Piratas al borde de la piscina
Jardín soleado en una comunidad de propietarios de un barrio residencial de Madrid; tranquila mañana de sábado. En la zona en sombra del cuidado césped que bordea la piscina (cuya temblorosa superficie riela el sol, configurando la misma topografía acuática, exacta y deslumbrante, que en las pinturas californianas de David Hockney), media docena de mujeres aún jóvenes participan en la reunión semanal de su club de lectura. La obra que vienen comentando es Los enamoramientos, de Javier Marías. Sobre la mesa de resina, jarras de refresco, un cubo de plástico con hielo, algunos cuadernos de notas y bolígrafos, cinco tabletas lectoras y un libro de los de toda la vida (bueno, al menos desde Gutenberg) con el logo de Alfaguara. Cuatro de las presentes reconocen haberlo pirateado: una decisión que no las hace sentirse especialmente culpables, y que justifican con argumentos de distinto calado. El primero: la dificultad para obtenerlo por procedimientos "legales" desde alguna de las plataformas (tipo Libranda) de difusión de libros electrónicos, y la comparativa (y tentadora) facilidad para descargárselo desde páginas web más o menos ilegales. El segundo: el precio de la versión electrónica (12,99 euros), que consideran a todas luces desproporcionado. No opinan lo mismo acerca del precio del libro en papel: los 19,50 euros marcados por la editorial no les escandalizan ("está en mercado", dice una) para un objeto nada virtual que merecerá conservarse en su biblioteca "de verdad", cada vez más selectiva. No se trata de empedernidas piratas informáticas: de hecho, pagan 9,99 euros mensuales por la música que eligen en Spotify o los 0,99 céntimos que les cobra iTunes por cada canción que importan, y están convencidas de que cuando los libros electrónicos se abaraten (alguna añade, "y los precios se liberalicen") la piratería será residual y su práctica se considerará socialmente reprobable, no como ahora. La escena no es representativa: son mujeres profesionales y cultas, de clase media, con suficiente dominio de la tecnología que utilizan. Pero es un síntoma. Y me pregunto qué pasará cuando el precio de los libros electrónicos (ya considerablemente rebajado) se ponga al alcance de todos los bolsillos. Mientras tanto, la empresa estadounidense Attributor (www.attributor.com) sigue forrándose a costa de vender a los grandes grupos (en España, a Planeta y Santillana) sus servicios tecnológicos de rastreo, detección y, eventualmente, eliminación (¿ pueden hacerlo legalmente?) de contenidos digitales pirateados. Lo que pasa es que, a juzgar por la poblada biblioteca virtual de novedades que las socias del club de lectura han almacenado en sus i-pads y e-books, esas empresas-terminator todavía distan mucho de funcionar perfectamente. Por lo demás, surgen nuevas alternativas a Libranda. En librosinlibro.es, por ejemplo, se han agrupado algunos editores independientes para comercializar sus contenidos digitales "de la mano de los libreros y con la complicidad de autores y lectores". Para abrir boca, ofrecen la descarga gratuita de uno de sus libros (me gustará oír lo que dicen de eso los libreros). Su declaración de principios no puede ser más desarmante, de puro bienintencionada: "librosinlibro respetará y protegerá los intereses de autores y libreros, y buscará la rentabilidad económica dentro de una filosofía de comercio amable, con precios reducidos". Por fin: El Dorado, Arcadia, Utopía. Y, encima, respetando el precio fijo, quod erat demonstrandum.
En librosinlibro.es se han agrupado algunos editores independientes para comercializar sus contenidos digitales "de la mano de los libreros"
Me pregunto qué pasará cuando el precio de los libros electrónicos (ya bastante rebajado) se ponga al alcance de todos los bolsillos
Job
A veces, lo urgente no deja tiempo (ni espacio) para lo importante. Se pasa uno el día hurgando en novedades prescindibles (casi un pleonasmo) y en minucias sectoriales, y pospone lo que verdaderamente importa. E importante es, por ejemplo, un libro que ya puedo colocar entre los que más me han interesado en lo que va de año. Se trata de Job (Trotta) una excelente edición del libro bíblico que han llevado a cabo Julio Trebolle y Susana Pottecher y que consigue iluminar de sentido (filosófico, literario, simbólico, religioso) el que, sin duda, es uno de los textos capitales de la literatura de Occidente, un monumento del pensamiento hecho palabra poética en el que han bebido algunos de los más grandes escritores de todos los tiempos, y que sigue desparramando su sobreabundancia de significados en estos tiempos mediocres y sobresaltados. Impresiona ese diálogo olímpico -desencadenante de todo lo que vendrá después- entre un Yahvé muy dispuesto a castigar "de balde" a su siervo Job y un Satán que todavía actúa como una especie de cortesano y que se presenta ante él para provocarle (¿tentarle?), después de "recorrer la tierra, de darme un paseo por ella" y poner su ojo en el justo Job (que aún ignora lo que se le viene encima). Conmueve esta literatura esencial, solemne, desnuda, a la vez exigente y generosa con el lector y que expresa un complejo drama de sufrimiento, arbitrariedad y fortaleza. Si quieren comprobar (una vez más) la distancia que media entre la gran literatura (pero no sólo) y lo que no lo es, no dejen de (re)leerlo, ni de sumergirse en los sugerentes "apuntes sobre Job" que lo aclaran y contextualizan.
Vademécum
Es (otra) verdad universalmente reconocida que el facherío español no es lo que era. Buena parte de los líderes de opinión de la derecha que está a la derecha de la extrema derecha proviene de la antigua izquierda más o menos antifranquista, lo que les ha proporcionado cierto barniz léxico, digamos, pretendidamente "antitotalitario". En general se reclaman de un irreconocible liberalismo cuyos contenidos ideológicos no repugnarían -mutatis mutandis- al propio Queipo de Llano (por citar a otro experto en radiofonía), y a menudo se muestran indignados (e incluso indignadísimos) por el estado en que se encuentra su "España", un constructo teórico que poco tiene que ver con el de la realidad en que viven y se ganan la vida. En el vademécum Camino hacia la cultura española (subtítulo: Todo lo que hay que leer, ver y escuchar) publicado por Planeta y elaborado por César y Lara Vidal, y en el apartado dedicado a "lo que hay que leer" en el inicio del siglo XXI, se mencionan (en negrita) sólo a cuatro ensayistas: Javier Somalo (autor de Por qué dejé de ser de izquierdas, citado por Vidal como Por qué dejamos de ser de izquierdas), Federico Jiménez Losantos (otro que realizó el periplo desde el rojo intenso -en su caso, desde un difuso maoísmo más o menos telqueliano- al azul amarillento), Alberto Recarte (El desmoronamiento de España, citado en otro lugar del atolondrado libro como El colapso de España) y -no podía faltar- el propio César Vidal, célebre polígrafo de nuestro tiempo. Me extraña, sin embargo, que ni en este contexto de imprescindibles, ni en el índice onomástico, figure Pío Moa, a quien los arriba citados habían jaleado anteriormente como si se tratara del Ferdinand Braudel de la nueva historiografía (revisionista) española. A lo mejor ha caído en desgracia. O tal vez es un descuido subsanable en sucesivas ediciones (en ese caso, de nada).
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