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¿Reiniciando el PSOE?

Ignacio Urquizu

En todo partido político, ante una derrota electoral, surgen voces que reclaman una reflexión. Le sucedió al Partido Popular en 2008 y lo estamos viendo estos días en el Partido Socialista. Casi siempre, las voces más críticas piden algo similar a una catarsis. Es fácil escuchar reclamaciones del tipo: "debemos empezar de nuevo", "tenemos que cambiar todo" o "hay que dar un giro completo". De repente, nada de lo que se ha hecho hasta ese momento sirve.

En el caso del PSOE, a la derrota hay que añadir la situación actual de la izquierda. Llevamos un par de años debatiendo sobre la supuesta crisis de la socialdemocracia. Todo analista que se precie utiliza frases como "debemos devolver el protagonismo a la política" o "la socialdemocracia debe redefinir su proyecto". Este tipo de afirmaciones, a base de repetirlas, se han convertido en lugares comunes carentes de propuestas concretas.

La magnitud de la derrota revela un problema ideológico y falta de conexión con las capas más formadas
La redistribución de la riqueza es un concepto que la izquierda debe recuperar

Pero lo cierto es que si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que no es necesario practicar un haraquiri colectivo. Desde finales de 2008, fecha en la que estalló la Gran Recesión, se han celebrado 19 elecciones en las principales democracias parlamentarias y solo tres Gobiernos han sobrevivido. En casos extremos como Irlanda o Hungría, el partido en el poder perdió casi 25 puntos porcentuales.

Del análisis de las elecciones en otros países extraemos que el color del Gobierno no ha influido en el descenso de votos. Izquierda y derecha han perdido apoyos solo por el mero hecho de estar en el poder. Además, el impacto de la economía sobre los resultados electorales se ha multiplicado. En la actualidad, la suerte de un Gobierno depende mucho más del crecimiento económico y del paro que antes de que la crisis llegase a nuestras vidas. (Larry Bartels, Ideology and retrospection in electoral responses to the Great Recession).

Ahora bien, lo que sucede en el resto de democracias no justifica cualquier derrota electoral. No es lo mismo perder 2,6 puntos respecto a las anteriores elecciones, como le sucedió al Partido Laborista Australiano en 2010, que perder unos 15 puntos, como le ocurrió al PSOE el 20-N. La magnitud de la derrota exige saber dónde han estado los problemas.

Si se analiza la evolución de los apoyos electorales del partido socialista en la última legislatura, se observa que gran parte de las pérdidas se concentran en sus votantes más próximos, los que se definen de izquierdas. En la encuesta preelectoral del CIS, menos del 50% de estos ciudadanos manifestaban su intención de votar al PSOE, 17 puntos menos que en 2008.

Además de la ideología, laeducación también es importante para entender el comportamiento electoral. Si comparamos las encuestas preelectorales de 2008 y de 2011, vemos que el mayor descenso del PSOE se produce en los grupos con mayor nivel educativo.

Por lo tanto, se puede decir que el Partido Socialista se enfrenta a un problema ideológico, por un lado y por otro, a una falta de conexión con las capas más formadas de la sociedad española. Dos dificultades que implican soluciones distintas.

Desde el punto de vista ideológico, el relato del PSOE en los últimos años se ha centrado en exceso en cuestiones de derechos civiles y libertades. En cambio, el objetivo redistributivo ha desaparecido del discurso. De hecho, el último informe de la OCDE sobre desigualdad avala que esta ausencia es algo más que retórica. Varios pueden ser los motivos.

En primer lugar, el haber construido un Estado de bienestar equiparable a las democracias de nuestro entorno, puede haber conducido a algunos a la autosatisfacción.

Es cierto que se han incrementado las ayudas sociales, por citar dos ejemplos, las políticas de dependencia o las becas de estudio. Pero se ha hablado muy poco de la capacidad del Estado de bienestar para generar igualdad, Si comparamos nuestro gasto social con el del resto de democracias, descubrimos que es uno de los menos redistributivos.

En segundo lugar, parece haber triunfado la idea -ampliamente extendida entre los economistas- de que los impuestos no redistribuyen, sino que solo deben generar los ingresos necesarios. Así, se ha tolerado la existencia de numerosas figuras impositivas que permiten a los más ricos pagar un porcentaje menor de impuestos que el resto de ciudadanos.

La redistribución siempre ha formado parte de los objetivos prioritarios de la izquierda y, en cambio, se habla muy poco de ella en los últimos tiempos. Es cierto que el discurso socialdemócrata invoca en muchas ocasiones a la igualdad de oportunidades. Pero redistribuir es algo más que garantizar las mismas oportunidades para todos, también significa mejorar las condiciones de vida de los que menos tienen.

Un segundo componente necesario para mejorar el discurso de la izquierda es la calidad de la democracia. Ha sido necesario el 15-M para recordarnos que nuestros sistemas políticos no son tan perfectos como creíamos. Pero no es solo una cuestión del sistema electoral. De hecho, todo el debate que se ha generado en torno a este es secundario. Hay más aspectos que deberían preocuparnos.

Un ejemplo de déficit democrático lo observamos en la cesión de soberanía que vienen haciendo Gobiernos y Parlamentos hacia instituciones de dudoso origen democrático. Esta renuncia a su poder está provocando que muchas de las decisiones políticas se escapen al control de los ciudadanos. Además, está siendo aprovechada por numerosos grupos de poder económico y financiero para ganar influencia.

En cuanto a la pérdida de conexión con los grupos más formados de la sociedad, esta está muy relacionada con el modelo de funcionamiento interno de los partidos. En principio, no parecen muy atractivos para atraer a los mejores. Por ello, deberían explorarse nuevas formas de participación en las formaciones políticas.

Este divorcio entre personas cualificadas y partidos políticos nos ha llevado a una falsa diferenciación entre tecnócratas y políticos. Así, da la impresión que un profesional no puede dedicarse a la política. O que un político no puede tener una profesión. Es un falso dilema que debería corregirse atrayendo a más personas cualificadas a las formaciones políticas.

En definitiva, es cierto que al Partido Socialista le ha sucedido lo mismo que a la inmensa mayoría de Gobiernos democráticos. No obstante, la magnitud de la derrota implica cambiar algunas cosas. Detrás de los resultados electorales del PSOE hay una pérdida de confianza entre el electorado de izquierdas y una falta de conexión con los grupos de mayor nivel educativo.

Esto obliga a repensar el proyecto socialista en varias de sus dimensiones. No estamos ante una catarsis, pero los cambios van más allá del liderazgo y trascienden la última etapa del PSOE.

El socialismo español siempre ha tenido la necesidad de tener un proyecto reconocible. Ya a principios de los noventa se hablaba del Programa 2000. Quizás, comience a ser más necesario analizar cómo funciona, por ejemplo, nuestro Estado de bienestar o nuestros partidos políticos, antes de comenzar a hacer propuestas.

Sin unos buenos diagnósticos de nuestra sociedad y de nuestro sistema político, cualquier idea o proyecto puede acabar siendo una generalidad.

Ignacio Urquizu es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de la Fundación Alternativas.

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