La casa medio vacía
Empieza un nuevo año y desaparecen los anuncios en Televisión Española. Los expertos ya se pronunciarán sobre la eficacia de la medida cuando el tiempo vaya sedimentando sus efectos y el nuevo modelo coja carrerilla. Mientras tanto, y sobre todo para quienes llevan enchufados a los canales públicos desde que empezaron a emitir, el cambio no dejará de producir algunos crujidos. Nada grave, salvo la incómoda sensación de asistir al final de algo que fue familiar durante mucho tiempo. Los anuncios forman parte de la memoria sentimental de los televidentes y han servido muchas veces de chivo expiatorio. El escritor Henri Michaux decía que prefería conservar sus defectos porque si se los quitaba no sabría con qué rellenar su hueco.
Si algo ha cambiado vertiginosamente en los últimos años ha sido cuanto está ligado a los medios audiovisuales. Televisión Española empezó a emitir a diario en 1956 y tuvieron que pasar 10 años hasta que se estrenó un segundo canal. A finales de la década de los sesenta llegó el color, pero no se generalizó hasta 1973.
Los que conocieron aquella televisión sólo en blanco y negro son hoy unos bichos raros y, desde las campanadas de 2010, hay ya una enorme población que se postula como el nuevo bicho raro del próximo futuro: los que volvieron a casa en Navidad por culpa de aquel turrón, los que lavaron más blanco gracias a ese detergente, los que bebieron esa gaseosa porque se las dio a conocer un torero asustado.
En 1990 llegaron las cadenas privadas, y aquel mundo que sólo sabía de dos canales se convirtió en un cromo vetusto y con olor a naftalina. Aterrizó la televisión vía satélite, aparecieron las plataformas digitales, el apagón analógico está a la vuelta de la esquina.
Ahora desaparecen los anuncios en TVE. Se va ese viejo defecto al que todos se habían acostumbrado, el grano incómodo que solivianta los nervios, el ruidoso barullo que interrumpe la marcha fluida de las tramas que nos tienen pillados. La casa se ha quedado ya medio vacía sin todos esos bulliciosos reclamos. Habrá que acostumbrarse y, sobre todo, descubrir cuándo hay un hueco para recoger la mesa o ir al cuarto de baño.
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