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Una lectura de Gandhi en El Cairo

Casi dos años después de que en Teherán sugiera el "movimiento verde" de rechazo a los resultados electorales, por toda esa región, desde Túnez hasta Yemen y, lo que es más importante, en Egipto, se están extendiendo levantamientos no violentos de oposición a sus regímenes represivos. A pesar de su diversidad geográfica y cultural, esos movimientos pacíficos que recorren todo el mundo musulmán presentan notables similitudes con la estrategia que Gandhi puso en marcha hace décadas en India, poniendo en jaque al poder y oponiéndose a la violencia. Así surge la esperanzadora perspectiva de que las campañas prodemocráticas pacíficas puedan convertirse en el paradigma fundamental de cambio en Oriente Próximo y el Magreb, zonas del mundo durante tanto tiempo caracterizadas por la violencia.

La no violencia y el respeto mutuo pueden traer la democracia a las sociedades musulmanas

En Occidente, muchos ya conocen las estrategias pacíficas que coadyuvaron a la consecución de los derechos civiles en Estados Unidos y de la democracia en Europa Oriental. Pero esa senda ha sido desechada en el mundo musulmán, donde los medios de comunicación han perpetuado el tópico de que los musulmanes son gentes fanáticas, peligrosas y violentas. Los movimientos actuales, que sin duda ponen en cuestión ese tópico, podrían en realidad recordarle al mundo el papel que han tenido muchos activistas y pensadores musulmanes a la hora de oponerse a la violencia y de ponerle coto, tanto en sus propias comunidades como frente a otras.

Gandhi tuvo la gran suerte de tener entre sus compañeros a dos importantes musulmanes: Jan Abdul Ghaffar Jan y Maulana Abul Kalam Azad. Tanto Azad como Ghaffar Jan tuvieron una gran influencia en Gandhi, quien, a su vez, con su personalidad y su filosofía de la no violencia, influyó enormemente en ellos, haciéndoles aceptar su invitación a la introspección y la autocrítica, nacida de la idea de que nadie está en posesión de la verdad absoluta. Para Gandhi, la verdad solo surge del encuentro y la identificación con "el Otro".

Puede que haya llegado el momento de que surja un Gandhi musulmán para el siglo XXI. El islam político actual es en gran medida una respuesta ideológica al predominio occidental en nuestra época. El éxito cosechado por el islam político en los últimos tiempos se ha debido principalmente a la incapacidad del Estado laico de cuño occidental para proporcionar un espacio en el que pudieran desarrollarse tanto la cultura democrática como las tradiciones religiosas.

Con frecuencia, los proyectos de modernización de los Gobiernos laicos de la época poscolonial han mostrado una actitud intransigente que, privada de sensibilidad hacia la religión, se ha basado en una práctica política profundamente autoritaria. Esta es la razón de que no hayan logrado la lealtad de los musulmanes piadosos.

Esto no significa que las sociedades musulmanas sean en cierto modo reacias a la democracia, el pluralismo y la no violencia. Solo significa que la democracia y la modernización deberán surgir de manera orgánica, desde la base, no desde la cúpula. De hecho, en Turquía, durante los Gobiernos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), hemos visto lo dinámica que puede ser una sociedad cuando la fe y la democracia no se ven excluidas por una modernización autoritaria.

Las campañas no violentas que en la actualidad estallan en todo el mundo musulmán, surgidas en general de la clase media, indican a las claras que, en la práctica, el compromiso ético con la transparencia, la negociación, la capacidad de cesión y el respeto mutuo han triunfado. Sus vínculos con las redes de la sociedad civil mundial, ligadas por tecnologías de la información que van desde Facebook a YouTube, refuerzan una ética universal como la postulada por Gandhi, que va más allá de las particularidades religiosas y culturales aunque se canalice a través de movimientos de base locales.

Ahí es donde la espiritual forma gandhiana de hacer política puede distinguirse de las concepciones fundamentalistas de la religión. Lejos de ser utópico, puede que el énfasis de Gandhi en una política ética basada en la no violencia y el respeto mutuo sea la forma más práctica de alcanzar la democracia en una región exhausta de una represión y un derramamiento de sangre aparentemente inacabables, nacidos de la fe en la violencia como auténtica fuente de poder.

"Ni siquiera el régimen más despótico puede sostenerse sin el consentimiento de los gobernados, que con frecuencia el déspota obtiene por la fuerza", escribió Gandhi. "Cuando el súbdito deja de temer a la fuerza despótica, el poder desaparece de inmediato". Lo que hemos visto en Túnez, y lo que estamos viendo en las calles cairotas ahora mismo, sugiere que Gandhi comprendió mejor el poder que los autócratas y ayatolás que ahora tratan de aferrarse a él.

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