabiduría a Kerry o a Obama? "Creo que hoy la relación es mucho más festiva que otra cosa", apunta Heather Smith, de la organización estadounidense Rock The Vote, que anima a los jóvenes a censarse para votar y que mantiene una larga y exitosa relación con el mundo del pop. "Es más como una fiesta iPod". Claro. Esta semana, en el playlist, Michael Stipe canta sobre la guerra de Irak. La próxima, Chikilicuatre lo hace sobre los acuerdos de pesca con Marruecos.
"La simple idea de un millonario pidiéndome dinero me parece obscena", apunta Paolo Hewitt. "Todo esto es una pantomima enorme, una gran tomadura de pelo. ¿Cuánto dinero debe tener Bono? ¿Cien millones de euros? Pues podría dar la mitad y seguro que eso sería casi lo mismo que la recaudación de alguno de estos macroeventos en los que participa". Pero ¿sólo se trata de dinero? ¡Que alguien lo niegue, por favor! "Claro que no es sólo dinero", continúa Hewitt. "Es también una cuestión de modas, de causas que son chulas y causas que no. Bono —siento mi obsesión— no va a pedir dinero para la gente que pide en el metro de Londres o para los orfanatos de la ciudad, pide dinero para África, que está lejos y nos causa menos problemas morales. Siempre es más fácil ser global que cercano. Además, hay cosas que visten mucho más que otras". Fernando Savater recuerda que "nos ha costado mucho movilizar a la gente en el País Vasco. Siempre hay elementos de fascinación en las causas más lejanas. No estoy diciendo que sean más o menos justas, simplemente, que cuesta menos movilizarse por el tsunami que por los viejitos del barrio, que huelen mal". Hewitt afirma también que desde la invasión de Irak no ha habido una gran manifestación en su país. Motivos para lanzarse a la calle, piensa, sigue habiendo tantos o más. Igual de abatido por la mal llevada resaca posIrak se mostraba hace unos meses en una entrevista Damon Albarn, líder de la banda británica Blur, quien nos recordaba que sentía que "todo aquello no sirvió de nada. Luchas contra un gigante y encima te critican por ello. Al final, casi debes dar la razón a los cínicos. Más que una purgación personal, no creo haber sacado mucho de todo aquel embrollo. Aún pienso que aquélla era una causa justa, un motivo para levantarse, pero, claro, al final hay tantas cosas que están mal
Te obsesionas y crees que puedes cambiar el mundo. Claro, no puedes, pero a los músicos pop poca gente nos avisa de lo que podemos y lo que no". Sería tremendamente sano que el disenso, en esta forma, o casi en cualquier otra, volviera al mundo del pop y la política. Sería fabuloso que existieran otras bandas de rock como Manic Street Preachers, exagerados, panfletarios e insostenibles en muchos aspectos, como en el de ir a ver a Castro y declarar que "le dieron la mano a la historia de la izquierda". Sí, egoístas como los demás, pero, al menos, valientes y con discurso propio. En este contexto, que Jessica Simpson o Britney apoyen a Bush despierta la simpatía de lo anómalo. La política siempre ha sido un terreno resbaladizo, pero las estrellas de hoy, timoratas y políticamente correctas, prefieren predicar para el converso y abrazar el maximalismo. "Todo este reduccionismo", nos comentaba hace meses el pintor Kevin Sharkey, "es, en su mejor cara, ingenuo. En la peor, peligroso". Más allá del exhibicionismo filantrópi-co, la era Bush ha sido prolija en inspiración musical. Desde Thatcher no se veía un político con tamaña capacidad para poner a todos de acuerdo. Peligro, consenso popperiano. "Eso me aterra", declara Hewitt. "Que esté todo el mundo de acuerdo me da mucho miedo. En cuanto a Thatcher, bueno, nos puso de acuerdo en nuestra rabia. En eso sí que fue útil, pero, no nos engañemos, mucha gente sufrió y su mandato fue letal para el país. Al final tuvimos que inventar el éxtasis para olvidarnos de ella". Para muchos, lo verdaderamente reseñable del momento político actual ha sido la movilización de una masa de gente que no estaba acostumbrada a implicarse en declaraba Michael Stipe, líder de R.E.M., tras el penúltimo ataque a su compromiso. "Pensar que cuatro grupos de gira o grabando discos vamos a hacer tambalear el Gobierno de un país como Estados Unidos es ridículo. Lo único que hacemos es escenificar el retorno al compromiso social que se vive en este país". Y razón no le faltaba. Bush fue reelegido.
Tal vez el problema no sea la morfología del conflicto, sino la tipología del mensajero. Bono se erige como portavoz de África; Fran Perea nos pide que votemos a Zapatero; Madonna nos insta a no dejar el DVD en stand by porque gasta mucha energía; Stipe aún cree que el Partido Demócrata de EE UU es de izquierdas, y Green Day siguen confundiendo rebelarse con tener que poner la mesa cada día. Por favor, ¿podría alguien nuevo decirnos algo que no sepamos ya? Pepo, de Grande-Marlaska, recuerda que, más allá de las grandes plataformas, en España siempre ha existido una tradición mucho más combativa de activismo político-musical: "Lo que ocurre es que por la forma de actuar de estos grupos, colectivos, sellos o fanzines, es complicado que encuentren eco en determinadas publicaciones". Un universo underground en el que todavía pervive el discurso político basado en el fondo y no en las formas, en las creencias y no en las coreografías o el timing perfecto. Cuando más sufría la crisis la industria del disco, más se empezaron a movilizar las grandes estrellas. Y lo hicieron a su manera: a grandes problemas, grandes conciertos. "Hubo un tiempo", recuerda Albarn, "en que los músicos iban un paso por delante de los políticos. Ahora somos meras mascotas". Y es que el rock se ha vuelto algo tremendamente conservador, incluso cuando piensa que es revolucionario.
Simon Reynolds, por su parte, sólo desea que "aparezca un tema como God save the queen. Una canción que haga que la sociedad se tambalee y cuyo efecto se prolongue por 10 años". Ya lo dijo Pete Townsend: "Pase lo que pase, el rock and roll salvará el mundo". ¡¡Bruce, te necesitamos!! " (un conductor de Nueva Jersey a Bruce Springsteen tras los atentados del 11 de septiembre).
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