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La Unión del Mediterráneo... sí, pero...

Los motivos del presidente Sarkozy para querer que la Unión del Mediterráneo (UM) viera la luz el 13 de julio de 2008 son complejos. Se le puede achacar tanto una voluntad de poder personal como el deseo de que Europa sostenga a la orilla sur del mar común para que tenga más peso en el nuevo despliegue de fuerza inevitable tras la aparición de socios como China, India y Brasil.

Dicho esto, no cabe duda de que se trata de un proyecto que, si triunfa, sería un paso adelante gigantesco en la construcción de un mundo más estable y más justo. El problema es que no todos los buenos proyectos son posibles o realizables. La UM es una de esas buenas-malas ideas cuyo resplandor exterior oculta un interior hueco.

La UM es una de esas buenas-malas ideas cuyo resplandor exterior oculta un interior hueco

En todo matrimonio, de amor o de conveniencia, el consentimiento de las dos partes es la base fundamental. Lo mismo ocurre con las uniones políticas. Cuando se trata de estructuras de cooperación a gran escala y de larga duración histórica, estas uniones no pueden funcionar sin el consentimiento y la participación de los pueblos.

Pues bien, los pueblos de la orilla norte no han mostrado más que un gran desinterés por el proyecto de Sarkozy. Y los de la orilla sur parecen rechazarlo por completo. Los foros del sitio aljazeera.net, los debates en los periódicos y las cadenas por satélite muestran un rechazo unánime por motivos, a veces, contrarios.

La corriente de identidad islamo-nacionalista, hoy predominante en el mundo árabe, ve con malos ojos un proyecto al que se acusa de querer sustituir a los proyectos estancados -pero todavía ardientemente deseados- de una Unión del Magreb árabe, es decir, islámica. Todavía más criticable le parece el hecho de que obligaría a los árabes a vivir bajo el mismo techo que Israel y constituiría una forma de obtener el reconocimiento árabe del Estado judío sin que éste hubiera cedido nada respecto a los derechos inalienables del pueblo palestino.

La corriente laica y democrática tiene aún más reservas, pero por motivos totalmente diferentes. Sus reparos destacan varios puntos clave.

1. La historia nos enseña de forma irrefutable que sólo es posible fraguar uniones políticas viables entre democracias. El derrumbamiento de uniones creadas por dictaduras como la URSS y Yugoslavia, el dinamismo de la Unión India y la Unión Europea, para no hablar de Estados Unidos, son pruebas de la validez de esa ley. Sin embargo, la UM pretende unir las primeras democracias del planeta con sus últimas dictaduras. Peor aún, el proyecto, tal como está, no puede sino reforzar a las dictaduras de la orilla sur.

2. Dictadores corruptos sin ninguna legitimidad electoral y con un balance catastrófico, como Mubarak, Bel Ali y Assad, se han apresurado a acudir a París para encontrar allí la legitimidad internacional y un apoyo diplomático y en materia de seguridad contra sus adversarios, entre ellos, los demócratas y los activistas de los derechos humanos.

A los tunecinos no les gustaron la visita que Sarkozy hizo a Ben Ali en junio ni su discurso ditirámbico sobre los logros de la dictadura..., sobre todo en cuanto al progreso de las libertades. El presidente francés expresó en voz alta lo que piensan muchos líderes occidentales: a cambio de vuestra lucha contra el islamismo, se os perdona todo, incluida vuestra lucha contra la democracia.

En 2009, el dictador se dispone a ser "elegido" por quinta vez, con el 90% de los votos. El establecimiento de la secretaría de la UM en Túnez habría sido un regalo espléndido. Pero qué símbolo tan negativo habría sido la apertura de esa sede en una ciudad en la que han desaparecido todas las libertades públicas y privadas. Por lo visto, el intento era demasiado burdo y la resistencia demasiado firme, y Ben Ali tuvo que regresar de París de vacío y furioso.

3. Los jefes de Estado árabes firmantes no se han consultado más que a sí mismos al respecto, como en todas las demás cosas. Como son presidentes vitalicios, autoelegidos y, por tanto, ilegítimos, no cuentan más que consigo mismos, y no con nuestras poblaciones.

¿Qué posibilidades de sobrevivir tiene, en estas condiciones, esta nueva estructura, aparte de una serie de colaboraciones entre vagas burocracias policiales? En el mejor de los casos, pocas; en el peor, ninguna..., salvo si...

Si se recupera el espíritu de Barcelona, en el que la promoción de la democracia y los derechos humanos en la orilla sur eran las condiciones indispensables de la cooperación entre Estados... Si se convirtiera en un asunto de sociedades civiles que organicen sus propias relaciones internacionales y sus propias políticas de acercamiento, ¡eso sí que sería un logro!

Hay que ser muy conscientes de que una agrupación así sería la única unión política existente de tipo multicultural, y que ésa sería la mejor prueba de lo estúpida que es la teoría del choque "inevitable" de civilizaciones. Sólo por eso, ya valdría la pena que todos nos comprometamos a contribuir a hacerla realidad: un regalo maravilloso que podremos hacer a las generaciones futuras.

Moncef Marzouki es médico, escritor y opositor tunecino. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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