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Responsabilidad en Washington

Es imposible no comprender el mensaje que han transmitido las elecciones de mitad de mandato celebradas el pasado martes. Los estadounidenses se sienten profundamente frustrados por la forma de gobernar de sus dirigentes. El debate político es de un partidismo sin precedentes, y los electores, en las tres últimas convocatorias, han mostrado que quieren algo nuevo, casi lo que sea, que cambie esa situación. Quieren ver avances en la economía, la creación de empleo, los impuestos y el déficit federal. Independientemente de lo que voten, esas son las cuestiones de las que los ciudadanos quieren que se ocupen sus representantes en el Congreso. Y quieren que lo hagan ya.

Ese mandato general de los votantes, el de que "arreglen la situación", incluye una serie de responsabilidades que van a exigir tanto a los republicanos -la nueva dirección de la Cámara de Representantes y sus colegas de la minoría en el Senado, que ha salido reforzada-, como a los líderes demócratas del Senado y el presidente Barack Obama y su Administración. Para los republicanos, eso significa que deben contribuir al gobierno de nuestro país. Después de las votaciones del martes, ya no pueden seguir siendo el "partido del no". Los dirigentes republicanos deben elaborar propuestas legislativas serias para abordar los graves problemas que afronta Estados Unidos hoy y en el futuro.

Los republicanos ya no pueden seguir siendo el partido del no. Deben cooperar en el Gobierno

Por su parte, los líderes demócratas del Senado y la Administración de Obama deben estar dispuestos a colaborar con los republicanos en busca de acuerdos positivos. Los economistas, de derecha, de izquierda y de centro, pueden estar de acuerdo en que el Gobierno de Obama y el Congreso de mayoría demócrata han rescatado nuestra economía de una segunda Gran Depresión, pero los votantes han dejado claro que eso ya se ha quedado atrás. Lo que quieren ahora es que los republicanos y los demócratas trabajen juntos para impulsar la economía hacia una recuperación sostenida y una expansión que cree puestos de trabajo.

Para obtener los acuerdos necesarios, nuestro presidente y comandante en jefe tendrá que estar abierto a nuevas ideas. Pero también tendrá que establecer unos límites claros que el debate político no puede rebasar. Tal vez parezca contradictorio con la necesidad de llegar a acuerdos, pero, para gobernar con unas instituciones divididas, además de estar abierto a explorar diversos medios de llevar el país hacia adelante, es preciso tener claridad de principios y de propósitos. Con el poder ejecutivo en su mano, la ayuda de sus colegas demócratas en el Senado y la Cámara y su capacidad de veto, el presidente Obama será quien fije las directrices políticas de nuestro país. En el Centro para el Progreso Americano pensamos que hay que trazar tres límites innegociables.

En primer lugar, el debate inmediato -este mes y el que viene- sobre la política fiscal debe atenerse a dos objetivos: la reforma debe producir un crecimiento sólido y encaminar al país hacia la disciplina fiscal; y debe ser justa para la mayoría de los estadounidenses y sus familias. Cualquier reforma fiscal coherente debe cumplir esos dos requisitos. Los recortes fiscales del presidente Bush para los más ricos no cumplían ninguno de los dos.

Segundo, el debate sobre nuestro déficit federal a largo plazo no puede incluir la privatización de la Seguridad Social. Las elecciones del martes no expresan, en absoluto, el deseo de que se destruya este compromiso intergeneracional fundamental de los ciudadanos en nombre del bien común. El objetivo de la reforma debe ser fortalecer y asegurar la Seguridad Social, no privatizarla.

Por último, el presidente y los demócratas deben mostrarse firmes ante la promesa republicana de revocar su mejor logro de los dos últimos años: la prestación de una atención sanitaria asequible y de calidad a todos los estadounidenses. La aplicación de la reforma debe seguir adelante, no solo por los beneficios fiscales que supondrá durante los próximos decenios, sino por los cruciales beneficios sociales y de salud que revertirán a la gran mayoría de la población a medida que entren en vigor los distintos aspectos de la ley. Una ley que merece contar con el tiempo que sea necesario para funcionar.

No hay duda de que los nuevos líderes del Partido Republicano tendrán sus propios límites innegociables que presentarán al presidente Obama y a los congresistas del otro partido. Pero deben comprender que, con su nueva mayoría en la Cámara, han adquirido la responsabilidad de tener que determinar esos límites de tal forma que permitan al Gobierno de Washington seguir adelante con lo que los votantes han dejado claro que quieren. Los votantes quieren que nuestra economía crezca, que se cree empleo y que haya disciplina presupuestaria. Eso significa preocuparse por el futuro de nuestro país, no tratar de derrocar al presidente.

Soy optimista y creo que va a ser así, porque sé que el pueblo estadounidense lo desea; y está dispuesto a votar para que Washington le escuche.

John D. Podesta es presidente del Fondo de Actuación del Centro para el Progreso Americano. Fue jefe de Gabinete del presidente Clinton y copresidente del equipo de transición del presidente Obama. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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