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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Los tres grandes errores de Blair

Irak, Afganistán y la debilidad británica ante EE UU, fallos del primer ministro que se va

Timothy Garton Ash

Todas las carreras políticas terminan en fracaso, pero no siempre es el mismo fracaso. En el momento de marcharse, Tony Blair es tremendamente impopular en su país, pero bastante respetado en el extranjero. Según una encuesta reciente de YouGov, sólo el 22% de los británicos piensa que se puede confiar en él, y un 59% dice que no ha mejorado la posición de Gran Bretaña en el mundo. La duda es: ¿está de acuerdo en eso el 59% del mundo?

Hace 15 días aproveché esta columna para dejar que el propio Blair hiciera el balance de su política exterior durante el último decenio. A juzgar por varias de las furiosas reacciones que me han llegado, el mero hecho de ofrecer al primer ministro saliente una muestra de consideración y dejar que se explique es una especie de traición intelectual. La única obligación de cualquier comentarista que se precie es interrogar a Blair -perdón, a Bliar

¿Quién está mejor, Gran Bretaña tras 10 años de Blair, Francia con 12 años de Chirac, Alemania con ocho de Schröder o EE UU en el séptimo de Bush?
La capacidad de atracción de lo que italianos, franceses y alemanes consideran 'blairismo' también es un elemento del poder blando británico
En la columna del debe hay una entrada de un rojo apabullante: Irak. Blair insiste en que la historia pronunciará su veredicto, pero Irak es un desastre

[juego de palabras con mentiroso]- y condenarle, como si fuera una mezcla de Radovan Karadzic, Augusto Pinochet y Adolf Eichmann. No hay que estrechar nunca esa mano ensangrentada; hay que borrar esa sonrisa de su rostro de una vez por todas. Como suele ocurrir en tantos cenáculos de Londres, la mejor forma de probar que uno es más virtuoso y que pertenece a la tribu es mostrar una vehemencia infinita al condenarle. No hay más que decir "no en mi nombre", o, mejor dicho, gritarlo.

La verdad es que es mucho más productivo dejar de gritar un instante y pararse a escuchar, porque lo que ofrece Blair es un patrón por el que medir su propia trayectoria. La esencia del blairismo en política exterior, según me explicó, es el intervencionismo liberal. Su política exterior ha consistido en mezclar poder duro y poder blando y en fortalecer nuestras alianzas con Estados Unidos y la Unión Europea para afrontar los desafíos supranacionales de nuestra época.

Hay dos maneras de responder a eso. La primera es no estar de acuerdo con el programa en general. Uno puede decir que el intervencionismo liberal es una pésima idea. ¿Por qué tenemos que ocuparnos de impedir que los extranjeros se maten entre sí si quieren? Nuestro poder blando, propio de la Europa pacífica y superior, se manifiesta no interviniendo en ningún sitio. Conservamos las manos limpias porque no movemos un dedo. Y, en todo caso, no queremos estar demasiado cerca de EE UU (los blairófobos de la izquierda). O de Europa (los blairófobos de la derecha).

La otra respuesta es examinar su trayectoria a la luz de los objetivos que se proponía. Si uno cree, como es mi caso, en la genuina intervención liberal -es decir, en la intervención para evitar un genocidio o alguna otra conducta espantosamente grave o inhumana dentro de las fronteras de otro Estado-, en la columna del haber del balance tiene que estar Kosovo. Allí, Blair encabezó una actuación internacional para dar la vuelta a una situación de genocidio que estaba cometiendo Slobodan Milosevic contra los albano-kosovares, en su mayoría musulmanes. Y la comunidad internacional no lo hizo del todo mal en la ocupación posterior. Kosovo, hoy, no es precisamente Suiza, pero está camino de convertirse en un país europeo. En La Haya se juzga a señores de la guerra serbios y kosovares. Desde el punto de vista de un intervencionista liberal, Kosovo fue el gran triunfo de Blair.

Las relaciones de Gran Bretaña con Estados Unidos y con nuestros socios de la Unión Europea son mejores que en 1997. En el contexto europeo, la transferencia de competencias a Escocia y Gales y el asombroso espectáculo de que un republicano irlandés como Martin McGuinness y un unionista como Ian Paisley empiecen a gobernar juntos en Irlanda del Norte deben figurar en su haber. Además, Gran Bretaña tiene más fuerza en Europa y en el mundo porque posee una economía relativamente sólida, unida a un Estado de bienestar parcialmente reformado. La capacidad de atracción de lo que italianos, franceses y alemanes consideran blairismo también es un elemento del poder blando británico.

A pesar de todos los problemas que persisten, hay que hacerse esta pregunta: ¿Quién está mejor? ¿Gran Bretaña después de 10 años de Blair, Francia después de 12 años de Jacques Chirac, Alemania después de ocho años de Gerhard Schröder, o Estados Unidos en el séptimo año de George W. Bush?

Intervencionismo liberal

En la columna del debe hay una entrada de un rojo apabullante: Irak. Blair insiste en que la historia pronunciará su veredicto sobre Irak, pero podemos decir ya con seguridad que Irak es un desastre. Considerarlo un ejemplo de intervencionismo liberal es el peor favor que se le puede hacer a la causa de los intervencionistas liberales. Emprendimos una guerra con informaciones falsas sobre armas de destrucción masiva y sin el debido mandato legal ni político. La falta de preparación para unas consecuencias que eran probables fue un escándalo. Era difícil que las cosas pudieran estar peor que con Sadam Husein, pero lo están. Hay cientos de miles de muertos y mutilados, y no se ve el final. Los servicios de inteligencia estadounidenses dicen que Irak se ha convertido en caldo de cultivo de una nueva generación de terroristas. Los miles de millones de dólares despilfarrados en la guerra y la ocupación podrían haber mejorado las vidas de muchos pobres en el mundo.

Al sacar a las tropas de Afganistán cuando la tarea estaba a medio terminar creamos dos fracasos en vez de un posible triunfo. La lucha entre chiíes y suníes se ha exacerbado en todo el mundo musulmán. La dictadura teocrática de Irán ha salido muy fortalecida. La autoridad moral de Estados Unidos está por los suelos y ha arrastrado consigo a la del Reino Unido. Irak nos ha granjeado la enemistad de los musulmanes en todo el mundo, incluidos los de nuestro propio país. ¿Hace falta que siga? Es el mayor desastre de la política exterior británica desde la crisis de Suez en 1956.

El mayordomo de Wodehouse

Además, Irak ha dejado al descubierto la debilidad de otro aspecto de la política exterior de Blair: el intento de influir en la política de Estados Unidos mediante una labor de pasillos en privado, al tiempo que se evitaba cualquier discrepancia pública. Es lo que yo llamo la escuela de diplomacia de Jeeves. Como el mayordomo modelo de los relatos de P. G. Wodehouse, Gran Bretaña es impecablemente leal en público, pero en privado le susurra a Bertie Wooster (es decir, George W. Bush): "¿Es eso prudente, señor?". Este método ha fracasado. Gran Bretaña, por sí sola, ya no puede hacer que la hiperpotencia cambie de opinión, sobre todo si Washington cree que siempre puede contar con el apoyo británico.

Lo que necesita EE UU es un amigo lo suficientemente grande como para tener que prestarle atención. Ese amigo no puede ser más que una Unión Europea fuerte, que hable con una sola voz. Ése es el tercer fallo fundamental de la política exterior de Blair, un fallo que estuvo a punto de reconocer él mismo cuando hablamos. Para lograr esa voz europea es necesario el compromiso total de Alemania, Francia y Gran Bretaña, pero la política europea de Gran Bretaña está drásticamente limitada, e incluso dictada, por nuestros medios de comunicación euroescépticos. Blair vio el problema con claridad, pero nunca se atrevió a enfrentarse a unos editores y directores de periódicos a los que nadie ha elegido, pero de los que tanto ha dependido el nuevo laborismo.

El objeto de este balance de cuentas no es sólo escribir la historia inmediata; es aprender de los fracasos además de los éxitos. Podemos ver tres lecciones. Primera, nunca debe volver a hacerse tan mal uso de la bandera del intervencionismo liberal. Existen numerosas formas pacíficas de intervención liberal que es preciso agotar antes. Para emplear el último recurso de la acción militar debemos tener una causa justa respaldada por datos, no una invención disfrazada de informaciones secretas, y el debido mandato legal, democrático y multilateral. Y tenemos que estar preparados para el largo periodo posterior. Segundo, sólo una Europa fuerte, que hable con una sola voz, puede ser el socio estratégico que tanto necesita EE UU. Tercero, para obtener esa Europa fuerte, el primer ministro británico debe enfrentarse a los magnates de la prensa, a los que nadie ha elegido y que en la actualidad dictan la política europea de Gran Bretaña. Confiemos en que Gordon Brown haya aprendido las lecciones necesarias de la accidentada historia de su vecino.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Blair anuncia a los electores de su circunscripción que se retira como primer ministro, tras  10 años en el cargo.
Blair anuncia a los electores de su circunscripción que se retira como primer ministro, tras 10 años en el cargo.REUTERS

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