Duffy, la diva buena
DUFFY tiene resaca, pero lo lleva con la elegancia de una profesional. No va a permitir que una menudencia como ésta le borre la sonrisa de ganadora. Ha vendido más de un millón de discos en el Reino Unido. Su largo de debut, Rockferry, es a la lista de ventas británica lo que Mugabe a los dictadores contemporáneos. Una bestia sin escrúpulos que anula el disenso y que consigue imponerse hasta a sus detractores más acérrimos. Esta joven de 23 años, natural de un pueblo del norte de Gales, que, a falta de equipo de fútbol, la ha adoptado como ente integrador y motivo de orgullo rural, surgió de la nada para abrazar el todo. Saludada con escepticismo como daño colateral del revival soul, Duffy se empeña una y otra vez en presentar sus credenciales de autenticidad, seduciendo al oyente y al interlocutor hasta alcanzar un estado parecido al síndrome de Estocolmo pop. Los noventa fueron una década de mierda. Todo prefabricado y chungo. Los cero cero son mucho más auténticos. De aquí a 30 años se recordará la década y en ella se contará conmigo. Eso me llena de orgullo, sostiene sin rubor y no puede más que sorprenderse cuando se le apunta que lo más relevante de su discurso no es su mensaje de autoafirmación, sino el que sea capaz de ponerle nombre a esta década. Se lo agradecemos, pues estamos en 2008 y ya se nos iba el tiempo. De nada, es muy importante darle a la gente lo que necesita. Por cierto, ayer estuve en un bar aquí delante y se podía fumar. Me encantó. Pensé que debería haber un sistema por el que los propietarios pagaran un impuesto para poder dejar fumar a la gente en sus locales. Sería mucho más justo y el Estado recaudaría un dinero extra, ¿no te parece?. Brillante. Fin del primer párrafo y no hemos hablado de Amy Winehouse.
Ésa es la mayor estupidez de todas las que han dicho sobre mí, responde la galesa mientras se peina de nuevo. No me importa que me comparen con Amy Winehouse, pero que digan que me llamo Duffy porque mi nombre es Amy, y así creo que me puedo alejar de las comparaciones, es realmente idiota. Mi apellido es Duffy y así me llamaban en el colegio. No quiero ponerme un nombre artístico ridículo. Además, musicalmente, no creo que seamos tan parecidas. Cuando yo empecé a componer mis temas, hace cuatro años, nadie sabía quién era ella. Sólo una tía que había grabado un disco de jazz y había vendido cuatro copias.
Otro nombre menos doloroso pero igual de recurrente a la hora de hablar de Duffy es Dusty Springfield. Ya sea por la cadencia de la voz o por el peinado, lo cierto es que la galesa podría ser la Dusty para la generación que bebe frappucinos. La descubrí durante la grabación del disco, como mucha otra música maravillosa que la gente de Rough Trade me puso durante el proceso de creación de mi identidad musical?, comenta de nuevo sin pudor, dejando claro que es un producto, pero uno bueno, uno que sabe bien. No soy tonta. Sé que igual de aquí a tres años nadie se acuerda de mí, pero estos tres años los voy a disfrutar y los voy a exprimir al máximo. Todo esto es genial, pero complicado. Por cada buena noticia, hay una mala. Por cada éxito, un rumor que desmentir. La verdad, de cualquier modo, es que si esto no hubiese sucedido, hoy sería una persona terriblemente triste, asegura.
Un ejemplo perfecto de la agridulce vida del producto posmoderno sucedió en un taxi en París. Duffy estaba de promoción en la capital francesa y viajando de hotel a hotel oyó que sonaba en la radio gala su enorme sencillo Mercy. Y el dj empezó a hablar en francés. Y dijo Duffy. Hasta aquí, todo bien. Y luego dijo Amy Winehouse y, al final, Dusty Springfield. Me jodió el día, el cabrón?, recuerda la menuda cantante, cuyos tacones parecen un edificio del downtown de Dubai. Sus biografías más apócrifas cuentan que estuvo en una girl band suiza, que fue semifinalista del reality inglés Pop Idol y que escribió el disco deprimida tras la separación con un novio que era el mismo demonio. Un hijo de puta que me puso los cuernos con medio país, recuerda divertida y se parte de risa.
Rockferry es un disco de perfecta factura, una obra de soul retro y mimético que, con un poco más de grasa, podría haber resultado un producto no sólo perfecto, como es ahora, sino algo realmente grande. Es casi un misterio pascual que un tipo tan blando como Mark Ronson fabricara un disco tan rasposo como el de la Winehouse, y el séquito de Duffy, formado por el management de la madre de todos los sellos discográficos independientes, Rough Trade, y por el ex Suede Bernard Butler, entregue algo mucho más satinado y domesticado. Ella debería haber sido Etta James. La otra, Diana Ross. Pero ha salido al revés.
Empecé a trabajar con Jeannette Lee [copropietaria del sello Rough Trade y ex manager de The Cranberries o Pulp]. Le mandaba los temas por mensajero y ella se emocionaba y me decía que podíamos hacer algo con todo eso. Un día me presentó a Butler. Me pareció un tipo muy raro y muy callado. Empezamos a trabajar juntos las canciones. Siempre he sabido que quería ser cantante, pero jamás supe qué quería cantar. Mis referentes eran muy pobres, mi cultura musical, reducida, la verdad. Butler y los demás vieron en ella un pedazo de piedra detrás del cual, como en el caso del David de Miguel Ángel, se escondía una obra de arte. Cantar y escribir canciones siempre ha sido algo que he tratado de mantener casi en secreto, y así es muy difícil triunfar, sonríe la chica que no le dijo a su familia qué hacía con su vida hasta que terminó de grabar el disco. No quería interferencias, opiniones ni juicios por parte de mi familia. Así, mi éxito ha sido una gran sorpresa para todos ellos, y para todo el pueblo. La primera vez que salí en la BBC, la gente se reunió en el pub para verme y me vitoreaban como a un equipo de fútbol. He pasado de descastada a gloria local, y todo se lo debo a Jeannette, Bernard y los demás. Agradecida como pocas en su posición, Duffy define su relación con el ex Suede como meramente profesional. Estoy segura de que si le preguntas de qué color tengo los ojos, te responderá, pregúntaselo a ella. He pasado miles de horas con Bernard y su piano en su ático de Londres y no sabría decirte qué tipo de persona es. Habla poco. Butler, por su parte, comentaba en un medio inglés que se sentía tremendamente orgulloso de su trabajo con ella. Que era una oportunidad única trabajar con un talento así en un momento como éste. ¿Eso ha dicho? Qué mono. Eso jamás me lo comentó. ¿Qué más ha dicho de mí?. Que le recuerdas a Dusty Springfield. ¿En serio?. No.
Rockferry, de Duffy, está editado en Universal.
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