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Crítica:LIBROS | Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Algo nuevo sobre Dios?

En el catecismo romano que aprendió Karen Armstrong en 1950 esta era la respuesta a "¿qué es Dios?": "Dios es el espíritu supremo, que existe por sí mismo y es infinito en todas sus perfecciones". En España, por esa época, se enseñaba la doctrina del jesuita Gaspar Astete, de 1537. El original del Astete decía: "Pregunta: ¿quién es Dios nuestro Señor? Respuesta: es una cosa lo más excelente y admirable que se puede decir ni pensar, un Señor infinitamente Bueno, Poderoso, Sabio, Justo, Principio y fin de todas las cosas, premiador de buenos y castigador de males". El nacionalcatolicismo mantuvo el nombre del catecismo, pero lo sometió a la revisión del jesuita Remigio Vilariño, "que en el Bilbao de principios del XX lo relanzó con un éxito que trascendería los océanos" (así reza una edición de 1955). En el de Vilariño "la cosa" del Astete se transforma en "Dios nuestro señor". Pero la figura sigue teniendo perfección absoluta. Muy acertadamente, Armstrong sentencia que Dionisio, Anselmo y Tomás de Aquino "se revolverían en sus tumbas al oír estas definiciones". Lo dice porque "definir significa poner límites", y Dios, si existe, excede a todas las palabras y conceptos.

En defensa de Dios. El sentido de la religión Karen Armstrong

Karen Armstrong

Traducción de A. López Tobajas y M. Tabuyo

Paidós. Barcelona, 2009

500 páginas. 26 euros

Es un libro imponente. Quien se haya ocupado de estudiar las religiones no debería perdérselo. Su autora ha escrito libros tan extraordinarios como La gran transformación (Paidós); un estudio sobre la intolerancia religiosa frente al progreso (Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam, Tusquets); una historia de El islam (Mondadori), y estupendas biografías de Mahoma (Tusquets) y Buda (Mondadori), entre otros. De familia irlandesa, criada en Birmingham (Reino Unido), fue monja y ahora historiadora de las religiones y una gran teóloga en el sentido en que los griegos entendían esta palabra. La teología como un lenguaje: un logos sobre theos.

Kant negó la posibilidad de demostrar la existencia de Dios, pero reivindicó un Ser Supremo por razones éticas, el Motor Inmóvil. No hay gran filósofo que no haya reflexionado sobre el tema. Y eso que bien temprano se concluyó que el mundo natural no podría darnos información sobre Dios, "el Dios incognoscible", en palabras de san Agustín. Aparte de san Pablo, ningún otro teólogo ha sido más influyente en el cristianismo que el autor de Confesiones. El libro de Armstrong es, sobre todo, un repaso de ese debate, desde Sócrates, Aristóteles o Maimónides hasta Sartre, incluso más acá, pasando por los pensadores de la edad oscura, los de la Ilustración e incluso los pensadores ateos más modernos, como Richard Dawkins (El espejismo de Dios), Christopher Hitchens (Dios no es bueno), y Sam Harris en El fin de la fe. Los eclesiásticos piensan que esta poderosa expansión del laicismo, y su éxito comercial, es una novedad. La realidad es que los Hitchens de hoy no dejan de ser suaves epígonos de los grandes clásicos del ateísmo. Citemos el muy famoso Por qué no soy cristiano, de Bertrand Russell.

Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre el pensamiento antirreligioso de antaño y el de los nuevos enemigos de Dios. Los clásicos del ateísmo querían cambiar la sociedad. La vanguardia del ateísmo o el agnosticismo, dicho en palabras del filósofo Heleno Saña, se trata de pensadores que creen en serio que el único problema de la humanidad es el de creer o no creer en Dios, sin darse cuenta de que adoptan, en sentido inverso, la misma intolerancia que hizo exclamar a Tertuliano que "fuera de la Iglesia no hay salvación". También está de moda un narcisismo teológico, que presenta a un Ser Supremo bondadoso a la manera del Astete: el Dios que vela por los hombres y los ama sin fin. Ante los crímenes de la Humanidad, se oye: "¡Es la voluntad de Dios!". Pero el mundo sigue siendo el escándalo que torturaba a Kierkegaard. En este sentido, Dios necesita defensa, como sugiere el título de este libro. Necesita una explicación, incluso entre quienes lo crean "un producto de la mente humana".

¿Dónde está Dios ante el mal? Es la gran pregunta. Se escucha que también en la experiencia del mal se puede encontrar a Dios. El poeta César Vallejo escribió en Heraldos negros: "Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo / grave". Si no hay nada más sucio que hacer sufrir al pobre, el Dios de los ricos no puede ser el de los pobres. Tampoco al que clamó Benedicto XVI en su visita a Auschwitz ("¿por qué, Señor, has tolerado esto?") es el mismo que el Ser Supremo (Dios, Alá, Yahvé, Buda, etcétera) del que habló Epicuro. De esto habla con sabiduría Armstrong, quizás en defensa de Dios, tal vez en su contra.

El problema de fondo es la incompatibilidad de dos atributos de Dios: bondad y omnipotencia. No es teodicea de primero de seminario sobre un texto de Tomás de Aquino, sino pensamientos que vienen de Epicuro, en una formulación que debería angustiar a los estudiantes del Astete por poco que hayan reflexionado: Dios, frente al mal, o quiere eliminarlo pero no puede (1); o no quiere (2); o no puede y no quiere (3), o puede y también quiere (4). En el primer caso, Dios no sería omnipotente; en el segundo, no sería bondadoso o moralmente perfecto; en el tercero, no sería ni omnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto, y en el cuarto, Epicuro plantea la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina. El ateo Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755.

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