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Setenta años de la victoria de Franco

Se cumplen ahora 70 años del final de la Guerra Civil, de aquel parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco el 1 de abril de 1939 y difundido con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba.

Atrás había quedado una guerra de casi 1.000 días que dejó cicatrices duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales se aproximó a 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. Medio millón de personas se amontonaban en las prisiones y campos de concentración. El éxodo que emprendió la población vencida dejó también huella. "La retirada", como se conoció a ese gran exilio de 1939, llevó a Francia a unos 450.000 refugiados en el primer trimestre de ese año, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos. Unos 200.000 volvieron en los meses siguientes, para continuar su calvario en las cárceles de la dictadura franquista.

El fin de la República fue un triunfo de Hitler y una derrota de las democracias europeas

Franco logró lo que se proponía: una guerra de exterminio y de terror en la que se asesinaba a miles en la retaguardia para que no pudieran levantar cabeza en décadas. Forjado en el africanismo, la contrarrevolución y el anticomunismo, nunca concedió el más mínimo respiro a los vencidos o a sus oponentes. De palabra y de obra. "No sacrificaron nuestros muertos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar", declaraba en la inauguración del Valle de los Caídos en abril de 1959. Recordar la guerra, siempre en guardia contra el enemigo, no cambiar nada, confiar siempre en esas fuerzas armadas que tan bien habían servido a la nación española, utilizar la religión católica como refugio de su tiranía y crueldad. Ésa era la receta.

Ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder por medio de una guerra civil. Ésa fue una gran ventaja que, desde el punto de vista de la política interior, sólo Franco pudo gozar. La guerra actuó como punto de unión entre todos los que prestaron su apoyo al Estado franquista. El Ejército, la Falange, la Iglesia católica, representaban a esos vencedores, y de ellos salieron durante años el alto personal dirigente, las autoridades locales y los fieles siervos de la Administración.

España comenzó los años treinta con una República y acabó la década sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Bastaron tres años de guerra para que la sociedad española padeciera una oleada de violencia y de desprecio por la vida del otro sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedió a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, está claro que en la historia del siglo XX español hubo un antes y un después del golpe de Estado de julio de 1936. Además, tras el final de la Guerra Civil, en 1939, durante al menos dos décadas no hubo ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa occidental después de 1945.

Cuando empezó la Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa "apaciguar" a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses. Las dictaduras dominadas por Gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos, y si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas del orden y de la autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponía al de la democracia y de la revolución.

Las dictaduras que emergieron en Europa en esos años tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.

El descubrimiento de esa historia de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos, ha suscitado un agrio debate en la sociedad española en los últimos años. Pese a las miles de páginas escritas por historiadores, que no dejan duda alguna sobre la existencia y definición de esos crímenes políticos, algunos de los mitos fundacionales de la dictadura tienen todavía común aceptación en las opiniones y recuerdos de un amplio sector de la población. En ese conflicto entre diferentes memorias, el proyecto de cambio político y social de la República quedó sepultado en la gran tumba que el franquismo cavó desde abril de 1939. Y ahí sigue arrinconado, 70 años después.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

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