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Otro día histórico más

El 17 de febrero fue un día histórico, pero no sólo para el pueblo de Kosovo. Los kosovares proclamaron, por fin, su independencia. El largo proceso -casi veinte años- de secesión de Serbia se ha visto completado. Pero ha empezado otro periodo de presencia de otras fuerzas gobernantes en el pequeño país: la Unión Europea, la ONU, Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional y otras semejantes. El Kosovo independiente parece no ser más que un espejismo, un Estado sin economía ni instituciones de gobierno propias; igual que Bosnia, que, en los trece años transcurridos desde el final de la guerra, aún no se ha hecho verdaderamente independiente.

"Cuánto odio estas fechas históricas", dice mi hija, mientras contemplamos juntas una transmisión por televisión en directo desde el Parlamento de Pristina. "Hasta ahora", añade, "cada una de ellas no nos ha traído más que problemas". Y tiene razón, porque se acuerda bien de los días históricos de las secesiones eslovena, croata y bosnia en 1991, y de las guerras terribles que vinieron después. Ahora, la pregunta es qué vendrá detrás, y por eso el día 17 es importante.

Las minorías serbias, croatas y albanesas van a querer lo mismo que los kosovares

Observo la supuestamente solemne ceremonia, pero no me parece muy solemne. Los discursos del presidente y el primer ministro kosovares son demasiado largos y llenos de repeticiones y fraseología hueca. Por desgracia, me recuerdan las largas sesiones del Comité Central del Partido Comunista de Yugoslavia de hace treinta años. No hay fuego, poesía ni inspiración en la proclamación, que debería haberse escrito -creo yo- con las emociones del histórico sufrimiento de un pueblo. Porque el pueblo ha sufrido. El mundo no ha olvidado aún las largas colas de gente, cientos de miles, que huían de Kosovo a las vecinas Albania y Macedonia. Fue un éxodo de dimensiones bíblicas. Los 2,2 millones de personas que constituían la minoría albanesa en Serbia fueron víctimas de la brutalidad de sus vecinos, de Milosevic, su policía y su ejército dedicados a la tarea de la limpieza étnica. Eso les da derecho moral a tener su Estado, su libertad y su independencia.

Pero su legitimidad para revindicar un Estado propio, el derecho moral y la justicia, no son lo mismo que el derecho legal, y ahí es donde comienzan las complicaciones. No sólo para los kosovares, sino para los demás. Lo primero que hay que saber, por supuesto, es qué Estados, para empezar, de la Unión Europea van a reconocer esa independencia. Inmediatamente surge la división: ¿cómo va a reconocerla España, por ejemplo, cuando tiene a los vascos que están impacientes por hacer lo mismo? ¿O Rumanía, donde la minoría húngara ya ha exigido su independencia? ¿O Chipre, ya que estamos? Sí, todos los políticos de la Unión Europea repiten que Kosovo será un "caso único", aunque nadie dice por qué ni cómo se va a garantizar. El mero hecho de que la Unión Europea esté dividida entre los 17 países que reconocen a Kosovo y los 10 que no (porque es evidente que tienen problemas parecidos en casa) demuestra que la Unión no tiene la fuerza suficiente para crear una política común. Más importante aún, esa división crea una sensación de incertidumbre. Sobre todo, porque Rusia está profundamente implicada en el caso y apoya a un bando, mientras que Estados Unidos apoya al otro.

¿Y qué pasa con la propia región de la antigua Yugoslavia y las voces que dicen que la independencia de Kosovo representa el fin de un ciclo de guerras que comenzó allí? Sin contar Serbia ni su frustración por la pérdida de la provincia (aunque es algo que habría que tener en cuenta), toda la región de los Balcanes parece haber vuelto casi al punto de partida: ¿por qué no van a querer los serbios en la Republika Srpska, los croatas en Herceg-Bosna, los albaneses en Macedonia... y los serbios de la región croata de Krajina, hacer lo mismo? ¿Quién va a explicarles que ellos no son también un "caso especial"?

Se ha vuelto a sembrar la semilla del miedo, y ésa es una triste consecuencia de un acto de secesión, por lo demás, justo y merecido. O ése es, al menos, el sentimiento que me invade mientras sigo viendo la televisión en este día. Ahí estoy, ambivalente, contenta de que se haya hecho justicia y, al mismo tiempo, angustiada por lo que el futuro que comienza ante mis ojos pueda depararnos. ¿Qué otra cosa voy a hacer en un día histórico más?

Slavenka Drakulic es escritora croata, autora de las novelas El sabor de un hombre y Como si yo no estuviera (Anagrama) y de un ensayo sobre los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia, No matarían una mosca (Global Rhythm Press). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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