Iglesia y política
Después de treinta años de democracia, la derecha española no ha conseguido todavía la autonomía ideológica respecto de la Iglesia católica. El multitudinario acto de reivindicación integrista que la jerarquía eclesiástica organizó el pasado domingo en Madrid es la culminación de una legislatura de clericalismo callejero. Después de haber compartido con el PP diversas manifestaciones contra el Gobierno, la jerarquía eclesiástica tuvo su gran día, con los líderes de la derecha mirándoles desde detrás de los visillos, porque Rajoy no quería ofender a potenciales electores de alma centrista.
El peso histórico de la Iglesia ha dificultado enormemente que apareciera una verdadera tradición liberal en España. La falta de esta tradición -y la virulencia de determinadas formas de anticlericalismo- ha hecho que la derecha española ideológicamente haya estado casi siempre en manos de la Iglesia católica. El franquismo convirtió esta alianza estratégica en compromiso institucional y cedió por completo a los curas la formación ideológica de los españoles. El impulso del papa Montini y del cardenal Tarancón hizo que en la transición se vivieran momentos de tregua, que se prolongaron durante los años del felipismo, en la medida en que la Iglesia vio que ninguno de los temores procedentes del pasado eran fundados. Cuando Aznar llegó al poder, se planteó la refundación ideológica de la derecha española. Si en los primeros momentos pudo parecer que Aznar, deseoso de ampliar su espacio de influencia, incorporaba algún acento liberal, al alcanzar la mayoría absoluta, coincidiendo con su conversión a la revolución conservadora de Bush, se acabaron los equívocos. El presidente Aznar, desde la autoridad que ejercía sobre la derecha por haberla sacado de una larga travesía del desierto, se sintió en condiciones de dotarla de un discurso ideológico fuerte y autoritario, con el apoyo de la Iglesia católica pero sin necesidad de someterse imperativamente a ella. Así se vio al apoyar incondicionalmente la guerra de Irak contra la doctrina vaticana de Juan Pablo II.
Mariano Rajoy, una persona de contornos ideológicos mucho más imprecisos que Aznar y carente de la autoridad de su antecesor, se encontró con dos novedades de suma importancia: el estancamiento de la revolución conservadora de Bush y el giro del Vaticano hacia una más directa beligerancia política. La lectura del discurso de Ratisbona del papa Ratzinger quedó sesgada por unas referencias al islam que eran secundarias en el argumento. El cuerpo central del discurso era la apelación a las religiones, también al islam, a ocupar el espacio político que cierta crisis de las ideologías convencionales estaba dejando disponible, y a irrumpir de pleno en la lucha político-ideológica. Los obispos españoles no se hicieron de rogar: manos a la obra, con el PP como acompañante.
Sumido en una derrota inesperada, con el referente americano en horas bajas, el PP de Rajoy se agarró a la Iglesia como a un salvavidas. El tono de la legislatura tiene mucho que ver con esta alianza. Una Iglesia despoblada de feligreses y sin apenas vocaciones, que tiene que importar a sus funcionarios y que es incapaz de autofinanciarse, ha buscado en el ruido callejero una manera para hacer sentir su voz en una sociedad que cada vez la escucha menos y en la que ha perdido casi todas las batallas ideológicas.
La respuesta de Zapatero, apelando a la tolerancia, está en línea con la miedosa actitud ante la Iglesia que ha tenido siempre. Ningún gobierno ha hecho tantas concesiones a la Iglesia. Le ha liberado del compromiso de autofinanciarse a partir de una fecha determinada y ha aumentado, del 0,5% al 0,7%, el coeficiente que recibe el episcopado del impuesto sobre la renta de sus fieles. Todos los españoles de cualquier creencia o increencia estamos financiando a la Iglesia católica, y ésta, ante cualquier contratiempo, responde cuestionando la democracia.
Cualquier relato que pretenda dar sentido a la existencia humana emana de la imaginación de los hombres. Los obispos pretenden excluir al suyo de la controversia con el obsceno recurso de hablar en nombre de Dios. Por lo menos podrían tener la modestia del personaje de una novela de Andrei Makine: "Sólo se me ha pedido que os lo diga, no que os obligue a creerlo". Y Zapatero, a pesar de la contumacia de los señores obispos, sigue haciendo concesiones. Debería tener el coraje de acabar con los privilegios de una religión que merece los mismos derechos que las demás.
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