Un país partido
El triunfo de Ouattara no llevará la paz a Costa de Marfil sin una reconciliación real
La rendición y arresto de Laurent Gbagbo puede poner fin a cuatro meses de práctica guerra civil en Costa de Marfil, con miles de muertos y más de un millón de huidos, pero difícilmente conducirá a la paz si Alassane Ouattara, el presidente reconocido internacionalmente, no inaugura una política radicalmente distinta del nacionalismo excluyente y el sectarismo étnico que han prevalecido desde 1993. Nada va a ser fácil en el país africano que hace una década era considerado un oasis de paz y prosperidad. Ni está claro que las milicias leales al presidente derrotado acepten dejar las armas y pasar de la noche a la mañana a la obediencia de su enemigo, ni tampoco auguran nada bueno para la legitimidad de Ouattara las atrocidades de sus fuerzas en su marcha hacia Abiyán, capital económica y ahora una ciudad fantasmal.
Que hayan sido fuerzas extranjeras, respaldadas por una decisión del Consejo de Seguridad, las que finalmente han instalado en el poder al legítimo triunfador de los comicios de noviembre, puede resultar una proposición aceptable vista desde Europa, incluso aunque algunos Gobiernos consideren que París y los cascos azules han excedido su mandato. Pero quizá no lo es tanto a los ojos de un país africano profundamente dividido étnica, religiosa y económicamente. Es poco probable que el casi 50% de los marfileños que votaron por el usurpador Gbagbo acepten de buen grado una situación en la que Ouattara es visto como el candidato de Occidente, obligado a compensar a Francia, la ex potencia colonial, por su decisivo apoyo político y militar.
Sería gravemente reduccionista considerar lo sucedido en Costa de Marfil como una historia de buenos y malos. El país sale de lo peor de la pesadilla, pero permanecen intactos los factores que llevaron a la guerra civil de 2002-2003 y la han reeditado ahora en el principal productor mundial de cacao. Ouattara, que promete ser un líder reconciliador, tendrá que probar con los hechos que no se trata de mera palabrería, si quiere cobrar alguna credibilidad. A la postre, eso mismo anunció Gbagbo cuando asumió el Gobierno en 2000, para desmentirlo inmediatamente y dar lugar a la rebelión y la guerra que rompió en dos a la nación. Solo una suprema magnanimidad por parte de sus nuevos dirigentes puede restañar las profundísimas heridas dejadas por estos meses de sangre.
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