El príncipe no ilustrado
El príncipe de Gales, Carlos de Windsor, heredero del trono británico, siempre ha gustado de la polémica. Y los últimos molinos contra los que ha cargado el hijo de Isabel II son las aspas de la Ilustración, lo que en inglés se conoce como enlightenment o iluminación.
En una conferencia pronunciada recientemente en una fundación que lleva su nombre, su alteza ha barrido de un manotazo a Rousseau y Voltaire, lo que puede ser osadía menor porque al fin y al cabo eran franceses, pero también ha cargado contra ingleses tan preclaros e intocables como Isaac Newton, el de la manzana gravitacional, y el gran Locke.
El razonamiento es, sin embargo, menos que principesco, cuando sostiene que eso de la Ilustración ocurrió hace dos siglos y que ya va siendo hora de cambiar de registro, porque le parece una temeridad que alguien pueda creer que las cosas duren tanto. Bueno, también hay quien piensa que la monarquía británica ya ha durado demasiado, pero ahí sigue resistiéndose con tenacidad al último avatar republicano.
El hijo mayor de Isabel II tiene, cuando menos, preparada una alternativa, consistente en algo así como asumir el yin y el yang de una sola vez, que llama holística, y que nos habla tanto de la concepción de la vivienda o de la sanidad como de la agricultura. Y este nuevo y original enfoque del príncipe de Gales sería toda una piedra en el zapato de la globalización, porque fomentaría lo que califica de "iniciativa local desarrollada en armonía con la naturaleza", una especie de feng shui para anglosajones.
Para coronar ese nuevo edificio de la modernidad recobrada, el heredero del trono sugiere, por ejemplo, que las casas se hagan siempre con emplazamientos en los que puedan anidar los pájaros. "Si los pájaros dejaran de posarse a nuestro alrededor", dice, "la vida carecería de sentido". Quizá no le falte razón. Pero muchos siguen creyendo que sin la Ilustración probablemente la vida inteligente en el planeta dejaría mucho que desear.
El llamado pensamiento posmoderno, por otra parte, ya había lanzado en las últimas décadas una ofensiva de marca contra la modernidad, cuya mejor joya, y la más identificable, es la Ilustración. Pero lo ha hecho yendo más allá de aquella época tan creativa. La Ilustración seguramente ya no nos basta en el siglo XXI, pero es poco probable que apuesta del conocimiento tan probadamente fructífera sea jubilada por un pastiche de ocasión.
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