Varias decepciones y una profunda desazón
En 1921, José Ortega y Gasset publicó La España invertebrada. En su capítulo 5, el filósofo dedicaba sus reflexiones a la existencia en España de los particularismos. Decía Ortega y Gasset que "cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el poder central. Y esto es lo que ha pasado en España. Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho. Núcleo inicial de la incorporación ibérica, Castilla acertó a superar su propio particularismo e invitó a los demás pueblos peninsulares para que colaborasen en un gigantesco proyecto de vida común... Pero si nos asomamos a la España de Felipe II, advertimos una terrible mudanza... Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa en potenciar la vida de las otras regiones; celosa de ellas, las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa".
El manifiesto busca que el castellano no sea lengua común, sino lengua única
Vuelve esa vieja visión que ignora la rica pluralidad de España
He leído el Manifiesto por la lengua común firmado por destacados periodistas, escritores y columnistas, e impulsado por un importante filósofo. No puedo más que expresar por varias razones una profunda decepción. Y también, una profunda desazón.
Vaya por delante que, efectivamente, el castellano es lengua común de todos. Común, porque todos la hablamos, todos la entendemos y todos la utilizamos. Aquí es donde se produce mi primera decepción: el texto da a entender que el castellano es una lengua marginada en Cataluña, que un castellanohablante no puede vivir en Cataluña si no es renunciando a su lengua materna. Cualquier persona que viva en Cataluña sabe que eso es una auténtica falacia. Una distorsión intencionada de la realidad para mostrar a Cataluña, otra vez, como protagonista de una agresión, a través de la lengua, contra los derechos y libertades básicas de las personas.
La Administración catalana, cumpliendo con las leyes, la Constitución y el Estatuto de Autonomía, garantiza que todo el mundo pueda vivir conociendo la lengua común de España, el castellano, y la lengua propia de Cataluña, el catalán. Defender el derecho a escolarizar exclusivamente en castellano es, directamente, arrebatar derechos a los ciudadanos que viven y trabajan en Cataluña. Lo que el Manifiesto parece defender es el derecho a no aprender en catalán, a no usarlo, a no entenderlo, a no escucharlo, a reducir su aprendizaje, como máximo, a la condición de materia ordinaria. En resumen, a poder prescindir del catalán para vivir en Cataluña.
Lo que una vez más se ignora en la defensa de la lengua común es que, con el sistema actual, todo el mundo en Cataluña completa sus estudios obligatorios dominando el castellano y el catalán. ¿Cómo se explica, si no, que en los resultados de las pruebas aleatorias a los 10 años, en los exámenes al final de la ESO, en el Bachillerato y en laspruebas de Selectividad, los alumnos catalanes obtengan iguales resultados, incluso a veces mejores, en lengua castellana que en otras autonomías donde sólo se habla la lengua común? ¿O acaso conocen los firmantes del Manifiesto común a alguien en Cataluña que en uso de su libertad no pueda expresarse en castellano porque nadie le entiende o le prohíbe el uso de su lengua materna? Porque en catalán sí sucede. En demasiadas ocasiones, un ciudadano intenta ejercer sus "derechos individuales", pero debe renunciar a ser atendido o entendido en su propia lengua. En la práctica es obligado a usar la otra lengua oficial.
¿No será que conscientemente o no, expresan la convicción de que el catalán debería resignarse a ocupar un espacio limitado a los dos extremos de la vida, el de la oficialidad y el de la intimidad, mientras el castellano aparece libre y potente en la creación cultural, las relaciones económicas y sociales, y la auténtica comunicación interpersonal?
El Manifiesto, pues, proclama esa visión de España que ignora las realidades culturales que la conforman. La lengua común, que se quiere única, es el castellano. Las lenguas cooficiales no pasan de ser lenguas pintorescas para expresión de un folclor trasnochado. Si podemos vivir todos en castellano, ¿para qué utilizar idiomas regionales que no tienen ninguna potencia cultural y se deben circunscribir al respeto "cortés" por los paisanos de las tierras donde se habla? Pura promoción de la caricatura chistosa según la cual los catalanes nos inventamos el catalán para que los españoles no nos entendieran.
Pues no se hagan ilusiones. Eso no va a suceder. Mantendremos, y aún más, mejoraremos, el modelo lingüístico que ya ha demostrado sus efectos positivos. Ganaremos la batalla del uso social del catalán. De su normalidad como lengua de creación con valor universal. De su presencia natural, en todos los terrenos; y lo haremos con respeto y con inteligencia, sin confrontaciones inútiles. Lo haremos con el catalán como lengua vehicular en la enseñanza. Con el castellano como lengua que queremos y debemos dominar. Y con el refuerzo obligado de la capacitación en una tercera lengua que nos abre las puertas del escenario internacional.
El contraste, que no la contradicción, entre derechos individuales y territoriales se plantea del mismo modo en España y en Cataluña. Un Estado, una Constitución y las leyes que la desarrollan sitúan al castellano como preeminente en el "territorio" España. La misma Constitución, una nación, el Estatuto de Autonomía y las leyes que lo desarrollan otorgan al catalán el estatus de lengua propia en el "territorio" Cataluña. En el segundo caso se trata, evidentemente, de una riqueza adicional para unos ciudadanos que tienen un doble derecho reconocido. Y naturalmente, con el desarrollo pendiente, del uso del "derecho individual" al uso de las lenguas propias en toda España en las relaciones con las Administraciones públicas, así como su adecuada presencia en los sistemas educativos de cada autonomía.
Podemos, pese a todo, enquistar el debate en un falso enfrentamiento entre lenguas, hoy inexistente. El Manifiesto expresa una decidida voluntad de imposición de una lengua sobre otra que, por su "carácter particular" y "no común", debería resignarse a su papel de "representante de la peculiaridad regional". Que no moleste, que no se oponga a la ocupación lingüística total de espacios sociales y culturales.
Constato, pues, que en España existen voces que no entienden -o no admiten- que Cataluña tenga lengua propia. Y también constato, y no me duelen prendas decirlo, que en Cataluña, reactivamente, se expresan actitudes castellanofóbicas que la inmensa mayoría de catalanes no comparten por respeto a un idioma que hablan millones de personas, por la potencia que ofrece el uso del castellano en el escenario internacional, y, mucho más importante, por la evidencia de que el castellano es patrimonio, para muchos, personal y familiar. Sí, el castellano también es nuestro.
De ahí mi desazón: casi 90 años después de la cita de Ortega y Gasset, el mundo ha cambiado. La percepción que el mundo tiene de España, también, y a mejor. La presencia de España en el mundo es la de un protagonismo creciente. La percepción de España sobre ella misma, al parecer, no. O, al menos, reaparece periódicamente la vieja actitud denunciada por Ortega, cual Guadiana de siete cabezas, amenazante y vociferante.
¿Es necesario repetirlo? ¿Debemos volver aún más atrás, a 1898, para poder mirar adelante con alguna esperanza? Hagámoslo entonces una vez más: "Escolta, Espanya, la veu d'un fill que et parla en llengua no castellana; parlo en la llengua que m'ha donat la terra aspra: en'questa llengua pocs t'han parlat; en l'altra massa... On ets, Espanya? No et veig enlloc. No sents la meva veu atronadora? No entens aquesta llengua que et parla entre perills? Has desaprès d'entendre an els teus fills? Adéu. Espanya!" (Joan Maragall, Oda a Espanya).
Ustedes mismos.
Ernest Maragall i Mira es consejero de Educación de la Generalitat.
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