Turquía, castigada
La decisión de los Veinticinco de suspender la negociación de ocho de los 35 capítulos de la adhesión de Turquía, afectados por el cierre de puertos y aeropuertos turcos al comercio con Chipre, traerá consecuencias negativas para Ankara y para Europa. La semana pasada, el Gobierno de Erdogan hizo un gesto al proponer abrir un puerto y un aeropuerto a los productos provenientes de Chipre. Incluso una oferta tan timorata fue preocupantemente criticada en público por el jefe del Ejército turco como contraria a la política de Estado. El portazo parcial de la UE puede generar una alianza antieuropea -aunque inestable por incompatibilidad ideológica- entre los militares que no quieren renunciar a seguir siendo, aunque en menor grado, un Estado dentro del Estado, y un sector de los islamistas, azuzados por la perspectiva de las elecciones presidenciales indirectas y las legislativas en 2007.
No es lo mismo no haber abierto en su día las negociaciones con Ankara a frenarlas, y no digamos ya a pararlas. Pese a que la justificada razón sea Chipre, se lanza un mal mensaje de rechazo al conjunto del mundo musulmán, en un momento especialmente delicado. Bien es verdad que
la propia Turquía no puede pretender negociar con alguien a quien no reconoce, y éste es el caso de Chipre como miembro de la UE. Pero también hay que recordar que, tras el rechazo en referéndum de los grecochipriotas al Plan Annan para la isla, la UE se comprometió a tomar medidas para romper el aislamiento de los turcochipriotas y no hizo nada. En todo caso, dado que el daño ya está hecho, son positivos los esfuerzos que está haciendo España para fomentar medidas de confianza entre las dos partes.
Tras esta decisión de castigo, revisable anualmente, se esconde una profunda división entre los Veinticinco sobre su visión de Europa y de sus límites. Merkel no quiere a Turquía en la UE, por razones internas y porque ese país desbancaría pronto a Alemania como el más poblado de la Unión. Grecia, Chipre y Austria querían directamente una suspensión de las negociaciones. España, por razones de peso del Mediterráneo en la UE y de apertura europea hacia el mundo musulmán, y el Reino Unido por su política de diluir la integración en un gran mercado, se oponían a toda sanción. Al final, se ha dado un compromiso muy comunitario que no resuelve el problema de fondo de qué hacer con Turquía. Para resolverlo no hay que pensar en la Turquía de hoy, que ya es la primera exportadora de televisores a Europa y está de hecho en la economía europea, sino en cómo será este gran país dentro de 10 años, si sigue el ritmo de cambio actual. En el fondo, la cuestión que plantea el caso turco es qué se quiere que sea la Unión Europea.
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