Un senador de alterne
Cuesta creer que un hombre como Casimiro Curbelo, capaz de montar un altercado tan bochornoso como el que protagonizó en Madrid en la madrugada del jueves, haya sido durante 30 años una autoridad en La Gomera, sea miembro destacado del Partido Socialista y, además, ocupe un escaño en el Senado. Curbelo, según la versión oficial plasmada en el atestado policial, tomaba copas en una sauna con su hijo Adays, de 26 años, y un amigo de ambos cuando los tres montaron tal alboroto que fueron expulsados del local. Uno de los camareros asegura que, indignados, alguno gritó "yo me meo en las putas" y "yo no pago putas", expresiones que disipan cualquier duda sobre la naturaleza del lugar en el que estaban. Curbelo niega que fuera un club de alterne, pero tampoco ha especificado en qué local madrileño se inició este indigno suceso que prosiguió en comisaría, donde los tres expulsados acudieron para denunciar el trato recibido. Llegaron allí, según el atestado, en "evidente estado de embriaguez, dificultad en el habla, boca pastosa, ojos vidriosos, pupilas dilatadas y halitosis etílica".
Embotados por el alcohol, parece que tuvieron dificultades en seguir las instrucciones policiales para redactar la denuncia, lo que propició una nueva batalla dialéctica en la que no faltaron las agresiones a los mismos policías, que fueron tachados de hijos de puta, fachas del PP, maricones, pringaos, terroristas y otras lindezas que movieron a los agentes a detenerles sin contemplaciones. Y ello a pesar de que Curbelo, envalentonado, hizo valer su condición de senador para amenazar a los guardias con represalias por el trato que le estaban dispensando.
Afortunadamente, el Partido Socialista ha reaccionado a tamaño despropósito declarándose avergonzado, pidiendo su dimisión y advirtiendo de que, de no presentarla, el PSOE le expulsará y le dejará fuera de las próximas listas electorales. Se acabaría así la carrera política de un socialista que o bien se trastornó de repente o nunca debió ocupar los cargos que alcanzó. La Gomera apenas tiene 23.000 habitantes, pero no será difícil hallar entre ellos a alguien con mayor dignidad para sustituirle.
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