Espejo roto de América
Bajo una parrita, el sol todavía alcanza a filtrar varios haces de luz que bailan al ritmo de la brisa. Vestida de negro, Lorrie Moore está sentada en esa terraza de un bar-restaurante, con una tira de zanahoria entre los dedos como si fuera un largo cigarrillo que se lleva a los labios, al mejor estilo de las antiguas estrellas del cine. Mira a los ojos, y suelta el humo invisible para reconocer: "Sí, en esta novela he tratado de reflejar el mundo surgido en mi país después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Es un pequeño golpe bajo a la vida estadounidense", y cierra su actuación hollywoodesca dando un mordisco a su colorido cigarrillo.
Trazos claros y fuertes, con los cuales Lorrie Moore describe Al pie de la escalera (Seix Barral). Un gran retrato-mosaico de los Estados Unidos de comienzos del siglo XXI donde desenmascara a su sociedad. Hace once años que se esperaba un libro de ella. Desde 1998, cuando publicó Pájaros de América, una colección de cuentos que la convirtió en una de las narradoras actuales más prestigiosas por su estilo directo, musical y sobrio lirismo esparcido de humor, ironía y sarcasmo como armas para confrontar de manera incisiva la sociedad, la cotidianidad familiar y laboral y los sentimientos.
"El racismo existe, no se puede ocultar. Los privilegios de los blancos continúan, aunque van disminuyendo"
"Las cosas cambian. Y ahora resulta que ese paradigma que teníamos en EE UU de la sociedad inmigrante se ha roto"
"Las cosas tienen sentido del humor en sí mismas. En esta novela creo que no hay mucho, pero mi editor piensa que es graciosa"
Todo eso sigue inalterable en su nueva novela. Y magnificado, porque ha creado un jardín sobre un campo minado. Humor preñado de crítica y tragedia, y tragedia envuelta en humor.
Esto es en lo que se ha convertido Lorena Marie Moore, aquella niña asustadiza que aprendió a escuchar a los adultos contar sus historias personales y cotidianas. Testigo de las diversas verdades en que se fragmenta una sola verdad. De la diferencia entre los hechos reales, la versión o versiones que se daba de ellos y las interpretaciones que otros hacían de los mismos.
Y aquí está ahora, serena y expectante ante lo que opinen sus lectores de Al pie de la escalera. Lo confiesa en Tornado Club, uno de los bares y restaurantes más populares de Madison (Wisconsin), donde vive desde hace más de una década con su hijo adoptado de 15 años y dando clases de escritura creativa en la universidad. Ella misma eligió el sitio para esta entrevista organizada por su editorial española, Seix Barral, el pasado 12 de julio, mes y medio antes de la salida de su novela en Estados Unidos.
Lorrie Moore es de Glens Falls (Nueva York), alta, blanca, de cabello negro y sin apenas maquillaje, con un aire fresco que desmienten sus 52 años. Sin anillos en sus cuidadas manos, sólo adorna su cuerpo un pendiente con tres gotas de plata. Bajo la parrita donde ahora el sol aún muestra su poderío, pero luego se verán pasar las luces del crepúsculo, la escritora será tal cual como en sus libros: una mirada seria y reflexiva de la vida y del mundo, salpicada de ironía, bromas, risas, sarcasmos y preguntas.
Será alrededor de una pequeña mesa redonda adornada con un florero a lo Manet, pero comestible, llamado Rilish. Un vaso alto de cristal que, en lugar de claveles y climátides, conserva en hielo un manojo de tiras de zanahoria, una cebolleta, un par de ramitas de apio, medio pepino partido por la mitad y un pincho de aceitunas verdes y negras, cohombro y tomate cherry. ¡Ah! Y una copa de vino tinto.
En su crujiente compañía, Moore recuerda que ganó a los 19 años un concurso de cuentos en la revista Seventeen. Y cómo ahora, 33 años después, ha publicado tres libros de relatos, acaba de editar su tercera novela y es miembro de la Academia de las Artes y las Letras de América desde 2006. No sabe muy bien qué ha cambiado en la literatura, ni en la suya en particular, en todo este tiempo. Lo único claro es que ahora tiene un hijo adolescente, se ha divorciado y se han mudado del Este al Oeste, a la mitad de Estados Unidos. "Aquí hay un muy buen resumen de la sociedad estadounidense. Al principio no era consciente de eso, de todo lo que había aquí, y ahora estoy tratando de reflejarlo. Éste es un micromundo del país con todos sus microambientes políticos, culturales, sociales y de sueños". Calla un instante y su voz pausada encuentra un punto de cambio como narradora: "Antes, cuando era más joven, escribí mis dos novelas, Anagramas y El hospital de ranas, sobre mujeres mayores, y ahora que ya soy mayor escribo sobre una mujer joven", y se interrumpe con una risa clara y dosificada. "Eso quería hacer en esta novela. Quería contar estas cosas como un resumen de Estados Unidos".
¿Acaso la tan mentada y esperada gran novela de la sociedad estadounidense del siglo XXI?
Silencio...
Al pie de la escalera tiene más dosis de su humor envenenado, a veces usado por sus personajes como escape al dolor, mientras se explaya en las descripciones del ambiente y las psicológicas de personas puestas en un cruce de caminos frente a temas como los prejuicios en torno al racismo, la inmigración, la adopción, las nuevas familias, la religión, los miedos modernos, la guerra, la desolación de ciertas pasiones y la culpa y la expiación. Un paisaje devastador que descubre Tassie Keltjin, una joven universitaria, en su travesía hacia la vida de verdad, teniendo como fondo la larga y oscura estela del 11-S y la guerra de Irak.
A Moore no le queda la menor duda de que no somos impermeables al tiempo. A su arte para moldear las vidas solapadamente, y a pesar de quien sea. "Las cosas cambian, las ideas cambian, las familias cambian. Las cosas que importan en el mundo. Y ahora resulta que ese paradigma que teníamos en Estados Unidos de la sociedad inmigrante se ha roto. Eso me ha llevado a abordar este tema que es fundamental. Antes, mis dos primeros libros hablaban de la familia. Cada libro es diferente".
Su aproximación y percepción de la gente y la manera como refleja sus relaciones personales y sentimentales en sus libros ha variado. Y para demostrarlo toma prestada una frase de unos amigos que le han dicho: "Lorrie, tú escribes todo el tiempo sobre los sentimientos mutuos entre hombres y mujeres; pero ahora te preocupas de cómo las mujeres fracasan unas con otras", y termina subiendo las cejas.
Cuando la luz empieza a tornarse bronceada, y a regalar los últimos haces de sol danzarines, Lorrie Moore, con el cigarrillo-zanahoria entre los dedos, reconoce el alcance que quiere darle a su novela; la de una obra que represente y retrate el mosaico de la sociedad estadounidense del nuevo siglo XXI, engendrada súbitamente tras los atentados terroristas de Al Qaeda en 2001 en Nueva York y Washington. Le gustaría que Al pie de la escalera fuera una especie de espejo en el cual se pudieran mirar sus compatriotas. Porque de ese suceso procede la nueva sociedad que ella describe. De ahí que defina la novela como "un pequeño golpe bajo a la vida estadounidense", tras lo cual suelta el humo invisible de su cigarrillo-zanahoria.
Una prueba de que su propuesta no es sólo artística y literaria. También da un salto contundente en lo temático y una declaración de principios sobre temas cruciales, que van desde las relaciones actuales de pareja y los asuntos religiosos hasta la situación del racismo y las culpas para afrontar los caminos del mundo contemporáneo. Y fiel a su estilo políticamente incorrecto al mostrar el abismo que hay entre lo que se piensa y lo que se dice y cómo se actúa. "La novela es un micromundo que refleja a la sociedad norteamericana actual. Aquí, en Madison y en el Medio Oeste, confluyen los dos mundos, se mezclan lo urbano y lo rural, y conviven lo moderno y lo tradicional".
Presta una atención especial al racismo. La novela cuenta la vida de Tassie que es contratada como canguro de una niña afroamericana. "El racismo existe, no se puede ocultar. Los privilegios de los blancos continúan, aunque van disminuyendo lentamente. He escrito la novela antes del triunfo de Barack Obama e incluso hice campaña por él", y hace una mueca al bromear diciendo que pensaba que si él ganaba no iba a ser bueno para su libro.
La guinda que faltaba para comprobar que su novela es como el Rilish, al que no deja de echarle mano entre sorbo y sorbo de vino. Una mezcla armoniosa y natural de formas, colores, sabores, efectos y sonidos. De contrastes y contradicciones. Junto al racismo, la novela afronta la religión, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Una cuestión interesante para ella que fue criada por un padre que no fue educado religiosamente, aunque ella no ve nada malo en la religión. "Estados Unidos es un país muy curioso, ¡muy curioso! Es una contradicción porque fue fundado por ateos que se hicieron cristianos y la fundaron en nombre de la libertad religiosa. Pero se ha ido convirtiendo en un país de múltiples religiones".
Es una mixtura que no siempre se refleja en las instituciones, afirma la escritora y académica. Y cita el ejemplo de la Corte Suprema de Justicia donde la tercera parte de sus miembros son católicos mientras la sociedad a la que representan sólo cuenta con la quinta parte de estos fieles. "Ahora la gente está pensando en la diferencia de estos porcentajes. ¿Qué significa eso para la sociedad estadounidense? Todavía no hay una respuesta".
Como tampoco la encuentra en el porqué de la intolerancia de algunos creyentes de las tres religiones monoteístas, y de que cada vez la gente se hace más religiosa, especialmente en Estados Unidos. "La creencia es una cuestión cultural. La religión en sí misma no es intolerante, el problema es la gente. Pero la tendencia en mi país hacia cualquier tipo de religión es sorprendente". ¿Por qué? "Porque la gente busca en ella una solución, una respuesta. Son cosas de la mente. No lo sé muy bien, no soy filósofa, pero, cuando en mi libro los niños mueren, la gente busca la religión como un consuelo al dolor, a la pérdida, como una manera de paliar la tristeza...".
...Y Lorrie Moore estira la mano hasta el centro de la mesa donde está el Rilish para coger otra tira de zanahoria y volver a jugar, entre risas, a la fumadora glamourosa de los años treinta. Ya no hay sol. Sólo una luz cobriza que lo baña todo bajo el susurro de la parra movida por la brisa como preámbulo a sus ideas sobre los miedos contemporáneos que palpitan en Al pie de la escalera.
Insiste en el temor ante la desconfianza o descalificación que ahora se da a alguna persona según su credo. Miedos individuales y miedos colectivos que parecen acorralar a la gente en su novela. "Cada generación tiene su colección de nuevos miedos", reconoce resignada. "Es también una forma de confrontar el mundo. De cómo tú miras ese mundo y cómo tú sacas lo que tienes para salir adelante en la vida. Cada uno de nosotros asumimos unos temores, es interesante, y son diferentes sus grados en cada persona".
Aunque en el camino se han perdido cosas que no comparte, como cambiar privacidad por seguridad. "Cuando John Kerry dijo que se debía tratar como una cosa más, yo estaba de acuerdo, pero cuando lo pusieron más grande y lo exageraron lo convirtieron en un problema. El terrorismo es una manera de manipular a la gente".
Y sus palabras recorren durante unos minutos la naturaleza del miedo a bifurcarse.
Recuerda que los más recientes tienen que ver con el cambio climático, la calidad del aire o el agua que se dejará para los hijos o nietos. "Otros miedos que laten son el racismo, las clases sociales, y eso se ve claramente en Estados Unidos". Pero es curioso que el temor medioambiental acose a los estadounidenses y su Gobierno no se lo tome muy en serio, ante lo cual atina a comentar un poco burlona: "Es terrible. Obama debió llegar 20 años atrás, esperemos que no sea tarde".
Cuando la oscuridad empieza a puntearse en la atmósfera, Moore pasa de los miedos contemporáneos a desvelar parte del secreto de la sonoridad de su escritura y otros recursos de estilo. En sus narraciones parece jugar con el sonido de las palabras en busca de un efecto evocador y de creación de frases llenas de imágenes o metáforas. O sarcasmos e ironías. Un aprendizaje que le viene de prestar mucha atención a la manera en que habla la gente, a su capacidad de observación. "Pero sólo escuchar a los demás, porque no me gusta nada mi voz, soy terrible hablando. Otra cuestión es cuando empiezo a escribir porque entonces todas las cosas aparecen naturalmente", y abre sus brazos como si acabara de terminar un truco de magia.
Tiene mucho que ver aquí el teatro. Además de haber escuchado de pequeña las conversaciones de los adultos y sus formas de contar sus cosas. "Me gusta sentarme y escuchar los diálogos entre los personajes. La tradición oral es más cuestión de concentración. Insisto mucho a mis alumnos en esto, porque cuando tú te concentras luego en el papel se revela todo, y lo demás viene naturalmente".
Y para que todo encaje, Lorrie Moore tiene que inventarse un mundo perfecto para su obra, acorde a lo que va a contar. Sin olvidar, recuerda, que también tiene que traer a él cosas del mundo real, que es lo que al final contribuye a hacerlo creíble y verosímil. Reconocible para el lector. En su caso, con temas cotidianos poblados de personajes cuyos mundos interiores ella muestra como seres a veces inconformes o amordazados o devastados por frustraciones, desencuentros o sueños.
Sus manos, que a veces acompañan a sus palabras, aquí ganan protagonismo. Confiesa que no piensa en el humor cuando escribe. "Las cosas tienen humor en sí mismas. Es cuestión de saber verlo. En esta novela creo que no hay mucho, pero mi editor me dijo que era muy graciosa", y sonríe perpleja porque no termina de entenderlo.
Cuando intenta explicar la procedencia de su ironía y de aquello que parece políticamente incorrecto, manda atrás su brazo izquierdo, que se topa con una ramita de parra descolgada como una serpiente que le hace girar rápidamente la cabeza. Se percata de lo que es, sonríe y sube las cejas mientras dice que "es importante la interacción que tienen las personas, mostrar el mundo interior y exterior del individuo. Arrostrar dichos mundos. En el cine es difícil hacer esto, pero en la literatura se puede hacer con tres o cuatro frases".
El resultado es una obra a la cual le atribuyen resonancias kafkianas y una protagonista veinteañera a quien ya le han encontrado un parentesco con el adolescente Holden Caulfield, de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
La noche ya está ahí a la luz de la vela. Y la escritora habla de su labor como profesora y de la manera en que su vida ha ido cambiando a medida que su hijo crecía. Para escribir prefiere las mañanas con la complicidad de una taza de café, que al evocarla hace aparecer su aroma en la mesa; luego cuenta que por las noches también escribe para aprovechar su magia.
Así, entre la crianza, la mudanza, las clases y la adaptación a la nueva vida en Madison, a finales de los noventa, empezó a concebir Al pie de la escalera con algún rasgo autobiográfico. La escritura llegó después del 11-S. Luego tardó un año en arreglar lo escrito porque lo que pretendía era que la novela reflejara el mundo surgido de allí. Mientras tanto la gente se preguntaba dónde estaba la autora de Pájaros de América. Y ahora que ha vuelto, después de once años sin publicar, lo dice: "Me he repartido entre varios quehaceres. En un año pensé que ya tenía toda la novela en la cabeza, pero resultó que eran únicamente 50 páginas. Y, encima, la historia era muy triste, así que tuve que rehacerla. Además he publicado cuentos en revistas como The New Yorker y en The Guardian".
Una hora después, dentro del restaurante, al final de la cena, Lorrie Moore lee el comienzo de su novela en inglés como en un recital secreto... Luego pregunta cómo suena en su traducción al español. Se recuesta en la silla, y escucha atenta: "El frío llegó aquel otoño y a los pájaros cantores los cogió desprevenidos. Cuando la nieve y el viento empezaron a ser intensos, demasiados habían sido engañados para quedarse, y en vez de partir hacia el sur, en vez de haber volado ya hacia el sur, estaban acurrucados en los jardines de las casas, con las alas ahuecadas para conseguir un poco de calor...". Sonríe... Le gusta lo que ha escuchado en un idioma ajeno al suyo. El sonido de ese comienzo cuya imagen presagia la historia por venir.
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