Un reto inesperado para Hillary
Hillary y Obama deberían constituir una pareja política eficaz, los Franklin Delano y Eleanor Roosevelt del cualificadísimo equipo que, dentro de unos días, empezará a guiar a Estados Unidos a través de la maleza de la economía en crisis, el desempleo y las consecuencias del terrorismo. (En su autobiografía, Hillary dice que la extraordinaria Eleanor, que apoyó a la República española, es su modelo.) Ni Obama ni Hillary son ideólogos, ni tampoco se dejarán desviar como Bush por un dios íntimo y privado que se pasee por su cerebro. En la situación actual, los dos coinciden en sus ambiciones: pasar a los libros de historia como unos dirigentes políticos de increíble eficacia.
El modelo de Obama es Franklin Delano Roosevelt, sin duda. Con la economía estadounidense en la peor situación desde la Gran Depresión de los años treinta, los mismos expertos que rechazaban lo que quedaba del New Deal de Roosevelt como mero socialismo anticuado, lleno de intervención del gobierno, han dado un giro radical y, de pronto, están redescubriéndolo. No oía mencionar tan a menudo el nombre de Roosevelt desde que era niña: algunos incluso dan al nuevo programa de Obama el nombre de New New Deal. (Por fortuna para EE UU, los republicanos conservadores perdieron hace tiempo su batalla para privatizar la seguridad social; en estos tiempos tan agitados, si la seguridad social hubiera dependido de inversiones privadas de Wall Street, muchos estadounidenses habrían perdido su única protección contra la indigencia.)
Caroline Kennedy aspira a ocupar el escaño de Hillary Clinton y tal vez la presidencia de EE UU
Los Kennedy no quieren que su poder político muera con Ted
Lo que consolidaría el papel de Hillary en la historia -y lo que, hasta ahora, ningún gobierno ha conseguido, aunque Bill Clinton estuvo a punto- es la paz en Oriente Próximo. Una tarea casi imposible, pero creo que, si hay una secretaria de Estado que pueda llevar a cabo negociaciones reales, es Hillary.
Lo que mi intuición me dice es que Joe Biden, el vicepresidente entrante, rechazó el puesto de secretario de Estado y presionó para que se lo dieran a su buena amiga Hillary. Es posible que Biden sólo quiera estar un mandato como vicepresidente, por motivos de salud, y Hillary le sucedería durante los cuatro años siguientes, con lo que estaría en una posición perfecta para ser candidata a la presidencia dentro de ocho años.
Hillary tiene buenas razones para dejar el Senado. A pesar de ser muy conocida, seguía siendo una neófita, y a su regreso a la Cámara la recibieron con frialdad. Lo que debió de molestarle especialmente fue que muchos de los senadores que estaban en deuda con los Clinton por un montón de cosas le habían hecho el vacío. Es verdad que la campaña de Hillary estuvo tremendamente mal dirigida y queni ella ni Bill supieron ver que el joven senador de Illinois iba a irrumpir en escena con un talento para la lucha digno de Napoleón. Ahora Hillary se enfrenta a otro golpe que puede ser letal: Caroline Kennedy aspira a ocupar el escaño que deja libre en el Senado.
Cuando Caroline y Ted Kennedy inclinaron la balanza en favor de Obama, sus planes incluían la mitificación de la presidencia de JFK. Caroline ignoró los considerables logros de Lyndon Johnson, Bill Clinton y otros presidentes cuando afirmó que Obama era el único candidato presidencial digno de heredar el lugar de Jack Kennedy. Es verdad que Kennedy fue una figura admirable cuyo potencial no se hizo del todo realidad por su asesinato. Pero también era un duro político irlandés acostumbrado a dar codazos y, a diferencia de Lyndon Johnson, no aprobó ninguna ley verdaderamente importante. Aunque yo fui una de las primeras en apoyar a Obama, como quizá recuerden los lectores de EL PAÍS, y sigo siendo partidaria suya, no me gustó nada el desprecio, a la vez duro y romántico, con el que Caroline despachó todo lo que ha sucedido en el país desde los años sesenta.
Caroline Kennedy, que, hasta ahora, ha dado imagen de tímida (no hay que menospreciar la agresividad de los tímidos y los buenos), dedicada a las buenas obras y el voluntariado, ha emprendido una apresurada carrera para quedarse con el escaño que va a dejar libre Hillary. Con un imperioso sentido de que tiene derecho a él (nunca ha ocupado un cargo político), Caroline ha exigido al gobernador Patterson de Nueva York que la designe para el puesto (como Hillary y Obama han dejado el Senado a mitad de legislatura, sus escaños no se someten a elecciones; son los gobernadores de sus Estados los que deben nombrar a alguien de forma provisional). El corrupto gobernador de Illinois, Blagojevich, puede ser procesado por tratar de vender el escaño de Obama. Lo que está haciendo Caroline (ha contratado a una de las mejores consultorías de publicidad) es legal pero cuestionable; quiere que le devuelvan el favor de haber ayudado a Obama a ganar las primarias.
Los defensores de Caroline intentan decir que quienes se horrorizan por esta maniobra son meros partidarios de Hillary. No es cierto (yo, por ejemplo, he sido muy crítica con Hillary). Lo que ocurre es que Caroline no ofrece más motivo para ocupar el escaño que el droit de seigneur, un derecho innato. Pero el Senado no es la Cámara de los Lores, y nuestros presidentes más venerados, Lincoln y Roosevelt, no crearon dinastías políticas familiares: se les venera por lo que hicieron ellos personalmente.
Si Caroline surge de la nada y, sin elección previa, se queda con el escaño de senadora de Hillary, sus ambiciones deben de ser muy profundas. Supongo que su objetivo a largo plazo es convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos, sin duda en competencia con Hillary. Es evidente que sus prisas se deben, en parte, a que Ted Kennedy padece un cáncer incurable. El senador tiene un poder enorme en la Cámara Alta y, para los duros Kennedy, tan convencidos de sus derechos, el poder político de la familia no debe terminar con su desaparición. Por supuesto, si Obama se inclina por apoyar a Caroline, como parece que está haciendo, eso causará un enfriamiento innecesario en su relación con Hillary. Además, otro elemento que complica aún más la aparición de la hija de John Kennedy en la política del Estado de Nueva York es que el fiscal general del Estado, Andrew Cuomo, uno de los principales candidatos para el escaño de Hillary, está en plena disputa con la familia Kennedy debido a un desagradable divorcio de una prima de Caroline.
Un instante tan crucial, en el que Obama y Hillary y todo el equipo de Obama deben vencer problemas casi insuperables, no es el mejor momento para distraerse con devoluciones de favores porque así lo exige la familia Kennedy. Desde los años cincuenta, desde la época de Eisenhower, Estados Unidos ha ido abandonando uno de sus grandes puntos fuertes: la fabricación industrial. Aterrizamos en la luna mientras nuestras escuelas, nuestras carreteras, nuestros puentes y nuestras líneas ferroviarias se venían abajo. No necesitamos ningún drama alrededor de Obama. Y el Estado de Nueva York, en el que Hillary ha hecho una labor estupenda en las zonas rurales más pobres, y en el que verdaderamente ha madurado, no necesita un minidrama de celebridades políticas.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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