Si fueran inteligentes
Si los dirigentes del PP fueran más inteligentes no sólo aceptarían participar en la reunión de todos los grupos políticos parlamentarios que promueve el Gobierno para poner en común posibles iniciativas compartidas contra ETA, sino que renunciarían a colocar ahora en primer plano los reproches a Zapatero y, por el contrario, tratarían de actualizar y ampliar pactos antiterroristas anteriores de acuerdo con la nueva situación creada con el brutal atentado de Barajas.
Eso no significa que Zapatero no deba dar explicaciones, preferentemente en el Parlamento, como prometió cuando anunció su intención de explorar la posibilidad de una retirada pactada de ETA. Pero el momento actual, que incluye un gran desconcierto de la opinión pública, requiere escenificar la unidad de los demócratas frente al terrorismo, como ocurrió en otras graves situaciones en el pasado. El PP demostraría grandeza de miras si en lugar de seguir insistiendo en que Zapatero debió decir ruptura en lugar de suspensión de contactos con la banda -debate absurdo tras las aclaraciones de Rubalcaba- y de utilizar el pacto antiterrorista como bandera de denuncia contra los socialistas aplica sus principios a la nueva situación y apoya un acuerdo que mire más al futuro que al pasado, aunque partiendo -como entonces- de la experiencia vivida.
El pacto antiterrorista legitimó una eficacia policial y firmeza judicial que debilitó a ETA y su entorno tanto como para que algunos de sus dirigentes presos constataran la derrota política de la lucha armada; y esa derrota creó condiciones favorables para intentar una disolución pactada de ETA y evitar una larga -y sangrienta- agonía. Es posible que el Gobierno, o su presidente, interpretaran equivocadamente el grado de madurez de ETA, pero eso es algo que no estaba claro cuando todos los partidos, salvo el PP, votaron una resolución a favor de intentar una salida de ese tipo. Seguramente los socialistas hubieran debido pactar con el PP la nueva estrategia. Pero luego el Partido Popular ha mostrado poco interés real en recuperar el acuerdo, prefiriendo denunciar los incumplimientos del Gobierno; y éste también se ha adaptado a esa situación.
Cuando se firmó el pacto antiterrorista el PNV tenía aún pie y medio en la estrategia soberanista de Lizarra, que pretendía ligar el fin de ETA a la obtención del programa máximo nacionalista. Esa actitud del nacionalismo vasco, que condicionó su oposición a la ley de partidos y a la ilegalización de Batasuna, aconsejó a socialistas y populares no abrir el pacto a otras formaciones -como querían CiU e IU- para evitar rebajar su contenido. Mientras que ahora el PNV de Imaz ha mantenido una actitud leal a la resolución parlamentaria de mayo de 2005, y defendido que no puede haber negociación política sin retirada de ETA. La banda ha dinamitado las expectativas abiertas por aquella resolución, pero ha abierto la posibilidad de un acuerdo renovado que incluya al PP. Zapatero también demostraría inteligencia si en lugar de considerar de entrada imposible tal acuerdo con el argumento de que el PP no lo desea, se pusiera al habla con Rajoy hoy mismo buscando un acercamiento como el que se produjo en diciembre de 2000.
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