_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las elecciones marroquíes, inicio de explicación

Marruecos ha pasado en los últimos años de un autoritarismo apoyado en el aparato de represión a un autoritarismo institucionalizado y legitimado por los antiguos y nuevos partidos de la oposición (PJD). La nueva fórmula no puede responder ni a las necesidades de una democratización auténtica ni a las de la integración de las corrientes islamistas. En efecto, ese nuevo autoritarismo de rostro humano simplemente parece haber invertido el funcionamiento del antiguo concentrando la decisión desde arriba en una oligarquía tecnocrática y concediendo poca importancia a las formas y a la negociación con las formaciones políticas -a diferencia del antiguo, que ponía buen cuidado en llegar a cierto consenso con esas elites-. De modo que en un caso (autoritarismo anterior) se practicaba cierta apertura en la cúspide al tiempo que se cortaba las alas a la base mediante el estrecho control de las elecciones y la amenaza de represión, y en el otro se cultiva la amplia apertura en la base combinada con las limitaciones impuestas a la cúspide mediante las comisiones reales y los círculos allegados al palacio. Un autoritarismo legalizado que ha renunciado a la represión como sistema de gobierno, que concede márgenes de libertad bastante holgados, pero que no se ensambla con ninguno de los mecanismos capaces de impulsar el cambio.

Ahora, las elecciones del 7 de septiembre cierran el anterior período de prueba y emiten un juicio, al parecer decisivo, sobre este último. Esta especie de evaluación ha tenido lugar en un clima nuevo del que es importante levantar acta.

Las votaciones, y hay que felicitarse de ello, se han desarrollado en calma y según unas reglas admitidas por todos, pese a las irregularidades denunciadas por una prensa atenta. La Administración supo ser neutral, por mucho que haya sido una neutralidad más bien negativa. Y, aunque el tráfico de influencias y la corrupción hicieron acto de presencia, se produjo una importante novedad: ahora, los participantes saben que están siendo observados y vigilados. Finalmente, y por primera vez, el mapa político que se desprende de las elecciones refleja, más o menos, la realidad del país.

No obstante, los resultados expresan una toma de posición del pueblo sobre la apertura democrática y el período de prueba. El masivo porcentaje de abstención, que alcanza el 63%, indica un distanciamiento, si no una protesta contra las elecciones y contra un Parlamento que, en realidad, no representan sino una democracia nominal. Sin duda, hay que tener en cuenta las dificultades técnicas que pudieron afectar a ciertas capas sociales (especialmente a las iletradas), así como la complejidad del procedimiento. Pero el peso aplastante de la abstención y el millón de papeletas nulas o blancas demuestran que la mayoría del pueblo considera que este juego electoral tiene poco que ver con los verdaderos desafíos del país y que los medios político-económicos, lo mismo que el poder de decisión, se concentran en manos del centro monárquico y sus engranajes. El desencanto general y el boicoteo activo de las urnas preconizado por corrientes islamistas también parecen haber desempeñado un papel importante en la abstención.

Por supuesto que no se puede afirmar que la mayoría de los abstencionistas son opositores a la Monarquía. Pero sí se puede considerar que la abstención y el voto nulo constituyen un mensaje dirigido a un sistema que exhibe ciertos signos de democratización pero cuyo funcionamiento sigue siendo autoritario. El hecho es más significativo si se comparan los porcentajes de abstención de las dos últimas elecciones: 48% en 2002 y 67% en 2007; un aumento brutal.

Pasemos ahora a los otros resultados. El reparto de escaños ha causado sorpresas: el Istiqlal, en cabeza, seguido del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD, islamista) y, muy distanciada, la USFP (Unión Socialista de las Fuerzas Populares), que quedó por detrás de las formaciones tradicionalistas y lealistas (Movimiento Popular y Reagrupamiento Nacional de Independientes). El voto de castigo contra la USFP es evidente y se explica por su abandono de las posiciones históricas y por una gestión ineficaz. En lo que se refiere al trabajo de proximidad en los barrios, su acción no puede rivalizar con la del Istiqlal ni con la del PJD.

Es importante observar de cerca el caso del PJD, que partía como favorito en las elecciones. Pese a lo que parecían indicar unas previsiones precipitadas, este partido también recibió un voto de castigo: sólo ganó cuatro

escaños, cuando todo apuntaba a que duplicaría su presencia en el Parlamento. Pese a un considerable esfuerzo de organización, una actividad vigorosa en el campo social y las garantías que supo ofrecer a la Monarquía, el PJD pagó, probablemente, el precio de su acercamiento a las elites y a formaciones demasiado propensas a las componendas. Por otra parte, su posicionamiento demuestra que la cuestión de la integración de las llamadas corrientes islamistas sigue en suspenso, así como el problema de su radicalización.

El fracaso relativo del PJD y el éxito de los partidos tradicionales plantean la problemática de las formaciones que practican las políticas del Islam bajo otra luz. El pueblo marroquí considera que todos sus componentes son musulmanes, y los electores parecen votar sobre todo a grupos y personalidades que se vuelcan en apoyar sus intereses y resolver sus dificultades. Eso significa que votar por el Istiqlal, el PJD o los partidos tradicionales no es votar a favor ni contra el Islam -que no es una baza electoral-, sino más bien votar por la labor de proximidad.

Sin embargo, en la interpretación global de estas elecciones debe prevalecer la prudencia, pues con sólo un 37% de participación, tanto las victorias como las derrotas son relativas. Pero el hecho es que la modernización, sabiamente emprendida en la etapa actual, muestra sus límites. Por supuesto, esa modernización proyecta una imagen hacia el exterior, pero los electores saben que la máquina democrática gira sin engranar con los mecanismos reales del poder.

De hecho, estas elecciones han puesto sobre todo de relieve la nueva vida política que se instala en Marruecos, así como el nuevo estado de opinión del país, en el que las combinaciones electorales ya no pueden apoyarse en el peso del mundo rural -pilar histórico de la Monarquía-, ahora menos fuerte que el medio urbano. ¿Es posible avanzar hacia un nuevo estado de opinión más favorable a la participación del pueblo, en saludable cooperación con el Estado? Una cosa es segura: mientras la gente no tenga la nítida convicción de que las elecciones le permiten influir sobre las decisiones políticas y económicas, seguirán privilegiando otras esferas de acción: la emigración, la actividad informal a todos los niveles, la formación de redes de solidaridad de todo tipo, o bien los caminos de la insubordinación y la violencia. Ahora, la clase política sabe que la mayoría del pueblo ya no la sigue. También ha podido constatar -enorme novedad- que esa mayoría permaneció insensible al llamamiento real a favor de la participación electoral.

El autoritarismo institucionalizado con amplios espacios de libertad aún puede tener una larga vida por delante. Las elecciones de 2007 abren una etapa clave. Sientan las bases de un debate sobre la necesidad de un nuevo consenso con objetivos y reglas del juego que impliquen a todas las partes. Abren la discusión sobre esta democracia nominal y sus escasas posibilidades de convencer y perdurar. Por razones vinculadas a la historia y la cultura marroquí, y también a las conquistas de este período de apertura que vivimos, la suerte de Marruecos es que la discusión se desarrolla hoy por medios pacíficos. En otros países han dejado que se deslice hacia la violencia. Esperemos que la institución monárquica, la clase política y todas las demás partes sepan seguir debatiendo pacíficamente entre sí, aceptando ir hacia una democracia real.

Moulay Hicham es investigador en la Universidad de Stanford, primo hermano del rey Mohamed VI y segundo en la línea de sucesión al Trono de Marruecos. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_