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Columna
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El gran versátil

José Luis López Vázquez, actor versátil donde los haya, capaz tanto de la payasada genial como de personajes de otra enjundia. En sus más de 250 películas hizo de todo, y todo bien. Charles Chaplin le reconoció como uno de los mejores actores del mundo tras ver Peppermint frappé, algo parecido a los halagos de George Cukor cuando le dirigió en Viajes con mi tía y quiso llevárselo a Hollywood.

A los veinte años lo que le gustaba a López Vázquez era pintar y pensaba que con sus cuadros sobre artistas de cine saldría de la pobreza. Así fue como se encargó de los figurines de Sucedió en Damasco (1943) y de otras películas de López Rubio, hasta que Berlanga, que se había fijado en su figura de hombrecillo feúcho y bigotudo, un poco al estilo de Groucho Marx, le ofreció un papelito de dependiente en Esa pareja feliz. A partir de ahí López Vázquez trabajaría en casi todas las películas de Berlanga, que admiraba la capacidad de improvisación del actor y algo que él llama "la revolera", el quiebro final que López Vázquez daba a las secuencias. Vendrían luego El pisito y El cochecito, de Ferreri, las populares comedias de Pedro Masó (Atraco a las 3, especialmente) y las de Mariano Ozores (Objetivo Bi-ki-ni y sus secuelas) en las que habitualmente hacía de españolito en busca de suecas. Y el teatro, en la compañía del María Guerrero, o en la de Alberto Closas, que se convirtió en algo así como su mentor.

Carlos Saura se arriesgó a ofrecerle el personaje serio y atormentado de Peppermint frappé (1967), y el asombro fue general. López Vázquez no era solamente un cómico gracioso sino un actor hondo y sensible; desde entonces le llovieron propuestas de los directores más jóvenes e inquietos. Pedro Olea (El bosque del lobo), Francisco Regueiro (Duerme, duerme, mi amor), Jaime de Armiñán (Mi querida señorita), Antonio Mercero (La cabina), Gutiérrez Aragón (Habla, mudita), Antonio Drove (La verdad sobre el caso Savolta), Josefina Molina (Esquilache)... Pero López Vázquez no era necesariamente mejor actor porque lo fuera la calidad de las películas en que intervenía. Tan extraordinario estaba en Plácido, Los tramposos, La prima Angélica o No es bueno que el hombre esté solo como en disparates de la talla de Juana la loca de vez en cuando o El fascista, doña Pura y el follón de la escultura, por citar dos de los muchos que protagonizó.

Nunca rechazó un papel, y jamás supo explicar en las entrevistas su método de trabajo. Puede que no tuviera ninguno. Le bastaba con tener intuición y mucha experiencia ante las cámaras y en el escenario. Aún se recuerdan sus éxitos teatrales en Equus, (1976) ¡Vade Retro!, (1982), La muerte de un viajante, (1985) o La raya del pelo de William Holden (2001). En 2002 obtuvo el Premio Nacional de Teatro, y en 2006 un Goya honorífico. Fue premiado en festivales de cine y tuvo el reconocimiento del público a pesar del poco glamour de su nombre artístico. En lo personal, José Luis López Vázquez era un hombre reservado, tímido, muy temeroso con el dinero quizás por no haber olvidado nunca las penurias de la posguerra, a veces criticado en la profesión -le apodaban el morito­-, pero sin duda actor con un talento extraordinario que hacía verosímil lo más absurdo y penetrante lo más complicado. Un genio sin él saberlo.

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