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LLAMADA EN ESPERA
Columna
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Lugares inaccesibles y extinguidos

A poco que lo pensemos es obvio que vivimos en una sociedad plagada de secretos. De hecho, tantos de los lugares emblemáticos con los cuales convivimos o de los cuales oímos hablar a diario son inaccesibles para la mayoría de nosotros o lo son al menos en su actividad cotidiana. Piensen por ejemplo en el Congreso de los Diputados por el cual se organizan visitas guiadas el día de la Constitución. ¿Es ese en realidad el paseo que esperamos? ¿Verlo así, vacío, sin funciones? Pasa lo mismo con las Bolsas de cualquier rincón del planeta: lo divertido sería verlas en pleno vértigo, en plena ebullición, y no como seres inertes.

Me acuerdo de pronto de los grandes rascacielos del mundo, algunos visitables, como el veterano Empire State y otros propiedad de corporaciones que tienen poco tiempo y pocas ganas -y lo entiendo- de que los malditos turistas se paseen por las instalaciones sólo por el gusto de entrar a aquellos lugares donde sólo unos pocos pueden entrar. Y se me viene a la mente el mítico Cabo Cañaveral, donde ya en los años cincuenta se guardaban los secretos más intensos de la conquista del espacio. Ese lugar tiene rememoraciones de la infancia, casi de lugar extinguido, de un tiempo que fue y en el cual la carrera espacial era mucho más que la mera anécdota que es hoy. Entonces, en mi infancia, todos nos sentábamos frente al televisor a ver los despegues y amerizajes: ahora ni sé cuando salen naves al espacio. ¡Pasan tantas cosas todo el rato!

Esa fascinación que hace de los lugares inaccesibles un poco lugares extinguidos es lo que atrapa sin reservas en la exposición del Serralves de Oporto, por otro lado una visita muy recomendable porque pasear por los jardines del museo es un placer como pocos. Hasta finales de enero se puede ver la muestra del estupendo fotógrafo alemán Thomas Struth, que tuvimos ocasión de ver en el Museo del Prado. En la exposición de Oporto hay cuatro secciones que resumen parte de su trabajo: las ciudades -algunas extraordinarias fotos en blanco y negro, por cierto-, los retratos de grupo, las fotos en museo -tal vez las más conocidas de todas sus propuestas- y un último trabajo en el cual retrata lugares de difícil acceso, en su mayoría científicos, y entre los que se halla el mencionado Cabo Cañaveral. Son unas fotografías soberbias que desvelan los lugares inaccesibles que aquí aparecen inmóviles y vacíos, máquina y cables suspendidos, bellísimos, y que reafirman, a través del estatismo que enfatiza la sensación de cierta cualidad extinguida, el interés por el paso del tiempo en Struth, como se anuncia en sus series anteriores.

Me ha gustado tanto la exposición, he sentido un deseo tan fuerte de seguir contemplando este último trabajo, que he decidido traer conmigo en el viaje de vuelta el catálogo para poder volver a mirar las imágenes -normalmente mando los libros por correo por no arrastrar el peso entre estaciones y aeropuertos. En el avión, observando ávida la serie poderosa, me he acordado de las Cartas sobre Cézanne que Rilke escribe en 1907 y en las cuales reflexiona, entre otras cosas, sobre una cuestión inverosímil en una cultura de la imagen por antonomasia, la nuestra: el privilegio que es poder tener unos días un libro para ver las reproducciones, en su caso de Van Gogh. "No acabamos ayer de ver toda la carpeta, así que pude traérmela a casa y al menos por unos días la tendré a mi entera disposición". Estaba sentada en el avión, el móvil no iba a sonar y podía seguir mirado las sorprendentes imágenes de Struth. Podía pensar en el Cabo Cañaveral y en todos los lugares inaccesibles y extinguidos que se resumían aquí, con la pericia que Struth tiene para atrapar el mundo.

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