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Los oriundos y el origen del conflicto del Sáhara

Bernabé López García

En abril de 1963, un Hassan II temeroso de no ganar la mayoría parlamentaria en las primeras elecciones tras la independencia, que iban a celebrarse apenas un mes más tarde, convocó al embajador español en Rabat para transmitirle un mensaje a Franco relativo a las posesiones norteafricanas de España que Marruecos reivindicaba y que los nacionalistas marroquíes del Istiqlal y de la UNFP habían convertido en un gran reproche a la monarquía por haber aceptado una "independencia incompleta".

En el archivo del ministro Castiella, conservado en la Real Academia de la Historia, la investigadora sevillana Ana Torres ha descubierto el documento en el que Manuel Aznar, el citado embajador, abuelo del ex presidente de Gobierno, narró la entrevista con pelos y señales.

La protesta que supone la acampada de El Aaiún es un punto de no retorno
España debe mostrar que su diplomacia puede ser parte definitiva de la solución

Como en el filme Origen, en el que se ensaya la fórmula de sembrar ideas en el subconsciente de otros para que las asuman como suyas, Hassan II intentó sembrar una idea, la de la descolonización a tiempo, en la cabeza de Franco y los gobernantes de la España de los primeros sesenta, usando a Di Caprio-Aznar como intermediario. Si su gestión hubiera tenido éxito nos encontraríamos hoy sin el problema del Sáhara y tal vez con otro Marruecos más estable y distinto del que hoy existe.

¿Qué mensaje fue el de aquella entrevista? Entre España y Marruecos quedaban problemas territoriales por resolver en África.

Uno, de resolución lenta, a largo plazo, la cuestión de Ceuta y Melilla, pues "no lo vamos a resolver ni su generación [de Manuel Aznar, con 69 años] ni la mía [del rey, con sus 33 años de entonces]. Considero que debemos inscribirlo en un problema general mediterráneo, dentro del cual nos encontramos inmediatamente con Gibraltar".

El verdadero contencioso, a su juicio, era de resolución más inmediata, sobre todo si se llegaba al acuerdo que aquella entrevista pretendía: el destino de los territorios del sur, el Sáhara Occidental.

Esta fue la argumentación del soberano marroquí. Solo hay tres "orientaciones" posibles:

1. Aceptar las realidades internacionales, preparando "unos acuerdos con un país estable, seguro, que está dispuesto a servir con todas sus fuerzas la causa del mundo libre, y a cerrar los caminos a todo movimiento de inspiración comunista". Ese país, naturalmente, era Marruecos, que, en la visión del monarca, ofrecería garantías y ventajas a España por incorporarse el Sáhara.

2. "La creación de paisitos, de Estaditos fantoches, como ya se ha hecho en distintos lugares de África", a la merced de vientos políticos y mareas de todo tipo.

3. La salida a la portuguesa, que en 1963 consistía en la per-petuación del dominio colonial con ignorancia total de los aires descolonizadores que ya cundían por África y el mundo, lo que lógicamente conducía a la incubación de un estallido anticolonial antes o después.

¿Qué pretendía Hassan II con este mensaje? Sin duda, algo que iba mucho más allá de anexionarse el Sáhara y era, y no lo ocultó a su interlocutor, tener "algún resultado positivo" de sus gestiones que ofrecer seis meses más tarde, cuando la apertura del primer Parlamento. Ante este, en el que habría "más de un demagogo", podría contrarrestar los excesos con el fruto de su negociación con España. El tiempo apremiaba, pues un Parlamento en el que no tenía asegurado el control le acortaría su margen de maniobra.

La propuesta no fue bien vista en El Pardo y Hassan II, que no logró ganar las elecciones, pues su formación, el FDIC, quedó en tablas con los partidos opositores de El Fassi y Ben Barka, no pudo sacarse de la manga la carta nacionalista de recuperar por la negociación el Sáhara frente a los "excesos demagógicos" e irredentistas en el Parlamento.

¿Se le pasó entonces por la cabeza al rey de Marruecos cobrarse una carta territorial menor con la recuperación de los territorios de los llamados "confines argelino-marroquíes" que Francia había rebañado a Marruecos para incorporar a Argelia? Tendría así algo que ofrecer a una oposición rampante dispuesta a plantarle cara.

Es solo una hipótesis, pero parece plausible que la Guerra de las Arenas (tema de la brillante tesis de Ana Torres), que estalló a finales de septiembre de 1963 en la frontera aún no definida entre Marruecos y Argelia, tuviera que ver con la preocupación real por presentarse en el Parlamento con algún logro territorial que ofrecer a una oposición que había empezado ya a sufrir una dura represión tras su relativo éxito electoral de mayo.

Pero aquella guerra fue un fracaso, pues no sirvió para aclarar el perfil de las fronteras y mucho menos para recuperar Bechar o Tinduf, que quedarían desde entonces, pese a la oposición de algunos de sus pobladores, en el jirón argelino. Fue, además, el origen del rencor argelino-marroquí que perdura aún hoy en el cierre de fronteras y en el problema del Sáhara Occidental, imposible de entender sin este trasfondo histórico.

Así, 47 años más tarde de aquel episodio y 35 después de que España se viera abocada a salir del territorio sahariano, tras dejar pudrir la colonización al optar por la tercera de las "orientaciones" descritas por Hassan II al embajador Aznar, el problema hace aguas por todos lados.

La protesta de la acampada de El Aaiún es, sin embargo, un punto de no retorno en el desarrollo de la cuestión. Algo que podría definirse como "la revuelta de los oriundos". Las nuevas generaciones de saharauis de cepa, los descendientes de los habitantes del ex Sáhara español que quedaron en el territorio, han dicho "basta" ante la exclusión de que han sido objeto.

Expoliados de las riquezas que produce su tierra, explotadas por capitales marroquíes o por unas cuantas familias saharauis que colaboraron con Rabat desde el primer día, marginados de toda participación real en la gestión del territorio, excluidos del empleo y del acceso a la vivienda que, sin embargo, encuentran con facilidad los retornados de los campos de Tinduf, se han propuesto llamar la atención de las autoridades con esta acampada, que coincide con la perspectiva de un nuevo encuentro entre Marruecos y el Polisario, preparado con cautela por Christopher Ross, y con el cierre de los trabajos de la Comisión Consultiva para la Regionalización, que deberá en breve concretar una propuesta de autonomía para la región. El riesgo es que esta pueda llegar demasiado tarde.

Ya va para tres años que la interesante iniciativa para la autonomía cobró vida sobre el papel sin que pasara de ser una carta -por el momento inútil- para la negociación con el Polisario. Y en ningún caso nada que ofreciera de inmediato oportunidades para la gestión del territorio a través de la participación democrática de la población. Si así hubiera sido, aunque se hubiera limitado a la transitoriedad de cubrir una etapa en la búsqueda de una solución definitiva, hoy no se hubiera producido una protesta de la envergadura de la acampada, con los riesgos de acabar en un enfrentamiento violento que ya se ha cobrado su primera víctima.

¿Ayudará esta revuelta a las partes a acercar posiciones para encontrar una salida al problema? Visto desde el lado marroquí debería, al menos, dar oportunidad a los oriundos para dejar de ser los eternos excluidos del problema. Y de su solución. Para España, una ocasión que no debe perderse para mostrar que nuestra diplomacia puede ser también parte decisiva en esa solución.

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Averroes.

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