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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Huelgan (las palabras)

Manuel Rodríguez Rivero

Empezaré con un truismo: no anda bien el mundo. Miro alrededor y si no me tomo pronto un johnnie walker me sienta mal el desayuno. Leo lo que dicen los políticos y me resulta tan inquietante como el espléndido final de Molloy (1951), cuando el detective Moran (¿Molloy?) explica: "Entonces entré en casa y escribí, es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía". Vaya usted a fiarse de ellos: dicen unas cosas y, al cabo de un rato y sin despeinarse, dicen (y hacen) las contrarias. Lo de la crisis, por ejemplo. ¿Recuerdan a Sarkozy enfundado metafóricamente en el saco del penitente y predicando la reforma del capitalismo? La prensa occidental anunció con trompeteos y bocinazos lo que parecía el fin de una aciaga época de intolerable egoísmo financiero. Era al principio, cuando todos los caminos parecían llevar a Keynes y a los banqueros no les llegaba la camisa (fabricada por Eton, con gemelos de Paul Smith) al cuerpo. Mírenlo ahora, mientras los gitanos rehacen sus hatillos para regresar a la miseria y dejar "limpio" el sur de Europa: las buenas gentes que admiran a Sarko y reeligen al Cavaliere podrán dormir tranquilas de nuevo. Y todo ello mientras sus socios europeos miran hacia otro lado, envidiosos (algunos ya lo estaban de su señora) de que Monsieur le Président se atreva a hacer algo que, en muchos países, las bases derechizadas y atemorizadas exigen a sus líderes. No hay nada como el miedo para arrinconar los derechos de las personas hasta que la amenaza escampe o regrese la riqueza y, con ella, el lujo de actuar como demócratas. De esta crisis provocada por los que siempre ganan, el capitalismo sale reforzado, no lo duden. Y con la extrema derecha rampante por doquier. En Suecia, por ejemplo, donde la xenofobia crece al mismo tiempo que los ataques al Estado de bienestar. Y no digamos en el corazón del Imperio, donde también apuntan maneras que venga Bush y se le caiga la baba. Ahí tienen a la clónica Christine O'Donnell, antigua católica (y ahora evangelista y creacionista militante), que ha obtenido la nominación republicana por Delaware con un prolijo programa de regeneración nacional en el que la masturbación, el aborto, las uniones homosexuales y la deuda nacional son los peores pecados. Es tan perfecta en su tipo que creo que Benedicto XVI, tan obsesionado por los comportamientos sexuales privados de la gente, debería hacer una excepción y ordenarla sacerdotisa. En cuanto a lo de aquí, qué quieren que les diga. Zapatero no me tiene contento, y ya tengo un cajón repleto de lexatín de 3 miligramos por si ganan los de enfrente. Por lo demás, ahí tienen a los empresarios, quejándose (como todos) pero sin atreverse a darle la patada en el culo a su inefable presidente Díaz Ferrán para que no parezca que se dejan llevar por la veleidosa opinión pública. Y no les digo nada de los sindicatos: espero que sus cúpulas se hayan pensado bien lo del día 29 (huelgan las palabras) y que un posible seguimiento escaso de una convocatoria efectuada con renuencia y poca preparación no ponga en bandeja a este Gobierno (y a los que vengan después) reformas laborales más drásticas (como la jubilación a los 72 tacos y sólo a condición de posterior trabajo voluntario en la empresa). Y no sigo, que hoy tengo el día cenizo. Regreso a Beckett, a quien su astuta madre pagó el primer psicoanálisis, y a su Molloy, que releo en busca de un pasaje que finalmente encuentro: "Si tuviera que establecer la lista de honor de las cosas que no me han dado demasiadas ganas de vomitar en el curso de mi interminable existencia, el bocinazo y el trompeteo ocuparían un lugar de preferencia". Pues eso.

Maldades

¿Quién o qué es el mal, Moby Dick o Ahab? En el operístico capítulo XXXVI de la novela (1851), el capitán del Pequod le grita al primer oficial Starbuck (que aún no había prestado su nombre a una multinacional): "Esa cosa inescrutable es lo que más odio, y tanto si la ballena blanca es agente, como si es principal, quiero desahogar en ella este odio". Y recuerden el terrible final de la película de John Huston (1956, guión de Ray Bradbury), con Ahab amarrado para siempre a la moribunda ballena mientras ambos se hunden en el infierno líquido. La apasionante relación entre el hombre y la ballena a lo largo de la historia es el asunto del hermoso ensayo Leviatán o la ballena, de Philip Hoare (Ático de los Libros). Una relación oscilante entre el odio sagrado y la devoción, como aprendí en vivo durante una peregrinación ya lejana a Arrowhead, la casa-museo del condado de Berkshire (Massachusetts) donde Melville escribió algunos capítulos de su libro, y en la que todo estaba presidido por el (allí) incongruente lema "salvemos a las ballenas". Hoare no sólo habla de la literatura del leviatán, sino de su biología y su historia, así como de su presente amenazado y precario y de su conversión en icono conservacionista. Para Melville, dice, aquel monstruo erizado de arpones "representaba el malvado instrumento del destino". Y sin embargo el mal anida también en el corazón egoísta de Ahab, que arrastra a su tripulación a seguirle en su venganza ("¡La perseguiré al otro lado del cabo de Buena Esperanza y del cabo de Hornos y del Maelstrom noruego, y de las llamas de la condenación, antes de dejarla escapar!"). Terry Eagleton, un "marxista occidental" en la taxonomía de Perry Anderson, afirma en su sugerente ensayo Sobre el mal (Península) que es un error deshumanizar a quienes hacen (y encarnan) el mal: "Precisamente en el hecho de que sean humanos es donde radica la atrocidad de lo que los terroristas hacen". Moby Dick es para Ahab la representación del mal. Pero el mal existe en lo concreto y lo encarnan monstruos quizás demasiado humanos: rememorando una visita a Auschwitz, Adolf Eichmann, el genocida responsable de los trenes en que se hacinaban los judíos enviados a la "solución final", escribió: "Quemaban los cadáveres en una gigantesca parrilla de hierro... no podía soportarlo; me invadió la náusea". Y añadía que no era el único alto mando nazi que experimentaba parecidas sensaciones. Pobrecillos, menos mal que luego escuchaban arrobados la música de Schubert. Tras el penoso deber, hay que consolarse. Como Franco, que comulgaba después de firmar sentencias.

Baker

Aunque dispersa y desordenadamente, la obra (ficciones, ensayos) del estadounidense Nicholson Baker (1957) ha ido llegando al lector español sin excesiva demora. Ahora Duomo -que ha mejorado el diseño de sus colecciones- publica El antólogo, una insólita novela repleta de humor y tierna ironía cuyo protagonista es un poeta bloqueado (y abandonado por su novia) que intenta escribir un prólogo para una antología de poesía (rimada; los originales figuran en apéndice). Repleta de homenajes y referencias (de Chaucer a Simic), la novela sortea con éxito la enorme dificultad de contar la historia de amor del narrador (y del propio Baker) con la poesía en lengua inglesa. The New York Times la incluyó entre las mejores ficciones de 2009.

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