_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Señoras que aman la cultura

Elvira Lindo

"España es ese país donde las abuelas ven películas de Pedro Almodóvar y no solo no se escandalizan, ¡es que se sienten identificadas!". Esta era la humorística definición que hace años nos brindaba un hispanista americano de este pequeño pero intenso país, Españita. La mirada del forastero te permite ver lo que tú no has visto, porque la cercanía empaña el juicio, siempre condicionado por la historia personal. Al fin y al cabo, ¿qué es la patria sino el paisaje en el que vivimos la juventud o, como decía, Max Aub, donde estudiamos el bachillerato? Yo nunca habría reparado en que en Estados Unidos, por ejemplo, sería impensable que una señora de cierta edad aceptara situaciones y bromas para las que hay que ser muy abierto de mente. Veo mujeres mayores en los cines de Manhattan, sí, pero por el aspecto (abunda el modelo Susan Sontag) les supongo una alta preparación intelectual. Acuden al cine a ver a Almodóvar como el que asiste a un acto cultural, a la obligada cita con el cine de autor. Son personas entrenadas para catalogar la irreverencia como una decisión creativa. Pero lo que al hispanista le hacía gracia era que en España este director perdía su condición de artista de culto para ser, con abuelas incluidas, un cineasta popular. Su comentario es de hace unos diez años, yo aún no había reflexionado sobre cómo las personas que se criaron en la posguerra fueron las que de manera más drástica tuvieron que adaptarse a un nuevo país. Al fin y al cabo, para los jóvenes no hay más tiempo que el presente, pero ellos, niños de la guerra, venían de una patria (con escasos alumnos de bachillerato) que se convertiría en otra. Hoy sabemos que fueron las mujeres las que de manera más rápida asumieron los cambios. Ellas, las señoras que perdieron sus años de escuela, fueron las que mayoritariamente aceptaron sus lagunas de conocimiento y se apuntaron a los centros de adultos. Ahora, invaden los actos culturales. Ajenas a la pereza y con ansias de recuperar el tiempo perdido, hacen cola en los museos, reciben clases de historia, entran del bracete en las conferencias, aprovechan el día del espectador, se apuntan a viajes de carácter cultural, y en muchos casos, dejan a sus maridos en casa, con el mando a distancia y unos Tupper en el congelador. Tienen algo cómico. Quizá sea su espíritu positivo, tan ajeno a los tiempos, y una curiosidad a prueba de ese desdén que tan a menudo sobrevuela los círculos culturales. Son señoras. Señoras que han plagado el Facebook con los grupos más votados y más ingeniosos que pululan por las redes: "Señoras que ven a jóvenes volviendo del After y piensan que han madrugado", "Señoras con la bolsa en la cabeza cuando llueve", "Señoras que te preguntan, ¿te has quedado con hambre?, ¿te frío un huevo?", "Señoras que se vieron todos los programas de Saber Vivir y se han vuelto inmortales", "Señoras que se guardan las mejores bragas para el día en que van al médico", "Señoras que aseguran que su vecino asesino siempre las saludaba", "Señoras que se sacan la silla a la puerta y se montan su propio Sálvame Deluxe". Adoradas por la gente más joven que reconocen en esas actitudes a sus abuelas o a sus madres, son celebradas como las reinas de la cultura pop, a las que les da igual ocho que ochenta, una exposición de Sorolla, un curso de cocina japonesa o la noche en blanco. El cine debería aprovechar más su tirón humorístico, no con esas Chicas de oro a la española (por Dios, qué idea más desafortunada) sino retratando el carácter de resistentes que las convierte en imbatibles en el tercer acto de su vida. La gente que integra el mundo de la cultura debería caracterizarse por su espíritu abierto y desprejuiciado, pero no, mi experiencia me dice que lo que en el mundo real despierta simpatía es visto, a menudo, con la ceja alzada por parte de los cosechadores de ese huerto. A veces, aunque parece increíble, hay quien se atreve a hacer público ese desprecio, escribiendo sobre esa literatura que consumen las señoras, sobre esas señoras que inundan las exposiciones y no te dejan disfrutar de los cuadros, o aquellas otras que se apropian de los primeros asientos de una conferencia. Misoginia y clasismo en un pack. El desdén no es nuevo. Ya en el siglo XVIII se despreciaba la novela por ser un género destinado a señoritas (como diría Guerra, sin ánimo de ofender). Ahora, con la boca grande o la chica se las desprecia, en público o en privado, se mira por encima del hombro a ese público sin el cual fracasarían la mayor parte de los actos culturales, actos para los que los hombres, sí, los maridos de esas señoras hiperactivas, se muestran a menudo perezosos o, peor aún, vergonzosos. Menos mal que ellas, tan dueñas ya de su destino, ajenas a la burla, se abrirán paso con mucha educación y a codazos (en su sistema moral no es incompatible) y discutirán sobre Primo Levi, como están haciendo ahora en algunos clubes de lectura andaluces, o se acercarán a una biblioteca donde esa tarde habla el escritor o la escritora de la que están leyendo un libro. Mientras el novelista diserta, una señora murmurará, "está más viejo que en la foto del libro", a lo que la otra responderá, "le habrán hecho el fotochop".

Hay señoras mayores que acuden al cine a ver a Almodóvar como el que asiste a un acto cultural
Ya en el siglo XVIII se despreciaba la novela por ser de señoritas (como diría Guerra, sin ánimo de ofender)
Varias mujeres muestran sus trabajos, inspirados en la obra del pintor Henri Rousseau, en los cursos del Museo Guggenheim, en Bilbao.
Varias mujeres muestran sus trabajos, inspirados en la obra del pintor Henri Rousseau, en los cursos del Museo Guggenheim, en Bilbao.SANTOS CIRILO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_