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Columna
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¡Viva Rusia!

Arsenio era el borracho de mi barrio cuando yo era un imberbe. Era un borracho sensato, es decir, por la mañana trabajaba en el Puerto como el que más y por la tarde-noche se emborrachaba en el Casco Viejo bilbaíno como el que más. Todo el mundo lo sabía y nadie jamás le tuvo miedo. Paseaba por las tardes tambaleándose por Somera o por la calle Pelota -un amigo decía que no andaba de lado a lado, sino de bar en bar, para no perderse ninguno- y por las mañanas, como una vela para llegar al trabajo puntual. A veces no llegaba a la hora porque salía de la comisaría de Indautxu con retraso despedido con un "hasta pronto" de los policías de servicio. A Arsenio, que gustaba de los carramarros -así se llamaban entonces lo que ahora se llaman nécoras de oferta- y las gambas que vendía la Pili enfrente del Mercado de la Ribera los fines de semana, cuando el vino peleón le iluminaba el alma y la conciencia se le venía Rusia a la cabeza y comenzaba a entonar vivas a Rusia como una amenaza vengativa de lo que estaba por venir. Rusia era la salvación frente al franquismo como lo fue, millones de muertos de por medio, frente a Hitler de por medio, que venía a ser lo mismo. A más vino peleón, más vivas a Rusia. Cuando algún chivato o algún sereno -años sesenta y pico- alertaba a los grises, Arsenio era detenido más que por subversivo por molestón, porque no dejaba dormir a la vieja Herminia de Barrencalle o porque algún camisa vieja de la División Azul se sentía molesto con ese ensalzamiento del Anticristo.

Arsenio pasó muchas noches en la comisaría de Indautxu más por silencio ciudadano que por silencio político. Arsenio nunca supo que una cosa era Rusia y otra la URSS -sus carceleros tampoco-. Hoy tampoco hubiera sabido que una cosa es Rusia y otra Moscú. Y que, por lo tanto, si tras darle una refriega al vino peleón se hubiera ido por la calle gritando "¡Viva Rusia!" nadie le hubiera entendido, ni en el Casco Viejo ni en Rusia. No sé qué hubiera pensado hoy el bueno de Arsenio, recto por la mañana, torcido por la tarde, rectilíneo a medias; si se hubiera alegrado de que Rusia haya conseguido la celebración del Mundial de fútbol o si habría abdicado de aquella Rusia que tantas veces le hizo dormir en la comisaría de Indautxu y llegar tarde a su trabajo en el Puerto.

Por si anda por ahí, por algún sótano del cielo o algún altillo del infierno, le diré que la designación de Rusia como receptora del Mundial 2018 va a ser una gran oportunidad de negocio... para la alarmante corrupción de Moscú, cosa que a la FIFA le importa poco o nada, más bien nada. Que su Rusia mítica de las tardes de vino y palos se hundió y que la Rusia emergente es más subterránea que aquella. Que Putin no es Lenin, ni Lenin era tu Lenin. Te lo debía amigo. O quizás debía callarme en agradecimiento por crear en mí la conciencia social en los días de vino y palos.

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