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OIGO LO QUE VEO
Columna
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Voces de libro

Así que si me gustan las voces no me gusta la ópera. ¿Cómo es eso? ¿Pueden gustarnos las piernas de una mujer o el culo de un hombre y por eso no gustarnos ni las mujeres ni los hombres? No lo acabo de entender. Vamos a ver, ¿si me emociono escuchando a Beniamino Gigli cantando E lucevan le stelle soy un aficionado de medio pelo o un fetichista, tal vez un mitómano, pero no un hombre culto? ¿Debo entender como una concesión a mi vulgaridad conmoverme con lo que siempre lo hizo la burguesía a la que, supongo, pertenezco, o la socialdemocracia a la que me sumé cuando vi que la revolución no era posible? Me desconcierta el mero hecho de tener que hacerme estas preguntas, pero mis amables lectores sabrán comprenderme porque tal vez les asalte la misma perplejidad. La última persona a la que vi llorando, y de verdad, tras un buen Adiós a la vida es autora de unos cuantos libros sobre Verdi, Wagner, Chateaubriand, la Malibrán, quiero decir que tiene estudios y mundo. Las políticas culturales, los amagos de alfabetización, las operaciones de hacer entrar la letra con sangre tienen estas cosas, que a veces desconocen las razones del corazón. Mientras, y por volver a lo nuestro, a los que nos gustan Die Soldaten y Madama Butterfly, Così fan tutte y The last supper, Simon Boccanegra y Satyagraha pero penamos la culpa de divertirnos -y hasta amar a veces- las voces y su casuística, Joaquín Martín de Sagarmínaga, que ya dio primero con su inencontrable Diccionario de cantantes líricos españoles, da dos veces con su nuevo Mitos y susurros. Cualquiera que haya trabajado con él conocerá sus manías, sus filias -fobias no se le han detectado- , su bondad tímida y su gracia tituladora -hay uno mítico en la profesión: Doctor, oigo voces-, que es una mina para cualquier redactor jefe. Además, y el común de los aficionados también se ha dado cuenta hace tiempo, sabe de esas voces, de su vida y de su muerte, lo que sí está escrito porque lo ha escrito él. Es un formidable narrador de las novelerías canoras, pero también de sus verdades y de por qué sin ellas no habría ópera porque esta se hizo para ser cantada. Confieso, para que quede claro, que hablo con un conocimiento de causa en el que el trabajo filtra la pasión, que he sido su editor y que le conozco hace muchos años. Pero lo más importante es que me fío de él. Y que no sólo sabe de eso. Pregúntenle por los últimos restos del gran pianismo romántico, por qué le gusta tanto Ivan Moravec o por qué le gustaba el grande y pintoresco Shura Cherkasski. Sin darse importancia resulta que Sagarmínaga es uno de los mejores críticos musicales -de verdad- que tenemos. Y ya iba siendo hora de decírselo a la cara.

Mitos y susurros. 50 años de lírica en España. Joaquín Martín de Sagarmínaga. Zumaque. Jaén, 2010. 458 páginas. 22 euros.

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