Contra los recortes en la educación

En los tiempos de las vacas gordas, de la cultura del pelotazo, a las primeras víctimas de la ignorancia producida por el dinero fácil, nos llamaban pringados porque jamás podríamos especular con nuestros saberes. Entonces nos dedicábamos a pervertir a la juventud al explicar a los muchachos el sentido del conocimiento, mientras que sus colegas, en la obra de enfrente, ganaban más que nosotros. Después vinieron las vacas flacas y los que destaparon el sumidero de los mercados para que se despeñaran en caída libre los más frágiles de nuestra sociedad, nos llamaron vagos, vendiendo en almoneda la liquidación de la escuela pública. Estamos acostumbrados al descrédito de lo que representamos por parte de aquellos que nunca tuvieron un maestro que les descubriera el abismo del infinito, la magia del microscopio, la emoción de aprender. Para los que sí tuvimos la fortuna de conocer a un maestro que alimentó nuestra insaciable curiosidad de niños, el desprecio a la escuela pública es una traición a todos aquellos profesores que nos hicieron pensar que no hay profesión más digna y hermosa que la que permite creer en el poder del conocimiento para derribar fronteras.

La guerra a la enseñanza pública ya se ha declarado en comunidades como Castilla-La Mancha y Madrid, con recortes que atentan contra su mismo sentido de servicio público. No nos dejéis como a Casandra anunciando el desastre inminente de un sistema público de educación a manos de dudosos criterios económicos. Creedlo: Troya arderá. Aún estamos a tiempo de salvarla.