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A la televisión pública le llegó su hora

Durante muchísimos años, la televisión pública generalista era simplemente la televisión. No había otra. Ni lo permitía la ley ni nuestra atrasada economía daba tampoco para que nadie se metiese en un lío tan grande y tan caro. Desde 1983 los vascos tuvimos ETB pero no fue hasta 1988 cuando por fin pudimos escoger otras opciones privadas. Tantos años de monopolio tuvieron consecuencias, dos sobre todo: la dependencia política y la gratuidad, características ambas que siguen grabadas a fuego en el imaginario de los españoles, por mucho que haya cambiado completamente la realidad.

Obviamente, una dictadura no era el mejor entorno para que creciese un medio libre e independiente y nuestra televisión no lo fue, aunque haya que reconocer el esfuerzo de muchos periodistas y profesionales excelentes, que, apoyados en la potencia y complejidad del medio, abrieron algunas ventanas a despecho del régimen.

Es la hora de tener una televisión pública austera, pero también dinámica, puntera, arriesgada

Desde el punto de vista económico, TVE era un chollo. Los anuncios eran una enorme e inagotable fuente de ingresos en una emisora en la que no tenían restricción alguna, al contrario que en sus homólogas europeas. La tele crecía sin problemas económicos y la gratuidad se consolidó, hasta el punto de que la mayoría de los televidentes ni siquiera saben que nuestro sistema de financiación es la excepción y que lo normal en Europa es pagar un canon por tener televisor en casa.

Llegó la democracia, llegaron las privadas, conocimos a las mamachichos, las ruedas de prensa se llenaron de micrófonos de colores, vino la guerra aquella del "fútbol de interés general", las versiones de concursos americanos y también los realitys. Las opciones crecieron. En cuanto a la calidad que iba a venir de la mano de la competencia... pues eso. Muchas cosas empezaron a cambiar, pero aquellos dos convencimientos, la gratuidad y el control gubernamental de la tele, se mantuvieron incólumes en la opinión pública. Y ahí siguen, impermeables también a la tormenta que viene ahora con la TDT, Internet y la crisis económica.

Pero lo que antes pudo ser ya no es posible. El modelo de televisión generalista nacional, adoctrinadora, grande, influyente, masiva, gratuita para el televidente y poco consumidora de presupuesto público se extinguió. Hace muchos años que se sostiene con dinero público ese viejo modelo y mal que bien aguanta, pero es evidente que lo hace cada día con más dificultades, entre ellas la de tener que explicar el uso de recursos económicos en algo que aún hoy se considera que debería ser gratis total como lo fue siempre.

La realidad, sin embargo, ha cambiado y es ya hora de que cambiemos el registro. Invertir en televisión pública, no sólo es garantizar una herramienta del derecho a la información, sino que es también una oportunidad de desarrollo económico de primer orden. El mayor valor añadido es hoy el talento, y una televisión pública es su parque tecnológico, la ventana a la creatividad que alimenta el sector audiovisual, cultural y publicitario, entre otros.

Cada vez se consumen más productos audiovisuales y la gran riqueza que generan se irá a los lugares donde se produzcan. Quien no produzca cultura tendrá que comprar cultura y pagarla. Quien no invierta en talento y creatividad tendrá que competir en precio, o sea en salarios. Y seguramente lo pagará caro. Es, por tanto, la hora de repensar a fondo la televisión pública, del mismo modo que se está haciendo, por ejemplo, con la banca pública que son las cajas.

Es la hora de que la televisión pública encuentre un espacio propio que se le reconozca socialmente, en el que no se vea constantemente obligada a competir con las privadas en pura cantidad y se le permita competir con todos los demás medios en calidad y servicio. Ni que decir tiene que a estas alturas son simplemente ridículas las pretensiones de que nuestra televisión retroceda y vuelva a ser instrumento de un ideario político concreto para la creación eficaz de ciudadanos afines.

Es la hora de tener una televisión pública austera y eficiente, por supuesto, pero también dinámica, puntera, arriesgada, pionera en la red y capaz de ir un paso por delante. Una televisión pública más ciudadana y, en nuestro caso (ETB), menos nacional, que nos espabile un poco en lugar de adormecernos tanto; que se adapte a los nuevos modos de consumo audiovisual con canales y productos específicos.

Es la hora de una televisión pública que huya de los productos comunes y experimente modos de producción nuevos y nuevas rutinas de trabajo. Las privadas no tienen obligación de innovar ni de marcar tendencia. Las públicas sí deben hacerlo. Igual que deben ser medios competitivos no en cantidad sino en valor y en segmentación, en la seguridad de que no sólo los ciudadanos, sino también los anunciantes, lo apreciarán.

Pero si queremos todo esto, primero debemos soltarnos de aquellos dos viejos tópicos de la gratuidad y el control político. porque hoy se han convertido en dos salvavidas de plomo. Las cosas cambian muy rápido en el sector audiovisual y la escasez no es sólo de dinero, sino también de tiempo.

Carlos Gorostiza es parlamentario vasco del PSE y miembro del Consejo de Administración de EITB.

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